Capítulo 2: Entrar en combate

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Capítulo 2: Entrar en combate

Aquello se convirtió en un campo de batalla en cuestión de segundos. El Guindilla andaba a toda velocidad por el salón, atendiendo a la gente, dirigiéndola a las mesas, tomándoles nota. Lo hacía todo siempre con una sonrisa, como disfrutando del momento. ¿He dicho siempre? No, siempre no. Cuando hablaba con su nuevo aprendiz parecía descargar todo el estrés del mundo sobre él.

—¡Recoge esa mesa! ¡Retira los platos de ahí! ¡Monta ahí para cuatro! —gritó gesticulando compulsivamente, señalando con sus brazos en todas direcciones. El novato daba vueltas por el salón, tratando de hacer todo lo que se le gritaba, pero era imposible. Hacía apenas veinte minutos todo era calma y sosiego. Habían estado montando mesas tranquilamente, charlando.

—Así que campeón comarcal de eichofempairs, ¿eh? —el Guindilla hablaba siempre sin mirarle, mientras extendía manteles. El alumno iba detrás de él, colocando los platos, cubiertos y copas tal y como su maestro le había enseñado.

—Pues sí, es un juego...

—Aquí todos esos estudios no te van a servir de nada.—dijo el Guindilla, que siempre le cortaba las frases «¿Estudios? pensó—, ¿es que aquí está todo el mundo mal de la olla?»

—Te explicaré de que va esto. Se podría decir que es como un teatro. Los clientes no vienen sólo a comer, sino más bien a que se les sirva como sí fueran los reyes. Nosotros somos los actores, por así decirlo. Los clientes deben disfrutar, no sólo con la comida, sino también con la sensación de que son importantes. ¿Lo vas cogiendo?—mientras hablaba iba moviendo ligeramente cada cubierto, plato y copa que su alumno colocaba. Él no notaba la diferencia, pero por la cara que ponía el Guindilla debía de ser enorme.

—¿Y que hay de eso de que el cliente siempre tiene la razón?—preguntó inocente.

—Eso podríamos decir que forma parte del espectáculo. Pero no te preocupes por eso ahora. Ven, te enseñaré exactamente lo que tienes que hacer.

El Guindilla lo llevó hasta el interior del restaurante. Allí estaba la barra, que cruzaba el salón interior de punta a punta. Tras ella y sobre un viejo mueble metálico, descansaba una vieja cafetera, ese ser mitológico cuyo funcionamiento desconocía por completo. «Ahora me va a explicar como hacer cafés, mola». Junto al mueble de la cafetera, dos neveras con puerta de cristal llenas de botellas de todo tipo completaban el conjunto. «O quizás vaya a enseñarme donde está el vino, los tipos que hay, sus diferentes uvas y tal. Que interesante.» Pero no. No hubo explicaciones interesantes y elaboradas. De la boca del Guindilla sólo salían instrucciones precisas, como si tuviera siempre mucha prisa y poco tiempo para perderlo con tonterías.

—Aquí me dejas toda la cristalería sucia.—acompañó su frase con un golpe seco sobre la barra. Se metió tras ella y siguió hasta el fondo, atravesando una cortina vieja y manchada de grasa que daba paso a un pequeño habitáculo de apenas dos metros cuadrados. Allí había una pequeña pileta de fregar y justo enfrente un tablón también cubierto de grasa (todo parecía tener grasa en aquél lugar) descansaba sobre un par de toneles de madera, ocupando más de la mitad del espacio. Aquello era claustrofóbico y asqueroso de verdad.

—Y aquí me dejas los platos sucios, fácil ¿verdad?—acompañaron sus palabras otro golpe seco, esta vez sobre el tablón de madera.

Y aquellas habían sido todas las explicaciones que el Guindilla tenía para él. Parecía sencillo, pero a la hora de la verdad, nuestro joven incauto se las veía y deseaba, corriendo de un lado a otro.

Historias de un camarero ZenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora