Capítulo 1

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La canción "Don't be so hard on yourself" de Jess Glynne comenzó a sonar en la cocina de una casa cualquiera, en el Coto de Santa Mónica. Las notas eran apenas un susurro, aunque poco a poco el volumen fue subiendo hasta que se mezcló con unos pasos. Una chica de pelo rubio y ojos azules bajaba las escaleras sin ser consciente del ruido que hacía. Sus ojos buscaron por toda la estancia el origen de la música. Miró hacia la mesa y lo vio: su teléfono móvil recibiendo una llamada. Se apresuró a cogerlo y contestó.

—¿Sí? —preguntó. Su voz sonaba cansada.

—¡Carlota! —contestó una voz mucho más jovial que la suya— ¡Por fin contestas! Llevo toda la mañana llamando.

Carlota reconoció la voz de su amiga Zaira y rió, haciendo que su pelo ondulado se moviera al compás de la risa.

—Lo siento. Hace cinco minutos que he llegado a casa y estoy muerta, guapa. ¿Alguna novedad?

Una sonrisa asomaba en sus labios. La chica que había al otro lado de la llamada rió. Por su forma de comunicarse se podía notar que Carlota y ella tenían mucha confianza.

—Mi pueblo es *tremendamente* aburrido, aquí no pasa nada fuera de lo normal. Da igual. ¿Al final vas a ver las listas?

Carlota frunció el entrecejo, notando la alegría de su amiga más opaca que de costumbre.

—Sí. ¿Tú también vienes, no?

La rubia comenzó a preocuparse al ver que su amiga tardaba en contestar.

—Lo siento mucho, Lota, hay un tráfico horrible y no creo que llegue a tiempo.

Las palabras de Zaira cayeron sobre su estómago y un nudo se formó en su garganta. Se vistió con su sonrisa más falsa, por mucho que nadie pudiese verla. Puso toda la dulzura que pudo en su voz cuando replicó:

—Ah. Bueno, tranquila, guapa. No es culpa tuya. Mi madre quiere que recupere el contacto con Estel, de todas formas. Supongo que iré con ella para que esté contenta.

Al otro lado de la línea, se escuchó un resoplido de indignación.

—¡Dios, Carlota! ¿En serio quieres ir con ella? Quiero decir. Yo te dejo y eso pero, ¿por qué Estel? O sea, es *tremendamente* desagradable.

Carlota se quedó en silencio, sin tener claro qué contestar. Levantó la mirada hacia el reloj que había en la cocina.

—Ay, guapa, me tengo que ir. Mis padres acaban de llegar a casa.

—Pero...

Carlota no dio tiempo a su amiga para terminar. Colgó la llamada y dejó el teléfono sobre la mesa de nuevo, reflexionando sobre su siguiente movimiento. Si quería ir a ver las listas acompañada tenía que hablar con Estel en ese mismo instante. Este motivo fue suficiente para hacerla actuar; no quería perder su reputación.

—¿Hola? —La voz de su ex amiga era tan falsa como la suya.

—Hola Estel, guapa, soy Carlota.

—Ah, hola.

Esta vez, Estel no ocultó su malestar con ella. Carlota apretó los puños al notar el tono de desinterés que había utilizado. De pequeñas habían sido muy buenas amigas. En cambio, al crecer se habían dado cuenta de lo distintas que eran. La madre de Carlota seguía empeñada en que recuperasen la amistad perdida, pero no es tan fácil juntar el agua con el aceite, por mucho que ambos sean líquidos. Por mucho que ambas fuesen igual de perversas con la gente de su alrededor.

La sonrisa de Carlota aumentó. Las ganas de pegarle un puñetazo a Estel y a su madre también.

—¿Te apetece venir a ver las listas conmigo? No sé si vas a ir con alguien y he pensado que podríamos ir juntas tú y yo.

El Diamante de Velázquez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora