Capítulo 5 - Objetos perdidos

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Objetos perdidos

— ¿Desde cuándo es un doble agente? — Pregunté levantando un poco la voz, la curiosidad me volvió a invadir a la vez que mi cabeza recuperaba su particular habilidad de sobre-analizar todo.

— Realmente no lo recuerdo. — Huor se levantó de su silla y caminó lentamente a mí. — Casi podría decir que lo conocí siendo uno.

Huor buscó algo dentro del bolsillo de su saco, una pequeña piedra que apenas emitía luz, tan parecida a las que tenía Lúthien en su maletín el día en que la conocí.

— No creí que llegaría al rango de pecado dentro de la Secta. — Huor me tocó con su mano haciendo que recuperara por completo el control de mi cuerpo.

Me levanté intrigado por la curiosidad, pero al notar lo que había hecho Huor quedé mudo, no sabía que él tenía habilidades curativas, pero de ser así entonces las habría usado antes... a menos que se trate de aquellas piedras... pero Lúthien comentó que las utilizaba como catalizadores meramente.

Huor me lanzó la piedra sin avisarme, mis reflejos respondieron como se supone, haciéndome atrapar la piedra antes que me golpeara el rostro. El pequeño resplandor aún continuaba, la sensación cálida me era similar pero no contenía la fuerza para guardar un hechizo o sello, activé mis ojos para examinarla detenidamente, el flujo de energía no indicaba que pudiera ser activado por cualquiera, noté pequeños movimientos suaves y rosados.

Levanté la mirada a Huor quien era rodeado por aura ligera y en constante movimiento de color amarillo, como si polvo de oro creara un remolino a su alrededor. Se tratará de otra habilidad que no conozco de él, o un truco, aunque lo más obvio es que se trata de alguna característica de la piedra que desconozco.

— En eso te pareces tanto a él. — Dijo Huor. — Quedarse callado mientras miles de pensamientos, posibilidades y opciones aparecían en su cabeza hasta tener una idea concreta era el atributo más molesto que tenía Aleksei. — Huor extendió su mano para que le devolviera la piedra. — Y tú también tienes esa odiosa cualidad.

No sabía si sentirme alagado u ofendido por ese comentario.

— Aunque no podía quejarme al respecto. — Dijo Huor mientras regresaba a su silla. — Al final del día fui yo quien le enseño a ser así, pero contigo si puedo quejarme ya que eres así de molesto desde que te conocí.

Ya aclaró mi duda, debo sentirme ofendido.

— Por eso me encuentro emocionado por escuchar tu versión de los hechos. — Huor clavó su mirada en mí. — No el resumen que todos pueden conocer, sino los detalles que omites, aquellos fragmentos que no compartes hasta tener la imagen completa. Dos meses dentro de la cámara de éxtasis te debió dar tiempo para acomodar tus ideas.

— ¿Qué es lo que quieres saber? — Me sentí arrinconado con su afirmación. Confío en él, pero no estoy seguro de debería compartir y que no.

— Empecemos por lo básico y quizás más importante. — Huor jugaba con la piedra en su mano derecha. — ¿Qué sentiste al perder el lobo dentro de ti?

Me ericé, no supe que contestar, empecé a tartamudear mis primeras palabras mientras Huor no separaba sus ojos de mí con esa arrogante sonrisa de haber encontrado un punto débil en mí.

— O tal vez quieras empezar contándome sobre algún libro.

¡Sabe del libro rojo! Pero cada vez que intento hablar de él me es imposible.

El Credo - Iniciación IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora