(No puse imagen porque ninguna era digna)
Así fue como empezó.
Caminaba bajo los árboles, era una tarde de otoño. De repente sentí que todo se detenía, que algo había pasado. El viento sopló fuerte y movió los árboles de la calle. Sentí que algo dejaba mi cuerpo y algo más entraba.
A la semana lo conocí a él. Y luego que lo conocí, empecé a entender.
Él me explicó quiénes fuimos y de donde somos (de una estrella distante, según él, pero yo nunca he tenido certeza de eso, siendo que amo mirar el cielo). Me contó de aquellos tiempos en que paseábamos bajo la sombra de los árboles, a la orilla del río, aquellos tiempos en que volábamos sobre las montañas.
También me enseñó a ver a nuestros ancestros en las nubes, a escuchar cómo habla el viento y sus maravillosas historias, a descansar en la lluvia. A recargar mis energías gracias a las plantas, a reconocer a los de nuestra especie y a nunca despertarlos si estaban dormidos.
Y así aparecieron enemigos, haciéndose pasar por mis hijos, que aún dudo si alguna vez tuve.