III

297 31 12
                                    

No hay otra forma de sacar la rabia contenida más que aventando cosas a la pared, siempre y cuando no sean cosas indispensables. No sería tan estúpido. Aviento ropa, decoraciones, alguna que otra curiosidad de mi habitación que sé que no se va a romper y parece que funciona. La rabia se disipa, pero le abre paso a la tristeza y sigo haciéndome las mismas preguntas incluyendo una más: ¿Por qué permito que me haga esto?

Aceptémoslo, Abby me tiene bajo su control, manipula mis sentimientos sólo con dedicarme una sonrisa o llamarme Benny, es como si todas mis barreras anti Abby cayeran en ese instante en que me mira a los ojos. Estoy cansado y no puedo permitírselo más, no puede hacerme enojar y luego hacerme caer de nuevo. Parece un juego en dónde la única que no se da cuenta es ella, o tal vez sí se da cuenta y sabe que me tiene. Me obligo a pensar que no es así, eso sería ser bastante cruel.

Me tiro en la cama y escondo la cabeza bajo las almohadas, luchando contra el impulso de llorar. No quiero hacerlo porque sé que no vale la pena, porque probablemente supere esto y más tarde estaré riéndome de esta etapa de mi vida. O por lo menos eso es lo que quiero creer. No tengo el corazón roto, estoy seguro de eso, sólo que se siente como eso.

Pierdo la noción del tiempo, me quedo quieto en la misma posición pensando en cómo estrangular a Noah, por ser un hijo de puta; y también a Abby por no saber lo que de verdad quiere, por conformarse con miserias y no creer que merece algo mejor.

Tocan a la puerta y al instante me levanto de la cama, tratando de que no se me note lo fastidiado que estoy.

—Hola querido —saluda mamá. En sus manos trae lo que parece una taza de té y un cuenco de galletas.

Alzo el brazo izquierdo para revisar la hora y en efecto, se me pasó la hora del té.

—¿Estás bien, Ben? No te había escuchado lanzar cosas a la pared desde que tu padre y yo nos separamos.

Aprieto los labios y la miro avergonzado, no quería ser escandaloso.

Mamá me mira con ese par de ojos azul verdoso, muy parecidos a los míos, está preocupada. Lo noto por las líneas de expresión que aparecen en su frente. La invito a sentarse sin necesidad de decir ni una palabra, me hago a un lado y ella lo capta. Toma asiento de inmediato y me tiende el té.

—Estoy bien, mamá. Solo estoy enojado, decepcionado —no digo nada más, no quiero darle explicaciones.

—¿Hay algo que pueda hacer para hacerte sentir mejor?

Niego mientras le doy sorbos al té y tomo una galleta.

—A menos que tengas una explicación para algo que no entiendo. Después de todo eres mujer.

—Estoy intrigada, ¿de qué se trata?

Mamá tiene el cabello corto, pero cuando se quiere concentrar toma sus pocas hebras oscuras y las amarra en una pequeña coleta en su nuca. Sé que me presta atención porque hace lo de amarrarse el cabello sin quitar su mirada de mí.

—¿Por qué las mujeres se interesan por los peores hombres? Esos que solo les traen problemas.

Mamá parpadea un par de veces y tiene que apartar la mirada de mí, como si estuviera avergonzada.

—Quizás digas que no debo generalizar, pero la mayoría de las mujeres busca a esos chicos. Mientras que dejan a los que de verdad las quieren en la zona de amistad.

—Bueno, Ben. —Vacila unos momentos y sigue parpadeando sin mirarme —. Tal vez no sea la adecuada para responderte. Fui una de esas chicas.

Sonríe con amargura y suspira.

A Tus PiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora