Epílogo

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Epílogo

El invierno había llegado. Sentado en el banco, a la sombra, un escalofrío le recorrió el espinazo. Era el único banco de la calle al que no le tocaba el Sol, debido en parte a la sombra producida por aquella inmensidad de cemento y cristal. También era el que tenia mejor ángulo de visión de la parte de atrás del hotel. Y no estaba allí de paseo, ni calentándose. Tampoco había palomas para alimentar ni otra cosa que hacer que fumar y eso fue lo que hizo una vez mas. Sacó el arrugado paquete de Winston y comprobó que era su último cigarrillo. Se lo puso en la boca pero no lo encendió.

«Maldita sea muchacho—pensó mientras comprobaba una vez mas la hora en el viejo reloj Casio,¿donde te has metido?—Llevaba unas cuantas horas allí, en la misma posición, vigilante. Cambió de postura y su espalda se quejó con un leve crujido—. Llegará a tiempo, estoy seguro. El seat panda del maître sigue en el parking y hoy no hay fútbol... bien, estamos a tiempo. Aún no ha salido del edificio, y posiblemente no saldrá hasta dentro de unas horas.—meditaba taciturno.»

El hotel era un edificio impresionante incluso desde el punto de vista de un viejo camarero como él, que había visto de todo. Y él era difícil de impresionar. Pero no era para menos. Era capaz de albergar hasta mil cien clientes, y eso eran muchas bocas que alimentar a las horas de los servicios de desayuno, comida y cena que el hotel servía a diario.

«Yo ya no estoy para estos trotes, pero él sí, es joven y aún no ha perdido la cabeza. Aguantará. Y el maître le contratará seguro. Me debe unos cuantos favores de cuando eramos jóvenes. No olvidará lo de Alicante. Le contratará y podrá disponer de dinero para subsistir. Incluso puede que algún día aprenda a tocar esa guitarra que se ha comprado. ¿Quien sabe?»

De repente, un ciclomotor se aproximó a la entrada trasera del hotel. Lo conducía un joven bajo y muy delgado que iba vestido de camarero. El copiloto era su joven aprendiz, de paisano. Desde el banco pudo ver una cinta roja asomar por la abertura de la cazadora. El vehículo se detuvo frente a la valla de acceso al edificio. El conductor tocó el timbre y, tras unos segundos, el acceso se abrió, dándoles paso. El ciclomotor desapareció al descender por el camino en dirección al hotel.

«Está hecho, ha entrado.—pensó mientras se levantaba del frío banco— No sabes lo que te espera, zagal. El asador del Goblin era un colegio de parvulario al lado de esto. Recuerda las lecciones y no olvides nunca tu abridor o estarás perdido.»

Sacó el mechero y lo miró durante un instante. Se encendió al fin el cigarrillo que llevaba en la boca, y se alejó de aquel lugar. Llevaba una sonrisa dibujada en su rostro.

CONTINUARÁ...

Historias de un camarero ZenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora