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CAPÍTULO DOS
   MALOS RECUERDOS

El calor me resultaba insoportable después de haber caminado durante horas bajo el sol en busca de provisiones, me sentía desfallecer pero distinguí un vecindario más adelante y me obligué a continuar

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El calor me resultaba insoportable después de haber caminado durante horas bajo el sol en busca de provisiones, me sentía desfallecer pero distinguí un vecindario más adelante y me obligué a continuar. Un año atrás perdí a mi familia y desde entonces me las ingeniaba sola. No era fácil vivir así, dispuesta a comer cualquier cosa que pudiera encontrar, cansada por la falta de sueño que la mayoría de las veces se debía al insomnio.

No importa cuánto intentara evitarlo, esa fría noche no dejaba de venir a mi mente. Recuerdo que fueron los sonidos de un cadáver viviente los que me despertaron, el cuerpo que me aplastaba me tenía adolorida pero no se comparaba con el sentimiento de opresión en mi pecho, no quedaba nadie. Me armé de valor y, conteniendo el llanto, hundí mi daga en la frente de papá, al ver en sus decolorados ojos supe que no seguía ahí pero eso no lo hizo más sencillo.

Cada vez que regresaba a ese momento algo se rompía dentro de mí, se habían ido y nada lo cambiaría, solo podía seguir adelante. Eso me decía continuamente pero en lo profundo esperaba que mi hermano siguiera vivo, la última vez que lo vi lo estaba y me aferraba a ese pensamiento.

Tenía que concentrarme en lo que importaba ahora, sobrevivir. Me quedaba sin recursos, el hambre me mataría antes de que otra cosa pudiera hacerlo si no actuaba rápido. Terminé de inspeccionar la última casa y le eché un vistazo a las escasas latas de atún y barras de proteína que recolecté, para mi mala suerte empezaba a oscurecer, tendría que volver con lo poco que conseguí.

Después del ataque encontré un granero oculto en el bosque que se convirtió en mi refugio, lo aseguraba con gruesas cadenas de manera que nada ni nadie fuera capaz de entrar. Me deslicé por una de las paredes de madera hasta el piso, saqué un papel arrugado de mi bolsillo y observé con nostalgia la foto que contenía, esa que Logan me dio en mi cumpleaños. Sentada en la oscuridad, me hice una promesa; encontraría a mi hermano, y cuando lo hiciera, todo estaría bien. Sentí una oleada de aire helado que me puso los pelos de punta, se avecinaba una tormenta.

–Genial...

Era infantil pero les tenía pavor. Los fuertes truenos, la lluvia azotando el techo furiosamente y los rayos iluminando a los muertos a través de las grietas, todo en conjunto era aterrador. Me apresuré a correr a la esquina donde solía dormir, coloqué mis armas cerca como de costumbre y me puse alrededor una manta que cargaba en la mochila, cerré los ojos con fuerza tratando de ignorar los gruñidos que provenían del exterior.

Me adentré en el bosque, no sabía exactamente a dónde iba pero mis pies parecían conocer la ruta a la perfección. No me detuve hasta que los árboles dejaron de abundar, abriendo paso a un enorme lugar acordonado por un doble cercado y por varias torres de vigilancia, detrás de las imponentes alambradas dos siluetas me hacían señas para que entrara, corrí sin pensarlo dos veces pero en vez de acercarme me alejaba cada vez más.

–¡Esperen! –grité con todas mis fuerzas–. ¡No los perderé de nuevo!

Aceleré la marcha sin importarme que mis pies dolieran, seguí corriendo con dificultad por lo que parecieron horas pero no tuve éxito, la entrada se volvió un punto lejano en la distancia.

–No, ¡por favor! –caí de rodillas en la tierra.

Desperté de golpe con la respiración agitada y el corazón latiendo tan rápido como si hubiera corrido un maratón, suspiré al verificar que estaba en el granero. Me dispuse a beber de mi cantimplora pero no salió ni una gota de agua, así que recolecté mis cosas y salí a la luz matutina que iluminaba la espesa cortina de colores marrones y verdes, avancé a través de los árboles altos en busca de un arroyo.

Divisé un conejo escondido entre la maleza, no iba a dejar pasar la oportunidad de obtener carne que pudiera asar más tarde. Tensé la cuerda de mi arco, dejándola a centímetros de mi mejilla, y tomé una respiración profunda. Un sonido a mi derecha hizo que volteara para encontrarme con un rostro podrido peligrosamente cerca.

–¡Mierda!

Caí al suelo con las manos en su pecho, evitando que se estirara y me mordiera.

–¡Ayuda!

Forcejeé intentando alejarlo pero sus dedos putrefactos se aferraban a mi ropa con fuerza. Un ardor insoportable se hizo presente en mi pierna, algo filoso desgarraba mi piel con ayuda de la criatura presionándolo contra mi muslo. Poco a poco me sentí inundada por el dolor, me faltaba el aire y mis brazos se debilitaban.

–Ayuda...

No podía resistirlo más, aplasté la herida en un vago intento de parar la sangre que caía como cascada pintándolo todo de rojo. Mi vista se nubló pero alcancé a distinguir cómo un muchacho mataba a la bestia y la alejaba, lo último que vi antes de perder el conocimiento fueron sus brillantes ojos azules en frente de mí.

Hasta que los Muertos nos Separen ▸ Carl GrimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora