En un campo de lápidas

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En aquel momento me tendió su mano, sin intercambiar ninguna palabra entre nosotros.

Me quedé mirándole un tiempo.

Era una mano grande, comparada con la mía. Estaba limpia y era blanca como las calles de la ciudad en los días de nieve.

Me recordaba los días en los que mis padres y yo abandonábamos el estrecho callejón en el que vivíamos para hacer muñecos y bolas de nieve.

Su cara no se parecía a ninguna de las que estaba acostumbrado a ver, y juzgando por los anillos de oro que llevaba en los dedos, no parecía que aquí pudiera haber nada que le interesase.

Sus ropas eran limpias, a pesar de ser de colores oscuros.

Fui con él, a lo que a mis ojos de niño, parecía un campo verde lleno de piedras que parecían haber salido de la nada.

En aquél lugar habían muchas otras personas vestidas del mismo color oscuro que el hombre, pero entre ellas no pude encontrar la cara de mis padres.

Cada vez que preguntaba por ellos, alguien de esa multitud sollozaba, y entonces él tomó mi mano.

Sentí la calidez de su palma, mientras veía su rostro que con una sonrisa me dijo:

"Tranquilo, ahora yo estaré contigo".

En esos momentos no entendí que aquello me llevaría a la tumba, pero como niño ingenuo que una vez fui, pensé:

¿No está bien así?



Algo empieza cuando todo terminaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora