"La infancia no existe para los niños, en cambio, para los adultos la infancia es ese país pretérito que un día perdimos y que inútilmente queremos recuperar habitándolo con recuerdos difusos o que no existen y que por lo general no son más que sombras de otros sueños".
Todo comenzó a una temprana edad. Demasiado diría yo. De hecho, ni siquiera la recuerdo bien. Creo que no llegaba ni a los 8 años. Sólo recuerdo aquella sensación que azotaba mi cuerpo y que me hacía querer repetirlo una y otra y otra vez. No sabía qué era eso, no sabía cómo se llamaba, de hecho, no fui consciente de que lo que hacía era masturbarme hasta que no empecé a tener ciertos conocimientos de sexo. Hasta ese momento la masturbación para mi no tenía ni nombre. Lo único que sabía es que me encantaba hacerlo.
Recuerdo cuando mi madre me metía en la cama después de comer para descansar un poco antes de ir al colegio y yo en vez de aprovechar el tiempo para dormir me relajaba a mi manera. Una manera un tanto peculiar por otra parte, pero bueno.
Aprovechando que nadie entraría a la habitación ya que, supuestamente, yo estaba durmiendo me quitaba los pantalones, me bajaba las braguitas y me ponía boca abajo. De manera que quedaba apoyada sobre mis codos y con mi chochito pegado al colchón. Una vez así empezaba a crear fricción. Me movía de alante a atrás, en círculos, de derecha a izquierda. Cualquier movimiento valía con tal de que mi chochito y mi cama no parasen de rozarse. Cada vez sentía más y más placer, tanto que no podía ni quería parar. Quería seguir. Quería seguir sintiendo ese enorme placer que recorría mi cuerpo desde los deditos de los pies hasta el último cabello de mi cabeza. Ya quedaba poco. Estaba cansada, pero sabía que si aguantaba un poco más la recompensa sería exquisita. Un par de movimientos más y una oleada de placer azota mi cuerpo. Tal es ese placer que hace que me den espasmos e incluso tiemble.Pasaron los años y yo seguí aprovechando los momentos a solas que la vida me regalaba para autocomplacerme. Lo único que cambió fue el método. La postura boca abajo me brindaba mucho placer pero sabía que si probaba acabaría encontrando otra que me diese el mismo o más placer que esa y sin acabar tan cansada. Pues bien, la encontré. Me di cuenta de que si ponía uno de mis peluches, un cojín o la almohada bajo mi chochito no hacía falta sostener el peso de mi cuerpo sobre mis codos, al contrario, podía relajar mi cuerpo y satisfacerme con un simple movimiento de caderas. Y así empecé a hacerlo. Por una parte me alegré de ese progreso, pero por otra no. Si bien es cierto que la nueva técnica me brindaba mucho más placer que la anterior, pero eso tenía sus consecuencias. Y es que si antes me masturbaba como mucho cada dos o tres días, ahora era mínimo una al día.
El tiempo fue pasando, yo fui creciendo y mis ganas de probar posturas y formas de alcanzar ese momento de placer máximo lo hicieron conmigo. Cada vez era más frecuente el probar formas y posturas nuevas (boca arriba, sentada, de pie...) y cada vez eran más frecuentes mis escapadas para darme placer. Cualquier momento era válido para tocarme. Mientras mi madre hacía la comida, en el baño, hasta incluso en el salón mientras los demás veían la tele. Daba igual el momento y el lugar, sólo importaba aquella presión que sentía en lo alto de mi chochito que me indicaba que necesitaba cariñito. Necesitaba relajarse.
Y así pasaron los años. Masturbándome bajo la inconsciencia de lo que era en realidad. Pero eso tuvo un fin. Un fin que tuvo sus pros y sus contras. Un fin que me dio un sin fin de orgasmos pero que con cada uno de ellos me hacía más y más esclava de ellos. Un fin que daba comienzo a una nueva etapa; mi adolescencia.
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Relatos sexuales.
AcakATENCIÓN: si eres menor de 18 años has de saber que estos relatos contienen escenas de sexo explícito y, en ocasiones, lenguaje obsceno. Si decides, aún así, quedarte y leer la historia toda responsabilidad cae sobre tu persona. Atte: la autora. Ari...