Capítulo primero

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Aún vive la esperanza

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Capítulo I

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La lluvia comenzó a caer. Todos esos recuerdos de su pasado se habían agolpado en su mente. Era increíble cómo una sola cosa lo podía llevar a revivir todos aquellos momentos. Las llamas empezaban a apagarse por las pequeñas gotitas de agua que caían del cielo, disipando el olor, el horrible olor de un crimen todavía más terrible. El complejo industrial a sus espaldas, gris, derruido, impregnado de la sombra de muerte, era testigo inmutable de un crimen atroz, uno que día día se repetía, como un ciclo interminable, y ni él, hombre que antaño fuese inocente y cálido, ni los suyos, que eran mercenarios impíos, harían algo para terminarlo. El egoísmo era un mal compañero cuando el desdichado que lo posee se encuentra en una sociedad respetable, sin embargo, en esos instantes el egoísmo era el héroe inesperado de muchas almas débiles que buscaban desesperadamente un ancla para la supervivencia, porque cuando el ser humano se ve vulnerable, se vale de sucias artimañas para prevalecer.

Inocencia y paz, eran palabras que desde hacía siete años el mundo se negaba a creer que fuesen verdaderas, pues no había manera en que alguien se atreviese a mantenerlas con vida. Desesperación, muerte, engaños, sangre, dolor, terror, odio, eran las palabras que los acompañaba todos, sin excepción alguna. El mundo había cambiado, la guerra los había cambiado a todos. Ni siquiera él, sujeto que en sus años de infante gozaba de un sentido de la justicia más que elevado, luchando contra lo que creía incorrecto, protegiendo a los débiles, podía hacer algo ahora. ¿Qué era un simple hombre, considerado entre sus compañeros como un clase baja, contra un ejército de miles de hombres que actuaban bajo el mando de una sola mente maestra y siniestra?

Nada, y la nada, nada merecía.

—¡Kakarotto!

La masculina voz hizo que volteara la cabeza hacia el hombre que se acercaba a él. Alto, fornido, el cabello larguísimo, casi hasta la rodilla, el rostro serio, el ceño fruncido, los brazos cruzados. Caminando con una seguridad impresionante y una actitud que parecía ni haber notado la horrenda pila de cuerpos ahumados que se alzaba a lo lejos, le llamaba.

Su hermano.

Goku volteó el rostro hacia el horizonte. Odiaba ese nombre: Kakarotto, era casi como una etiqueta que le recordaba la herencia maldita de la que era parte. La herencia saiyajin, una raza guerrera, sanguinaria, sin piedad alguna. Su familia. Su pasado, presente y futuro. Su sangre, su todo. Cuánto lo odiaba.

Raditz llegó a su lado y poniendo una mano sobre su hombro lo saludó, mas no obtuvo respuesta.

—¿Por qué los están quemando aquí? —le preguntó al momento que retiraba la mano y echaba un vistazo sobre su hombro.

El menor, apretando los puños en signo de impotencia, tardó en contestar.

— El incinerador de la zona este se descompuso y como ya eran demasiados cadáveres, los pusieron en un camión y los mandaron aquí —fue la respuesta de su hermano.

Observó el mayor las maniobras llevadas a cabo para sofocar el fuego, estoico, hundido en pensamientos que su hermano no comprendía. La vista no era agradable, lo sabía muy bien, a pesar de que en expediciones militares anteriores sus ojos negros habían apreciado el verdadero infierno.

—¿En un antiguo complejo industrial? Supongo que había personas ocultas allí, ¿no? —Goku pareció incómodo con la pregunta, pero le respondió dándole la espalda.

Aún vive la esperanza [Goku&Milk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora