Y cuando iba de tour y actuaba esa noche, no podía parar de pensar en todos los recuerdos que creamos en cada una de las ciudades en las que nos hospedábamos. Y aun con el corazón en la mano cuando salgo al escenario, te lloro al cantar nuestra canción, esa canción que creé para ti, pensando en ti y sintiendo en ti.
Esta noche no era diferente, mismos sentimientos, misma ciudad en la que nos enamoramos.
Notaba como gotas de sudor frío caían por mi frente y la guitarra se me resbalaba por mis manos sudorosas. Me encontraba tan incómodo que notaba cómo la cadena me resbalaba por el cuello y los rizos me caían por la frente. Pasé el dedo por el cuello de mi camiseta blanca intentando desajustarla un poco, el nudo de la garganta parecía que me comenzaba a apretar. Los gritos del público no eran más que sonidos vacíos y taponados.
Llegó la hora y salí. Los focos me cegaron concentrándose en un solo punto del escenario, yo. Con dificultad llegué al piano, me coloqué los auriculares y comencé a cantar pasando mi mano por las gruesas teclas del piano, al que en unos segundos iba a comenzar a tocar. Y recordé, recordé la suavidad de tu piel, que no se asemejaba en nada a la frialdad de las teclas.
Los primeros versos de Señorita comenzaron a salir por mi boca, con una melodía sorprendentemente suave para el desastre que pensaba que sería. Las fans comenzaron a chillar como locas, aumentando el brillo de la gran flor que colgaba del techo en el centro del escenario, pero en seguida se concentraron en la suavidad de mis palabras.
Ya en el estribillo de la canción mis ojos comenzaron a aguarse y a soltar las primeras y tímidas lágrimas. Y lo vi, vi tu anillo, aquel anillo que me regalaste en la Provenza, en aquellas mágicas vacaciones que olían a lavanda. Y en él resaltaba tu grabado, "KISS MY SOUL, MAKE ME FEEL LOVED". Y lograste que mi corazón se encogiera un poquito más, que mi voz se quebrara por un instante.
Poco a poco conseguí terminar la canción. Sonreí al público, di las gracias y salí del escenario para dirigirme a mi camerino. Abrí la puerta y allí te vi, con tu vestido rojo por el que caía tu corto y liso pelo negro. Después de tanto tiempo y esperas, de tanto desgaste.
Cerré la puerta tras de mí, lo que hizo que te giraras para mirarme a los ojos. Llevabas mi collar, el collar del girasol que te regalé de vuelta en Canadá y recordé en ese mismo instante por qué te lo regalé. Y es que con o sin él seguías brillando en el infinito caos de mi mirada.
Y te besé y tú me besaste. Y aunque pasaran años, ningunos besos encajarían con tanta perfección como los nuestros.
Porque cuando dos personas están destinadas a ser, serán.
Hacía ya casi 2 años que no publicaba aquí, disculpadme, mi frustramiento como escritora no me lo permitía. Aun así aquí tenéis, otro pedacito de mi corazón. No sabéis cuánto valoro vuestro apoyo, no me cabe aun en la cabeza como alguien en la otra punta del mundo puede leer las palabras que escribo por las noches en mi rinconcito personal.
Sois luz y espero que hayáis disfrutado del one shoot.
¡Nos leemos!
Ale XX