05. Una parte de mí.

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Un cosquilleo recorre sus piernas justo en el instante en el que sus pies rozan el agua marina y él sentía que se desvanecía hasta desaparecer.

Solía volver a la playa de noche y entraba en el mar de manera silenciosa, casi temeroso del agua, andaba despacio hasta que las olas cubrían todo su cuerpo. Entonces, se perdía en sí. La espuma del océano le mareaba y le hacía perder el conocimiento hasta el punto de, a veces, también olvidar cosas que había hecho en la superficie. Pero ya estaba acostumbrado a su castigo, él sabía que no podía deshacerse de esas cadenas que le condenaban a olvidar mientras nadaba a la deriva.

Había ocasiones en las que saltaba. Corría por las rocas con todas sus fuerzas y saltaba hacia el agua, creando una gran onda expansiva en el mar y provocando que sus pulmones se llenaran de la repentina agua, ahogándole. Pero, fuera lo que fuese que hiciera, el proceso comenzaba quisiera o no: se transformaba. Sentía un cosquilleo por sus piernas que ocasionaba el cambio, agitaba las piernas y unas pompas de colores envolvían éstas. Segundos más tarde podría observar su majestuosa cola.

Era una cuestión de magia, para qué negarlo. En el momento en el que se perdía en el agua, su ropa desaparecía y obtenía de nuevo su cola; nadaba por el mar como si aquello fuera igual de fácil que respirar. Se movía hasta las profundidades marinas en busca de su familia, pero ellos ya no estaban, le habían dejado. En realidad, estaba bastante solo ahí abajo, pero aquello tampoco era un problema. Podía investigar las ruinas de los barcos hundidos, encontrar tesoros y nadar con tiburones. Y no pedía mucho más, de verdad.

Había ocasiones en las que salía a tomar el sol en unas rocas. Dejaba su cuerpo totalmente fuera del agua y observaba cómo los rayos del sol incidían perpendicularmente en su aleta, haciendo que ésta cambiara a un brillante color azul, cuando, bajo el agua, solía ser de un resplandeciente dorado.

No le disgustaba del todo aquello, vivía malditamente bien, nadie se quejaría de esa vida. Jeon hacía lo que quería cuando le venía en gana. Si quería salir a la superficie como un tritón, corriendo el riesgo de que le pillaran, lo hacía; si quería peinarse mientras tomaba el sol y sabía que unos ojos le estaban mirando, lo hacía; si quería comenzar a cantar para hacer caer a sus pies a cualquier ser vivo que le escuchara, eso iba a hacer y nadie podía pararle.

Todo aquello era parte de él, el océano, era su vida y su condena.

Lo peor era cuando debía volver a la superficie —y con ella, a la realidad—, que era penosa en comparación con el gran mundo acuático. Respirar ese aire le recordaba que su tiempo se agotaba con cada pestañeo imprudente.

—¿Estás seguro de esto? —cuestiona Jimin, sacando de sus pensamientos a Jungkook. Se dirigían a casa de un tal Namjoon para ver a Taehyung— Probablemente no te guste lo que vas a ver.

Algo dentro de su caja torácica se para. Aún no quería afrontar aquello, no se veía capaz, pero debía ser ahora o nunca.

—Nunca he estado más seguro de nada en mi vida —y tras esas palabras, Jimin abre la puerta del apartamento después de introducir un código numérico en ésta.

El lugar estaba en completo silencio sepulcral. Era un lugar minimalista con paredes y muebles blancos y negros, simple pero en perfecta armonía. Jeon se quita los zapatos en la entrada y anda en linea recta por el pasillo, siguiendo a Jimin. Un gran ventanal situado en el salón alumbra toda la casa de día, pero aún así, una extraña luz sale de manera misteriosa de una habitación en concreto. Jimin empuja la puerta de ésta ligeramente pero consiguiendo abrirla por completo. Cuando Jungkook entra, no puede creerse lo que sus ojos ven.

Taehyung es un completo desastre de lágrimas y mocos. Echo una bola en la cama, el chico moreno grita, se agita y solloza ante el olor característico de su antiguo alfa. Jungkook le mira y quiere llorar también, porque sus ojos estaban hundidos, no tenían brillo; su cara estaba pálida y sus ojeras eran tan negras y profundas como su cabello. También estaba seguro de que no había comido en días, aunque estuviera debajo de las sabanas podía apreciar su delgadez.

Un chico alto y de expresión preocupada está sentado al lado de su amigo, él le coge la mano con fuerza y seca sus lágrimas con un pañuelo continuamente. Otro chico de cabellos azabaches observaba aquella escena apoyado desde la pared con un bote de pastillas en la mano. Jeon ya ni podía sentir su corazón.

—¿Qué...? —intenta formular, acercándose al chico con pasos indecisos. Taehyung sólo murmuraba incoherencias— ¿Qué te ha ocurrido...?

—Jimin, Jimin, Jimin —es todo lo que consigue pronunciar. Suelta la mano de Namjoon con cuidado y deja que Jeon la tome en su lugar. Él la coge sin vacilar—. Le quiero mucho —dice sonriente.

—¿Es así? —contesta el pequeño en el mismo tono, dándose la libertad de acariciar su cabello y parte de su cara. Taehyung sonríe contra su mano, con los ojos cerrados. Estaba tan débil.

—Él me salvó de The Prince, de todos esos abusos e insultos; de los malos tratos. Compró mi libertad, seguridad y felicidad —farfulla aún sonriente—. Ahora se ha cansado de mí, ¿sabes? A pesar de que yo le hacia sonreír cada día, a pesar de todo, él... —Jeon solloza, sus lágrimas caían con fuerza sobre las manos de ambos, sus gemidos de dolor inundan la habitación y Namjoon tiene que salir de ahí porque no se cree capaz de oír tanto dolor salir de los labios de Taehyung— Ha vuelto a abandonarme, vuelvo a estar solo.

—Eso no es así, no. No estás solo —se apresura a decir, quitando con rapidez las incesantes lágrimas que salen de sus ojos—. Me tienes a mí, ¿de acuerdo? ¿Recuerdas la vez en la que tuviste una mala noche en The Prince y acabaste viniendo corriendo a mi cuarto? Te arropé con mis mantas, te abracé toda la noche y te protegí en sueños. Me vas a tener siempre que me necesites, nunca estarás solo mientras yo esté vivo.

—Pero yo no quiero vivir sin Jimin.

Jeon abre la boca para contestar, pero sólo un doloroso gemido sale de ésta. Aquello estaba siendo demasiado a nivel emocional. Taehyung estaba en la más absoluta miseria y él no podía hacer nada más que verle acercarse a la muerte a pasos lentos. Y todo era culpa de Jimin.

Aprieta su mano con fuerza, incapaz de entablar una frase coherente; y el chico que se encontraba apoyado en la pared, se acerca a ellos. Jeon no sabía su nombre, pero el muchacho le inspira confianza cuando se acerca a Taehyung para acariciar su pelo y darle un beso en la frente antes de pedirle que durmiera un poco.

—Estáis haciendo muchísimo por él —susurra Jungkook una vez su amigo ha terminado por dormirse—, y no sabes lo mucho que os lo agradezco. Aún no puedo creerme nada de lo que está pasando.

Y se culpa, se maldice mil y una vez porque nada se puede hacer una vez el lazo está roto. Debía de haberle protegido antes, impedido que Jimin le comprara. Ahora era demasiado tarde para él.

—No tienes que agradecernos, de verdad. Queremos a Tae como si fuera nuestro hermano pequeño —explica Hoseok con una sonrisa, calmado—, le cuidaremos pase lo que pase.

—Me alegra muchísimo oír eso puesto que yo no puedo hacer nada por él —ríe Jungkook con nerviosismo, con sus ojos aún fijos en su amigo—. ¿Podría pedirte un favor?

—Por supuesto —contesta al instante. Jungkook se gira hacia él, con sus ojos negros atravesándole el alma con pura tristeza.

—No le dejes morir.

Y su voz sale tan rota de sus entrañas que Hoseok quiere llorar, arrancarse el corazón. De pronto, se sentía ligado a esas palabras y a la manera en la que le había pedido aquello. Los ojos de Jeon son sinceros, y Hoseok simplemente no puede decir que no.

Tiene que salvar a Taehyung sea como sea. Y, si eso implica comenzar otro lazo con él, eso haría. Si tendría que cuidarlo por el resto de su vida aunque no sintiera nada por él, lo haría. Y lo haría en esa vida y en cualquier otra.

Porque hay algo en la voz de Jungkook que le hace estremecer y mover algo dentro de su corazón, casi como si fuera un mago y acabase de hechizarle; aunque más que un hechizo, aquello era una maldición. Hoseok era esclavo de las palabras que había dicho, y eso sería así hasta que cumpliera su promesa.

Jungkook, por su parte, no se arrepiente ni una pizca de haber usado un poquito de su magia sobre el muchacho, aunque aquello quizá acarrease más sufrimiento y dolor a su maldición. Había sido totalmente necesario, no le importaba correr el riesgo que utilizar su magia podría traerle.

Taehyung era una parte de él, no podía dejarle morir; sería como si una parte de su corazón muriera también con él.

© kanekiishappy.

El mito de las sirenas ➳ JiKook.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora