Shawn
Estos meses ocurría más de seguido, veía desde mi ventana cómo cerraba la puerta de su habitación de golpe y rompía a llorar apoyada en ésta.
Rose y su familia se mudaron de Carolina del Norte a Toronto hacía ya unos seis meses, justamente a la casa de al lado. Su ventana daba a la mía y de vez en cuando intercambiábamos miradas y alguna que otra sonrisa.
No me gustaba nada verla llorar, al principio pensé que era por sus amigas o por el instituto, pero lo descarté de inmediato, ella era una persona muy dulce y se llevaba bien con todo el mundo. El motivo era su familia, no estaban pasando por un buen momento; sus padres tenían algunas crisis de vez en cuando y su hermana pequeña no ayudaba a mejorar la situación.
Lo que ocurría cada dos semanas se convirtió en una rutina, encerrarse en su cuarto y ponerse su canción favorita a todo volumen para no escuchar sus pensamientos.
Hoy no iba a ser diferente. Escuché como se cerraba bruscamente la puerta de su habitación y cómo salía su familia de la casa. Me extrañé al no escuchar la canción ya tan conocida, por lo que decidí coger mi guitarra y cantársela como ya había hecho en numerosas ocasiones como esta. A veces me daba miedo cantarla por si empeoraba aún más la situación. Ella sabía que aquello iba a terminar en algún momento, siempre mantenía la esperanza. Esa canción era un mensaje de apoyo, de no dejarse caer, "A Little Too Much" era algo más que eso, era sinónimo de apoyo incondicional.
Al comenzar a cantar ella se dirigió hacia la ventana, me miró con sus marrones ojos acuosos y salió de la habitación. La había cagado, debería haberla dejado su espacio. Dejé la guitarra a un lado y bajé al piso de abajo nervioso, por lo menos el estar solo en casa me ayudaba a sobrellevar la situación. Un sentimiento de culpa empezaba a inundar mi pecho. El timbre sonó, abrí y allí estaba ella. De inmediato me abrazó, notaba como se humedecía mi sudadera a causa de sus saladas lágrimas, mientras, yo acariciaba su espalda para reconfortarla. Pronto, su perfume inundó mis fosas nasales. Cogí su mentón y con los pulgares aparté las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas, la miré por unos segundos más y la besé. La besé suave y lentamente, disfrutando de aquello que tanto había deseado desde que la vi a través de mi ventana.
– Te la cantaría todas las veces que hiciera falta –le dije –. No te dejaré caer.
– Te quiero –susurró y volvimos a juntar nuestros labios.
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