La extraña cena de Verónica

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―¿Por qué no entras?

―Quiero un poco de aire fresco ―le contestó Verónica a Esteban.

―¿Bromeas? Si hay un montón de frío.

―Sí, no te preocupes. En un rato entro.

Esteban se la quedó viendo un poco desconcertado, decidió aceptar esas palabras y entrar a la casa. Verónica por su parte prefirió quedarse sentada en la orilla de la banqueta. No miraba hacia ningún lugar en específico, solo disfrutaba de la brisa que le movía la larga cabellera negra.

La soledad le embriagaba en ese momento, eso le hacía un poco de bien a su situación, la relajaba.

Ya estaba entrada la noche y dentro de poco tendría que participar en la cena. Pero no, esos pensamientos los tenía eliminados, no existían en ese instante que se había regalado. Ella sabía que después no podría hallar otra oportunidad así, por lo que procuraba no desperdiciar ni un segundo.

La noche parecía querer ayudarle también, le cantaba y le arropaba como la madre que siempre había querido tener. Los sonidos se sentían suaves, sutiles, podía perderse días enteros en esas sensaciones y querer siempre más. Era la primera y quizá la última vez que experimentaba algo así.

Pasando algunos minutos miró hacia la luna enorme que tenía encima. «¿Por qué las personas tienen que hacer cosas que no desean?» Se preguntó, al darse cuenta de que no le quedaba tiempo. Y así terminó la breve paz.

Dentro, Esteban tomó unas galletas de la mesa de centro, para después sentarse en uno de los sillones de la sala ―el rojo, que era el más cómodo―. Sus padres y los de Verónica se encontraban en una de las habitaciones platicando, poniéndose al día en sus cosas de adultos.

En la cercanía sonaba un poco de música, parecía ser una canción tranquila, con una letra un poco distinta, algo extraña e inquietante. Sin embargo, él la disfrutaba bastante, a como lo haría cualquiera de los que estaban en ese lugar.

―¿Y Vero? ―preguntó Cinthia, quien acababa de llegar.

―No quiso entrar. Supongo que tiene un poco de estrés o algo así.

―¿Pero qué? Esa boba ―Suspiró―. La iré a buscar.

―No, no. Déjala mejor Cinthia.

―Siempre has sido muy solapador, hermano ―contestó.

Esteban rio un poco y se echó a la boca una de esas galletas que tenía en la mano, volteó a ver el reloj de pared, y se dio cuenta que faltaban escasos minutos para que diera medianoche. Él parecía ser un poco indiferente respecto al tema, no como Verónica, que se comportaba de forma extraña en ese día tan importante, en un día crucial para todos.

Poco después entró por la puerta Verónica, como si hubiera escuchado todo y quisiera detener la conversación con su presencia.

―Ya dejen de preocuparse. Estoy bien, estoy bien ―dijo mientras se sentaba cerca de Esteban―... Solo necesitaba respirar un poco de aire fresco, es todo.

―Menos mal, Vero. Ya casi es la cena ―dijo Cinthia mientras se tocaba la frente―. Mi hermano y yo no querríamos empezar sin ti.

Verónica sonrió a sus primos de forma sincera, o al menos eso parecía. Si uno miraba más detenidamente sus ojos, y veía más allá de la superficie, era más sencillo percatarse de su verdadero ser: una joven divertida, sincera, con sueños e ilusiones. Pero claro, que por fuera era una cosa totalmente distinta. Y algo en ese día le hacía verse incómoda, nerviosa, completamente fuera de lugar.

Los minutos siguieron avanzando y los primos comieron más galletas de la mesa. Había abundancia tenían que aprovechar. A la vez, sus conversaciones no destacaban mucho, solo uno que otro comentario y preguntas poco importantes. Ellos siempre se habían llevado bastante bien, los tres se sentían como hermanos, a pesar de que solo Esteban y Cinthia lo fueran de verdad.

La extraña cena de VerónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora