Capítulo 3 - Viejas costumbres

1.4K 214 72
                                    


3

Viejas costumbres

Mi visión era borrosa, el pecho me ardía y los pocos sonidos que lograba identificar se encontraban distorsionados. Mi cabeza cayó a un lado por el cansancio dejándome ver un frasco transparente que contenía un líquido negro que gozaba de vida, se movía y azotaba contra el cristal con la intención de liberarse.

— Aún no terminamos. — Dijo Ireth. — Ahora debemos estabilizarlo.

— No tenemos tiempo para eso.

Antes de poder identificar aquella voz mi pecho fue perforado con una aguja dejando que una sustancia fría entrara en mi corazón, la reacción tardó un poco pero cuando tuvo efecto me sentí acelerado, los latidos de mi corazón eran tan fuertes que sentí como mis costillas luchaban por mantener mis órganos en su lugar, comencé a sudar y unas pequeñas convulsiones hacían que mis músculos se movieran incontroladamente.

— Tal vez esto acelerará el proceso.

— ¿Acaso eso era epinefrina? — Preguntó Ireth.

— Tan solo unas cuantas unidades.

— ¿Cuántas específicamente?

— Más de dos y menos que cinco. — Al sentir el sarcasmo en esa última frase me di cuenta que se trataba de Huor.

— Tal vez con eso pueda despertar pronto pero sus capacidades motoras seguirán atrofiadas.

— No necesito que escale el monte Kilimanjaro en este momento, solo que nos cuente lo que ocurrió en su ausencia.

Huor ordenó que mi cuerpo fuera transferido a una silla de ruedas y fuera llevado a su oficina. Ireth se quedó a lado mío, no estoy seguro si para cuidar cualquier posible complicación o para evitar que Huor me inyectara cualquier otra cosa en mi corazón.

— También lleva esos frascos por favor Lúthien. — Dijo Huor.

Mientras era empujado por los pasillos del Credo fue un alivio observar que todo se encontraba en su lugar, todos ahí realizaban sus tareas de manera cotidiana, no existían rugidos extraños ni pedazos de techo cayendo alrededor. Lúthien quien caminaba a mi lado se mostraba más interesada por el contenido de los frascos que por mí. Me pareció extraño, normalmente estaría recibiendo un sermón sobre mi comportamiento inadecuado, sobre lo inmaduro y estúpido que soy al tomar decisiones a la ligera y por siempre poner en peligro a quienes me rodean, pero solo me acompañó la dulce presencia de aquella mujer y su silencio.

En la oficina se encontraba Fëanáro, Nindë, Finrod y Merenwen siendo la única que se levantó de su silla y se acercó a mí para preguntarme cómo me encontraba, respondí con un simple Estoy bien pero en ese momento mi cuerpo tuvo otra pequeña convulsión que poco a poco debilitaba mi cuerpo, aunque mi mente se encontraba estable.

— No te preocupes por Galdor Hawking en este momento. — Dijo Huor mientras Finrod trataba reprimir su carcajada con todas sus fuerzas. — Se encontrará un poco débil pero será capaz de respondernos unas cuantas preguntas.

Lúthien e Ireth tomaron asiento a un lado de Huor mientras que Merenwen arrimó su silla cerca de mí, se mostraba realmente preocupada y aunque intentaba regresarle una sonrisa para que estuviera más tranquila mis músculos fáciles temblaban de vez en vez haciendo que mi aspecto fuera el de un paralitico... creo que ya entendí el chiste de Huor.

— En primer lugar me gustaría escuchar tu versión de los hechos. — Preguntó Huor en tono acusatorio.

En un principio pensé en contar la historia de principio a fin, pero el tono déspota de Huor me hizo enfurecer, tal vez tienen una percepción errónea de mí como es habitual, por lo que me precipité a lo más importante.

El Credo - Iniciación IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora