El polvo blanco que enriquece

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En ese momento, alguien interrumpió el silencio. Edgar apareció para decirme que el Sr.South iba a ir a la casa con algunos de sus compañeros de trabajo y que, después de que nos presentaran, me fuera directamente a mi habitación.

"Era justo lo que estaba esperando", pensé. Al estar en mi cuarto podía, por fin, buscar una forma para abrir el libro, que había quedado escondido debajo de la almohada.

Una hora más tarde, justo después de que terminara de comer, el Sr.South entró por la puerta acompañado de varios hombres en traje, los cuales supuse que eran sus conocidos. Había, por lo menos, siete personas junto a él. Todas tenían un aura sofisticada, a pesar que se reían a voces. Cuando cualquiera de ellos hablaba, se interrumpían, pero cuando el Sr.South abría la boca para decir algo, cedían la palabra y nadie retomaba la conversación hasta que él había terminado. Eso demostraba el respeto y la autoridad que le tenían.

El Sr.South nos presentó como su familia y acepté con modestia todos los halagos que aquellos hombres no dejaban de repetir: "Que afortunado eres, niño", "No he conocido a nadie con tanta suerte como la tuya", "Te ha tocado la lotería, muchacho"... Todos halagaban mi suerte, pero nadie halagó a mi persona.

Empecé a subir las escalaras hacia el segundo piso después de actuar modestamente con los caballeros, pero la voz profunda del Sr.South detuvo el paso ligero que mantenía por llegar rápidamente a mi habitación.

"¿Dónde vas con tanta prisa? Hoy cenarás con nosotros. Es hora de que vayas empezando a socializar con los de tu mismo estatus."

Mi mismo estatus. No entendía como podía formar parte de un estatus que miraba a su alrededor como el soberano del mundo, que no levantaba la vista, que mantenía mirando al mundo con ojos de inferioridad.

Acabé por sentarme al final de la larga mesa, probando a bocaditos la comida y sin decir palabra.

Después de acabar con los postres Edgar sirvió el café, que duró toda la tarde. Conversación arriba, conversación abajo, "sírveme otra taza". Fueron las horas más aburridas, superficiales y extremadamente largas que había pasado en toda mi vida. Por fortuna, cuando el sol ya se había puesto hace rato, los invitados empezaron a marcharse.

Quedaron solamente el Sr.South, un caballero de traje azul estridente y un hombre de traje negro y mirada aterradora.

Me dieron permiso para irme a mi cuarto, ya que, según ellos, estarían hablando de cosas de política que un niño como yo, no entendería.

"¿Y todas esas conversaciones en la mesa qué?", pensé en lo más profundo de mis ser, ya que la mayoría de conversaciones eran rumores sobre otras familias y los escándalos que de estas se hablaban. Estoy seguro que si a la gente de su mismo "estatus" la ponían verde en su ausencia, no podía ni imaginar lo que dirían de los políticos. Subí rápidamente las escaleras para que al Sr.South no tuviera tiempo de cambiar de opinión.

Una vez en mi habitación, pasé una hora intentando abrir el dichoso libro, cuando escuché muchos pasos subiendo las escaleras de la mansión, al segundo piso.

Abrí un poco la puerta para ver quién era y vi al hombre del traje azul abrir la puerta del despacho principal. Junto a este iban el Sr.South y el hombre de traje negro.

Me acerqué, curioso como el que no quiere la cosa, y puse mi oreja pegada a la puerta.

"¿Cómo va el pequeño negocio?", decía uno de los hombres.

"Ya funciona como la seda. Están tan desesperados, que matarían por conseguir tan solo unos gramos", respondió el hombre de traje azul.

"No me importan tus negocios mientras yo saque lucro de ellos. No quiero esa cosa dentro de mi casa, mañana ven y llévate los libros.", dijo la voz severa del Sr.South.

No entendí a lo que se referían con "libros", pero enseguida vino a mi mente el libro negro que había cogido en la biblioteca e intentado abrir hasta hacía un momento. Cuando ya iba a dejar de escuchar, la voz del Sr.South llamó de nuevo mi atención.

"El otro día ya tuve que encargarme de uno de tus clientes que se coló en mi casa. Por suerte no encontró nada, pero parece que se llevó uno. ¿Estás seguro de que esos libritos son seguros?", dijo con un tono algo preocupado.

"Tranquilo, nunca averiguaría como abrirlos. Ese pegamento es tan fuerte que tendría que meter el libro en agua y sé que contigo pisándole los talones, nunca habría conseguido escapar.", contestó de nuevo el hombre de traje estridente.

La conversación golpeó mis tímpanos y corrí rápidamente hacia mi cuarto. Agarré el libro y lo metí en la jarra de agua que había en la mesilla. Tiré con todas mis fuerzas y este se abrió. Mostrando lo que parecía ser una bolsita de tela.

Al abrirla, vi una cantidad exagerada de lo que parecía ser un polvo blanco.

Algo empieza cuando todo terminaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora