✾ Capítulo IV » Dulce y Amargo ✾

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  Continué regalándole flores a Berenice durante las siguientes semanas, sin obtener resultados o pistas sobre cuál era su flor favorita

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  Continué regalándole flores a Berenice durante las siguientes semanas, sin obtener resultados o pistas sobre cuál era su flor favorita. No obstante, eso no me desilusionó.

Sentía una confusa felicidad cada vez que recibía una negativa de ella, era como si el hecho de no encontrar esa flor me llenara de satisfacción. En un principio no lo entendía, pero caí en cuenta qué al no descubrirla podía continuar dándole flores a Berenice, diciéndole sus significados y disfrutando de su sorpresa ante ello.

Desde que le había regalado las dalias, Berenice había adquirido cierta curiosidad por el lenguaje de las flores. Y eso era un gran logro para mí.

Durante las clases ella se volvió más entusiasta, en los recesos me preguntaba sobre la flor que le regalaría, pero nunca le decía. Me gustaba mantener el misterio hasta la salida.

Luego cuando salíamos del liceo, la llevaba a una floristería diferente y le obsequiaba pequeños arreglos florales variados o, en algunas ocasiones, yo mismo los realizaba e íbamos a la tienda de mi madre a recogerlos –para mi suerte había mi madre no aparecía por ahí cuando llevaba a Berenice, lo que me evitaba momentos incómodos–.

Una vez que Berenice obtenía las flores ella empezaba a preguntarme lo que significaba cada una de ellas y yo, con mucho gusto, se los explicaba mediante historias divertidas, dramáticas o con finales misteriosos. De esa forma lograba mantenerla interesada.

Por las noches me pasaba largas horas hojeando mi libreta, debatiendo que flores podría regalarlo en los días siguientes. En ocasiones, cuando mi madre me visitaba al apartamento, le preguntaba su opinión.

Clavel del poeta, estoy segura que le encantará —sugirió mi madre, sirviendo un poco de café—. Es una de mis flores favoritas.

Ladeé el rostro.

—No recuerdo que significa...

—Galantería. Algo que estás haciendo mucho en los últimos días, según he notado —Me guiñó el ojo, con picardía—. Aún me sorprende que a estas alturas no sean novios.

Sentí mis mejillas arder, ella sonrió divertida.

—Deberías dar el primer paso, Santiago.

—Ma-madre, voy a mi ritmo —Desvié la mirada a la ventana—. Quiero que primero Berenice se enamoré de mi mundo... y creo que lo estoy logrando.

Se acercó a mí y me despeinó un poco el cabello, me dedicó su sonrisa llena de afecto y paciencia, esa que solo las madres pueden hacer.

—Mi niño sí que está enamorado de esa dulce muchacha.

Me abrazó con algo de fuerza terminándome de despeinar por completo. Podía ser un adolescente de dieciocho, pero aún me seguía fascinando por eso mimos maternos, quizás nunca dejaría de ser un niño, con ella era imposible.

A Santiago le gustan las flores | EIDA 1 [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora