Un campo de flores rojas

167 5 2
                                    

Una brisa sopló de golpe.

Cerré los ojos para que las briznas de hierba que habían salido volando no entraran en mis ojos, y al volver a abrirlos desaparecieron de mi vista. La Sra. South estaba alejada de la caseta y no había rastro de Patrick.

Yo no era muy astuto, pero enseguida comprendí que aquello era algo que no debería contar a nadie. Por la seguridad de ellos, pero también por la mía.

Para despejar mi mente e intentar olvidar lo que había visto, me dispuse a pasear por el enorme jardín.

Caminé alrededor de diez minutos en línea recta y seguía sin ver rastro de las vallas que delimitaban el recinto de la casa.

Una parte del jardín estaba cubierta de flores, y decidí pasear cerca de ellas para poder observarlas. Había margaritas, amapolas y plantas de lavanda que aún no habían hecho flor, también había algún árbol, como el limonero, que estaba floreciendo.

De golpe, sentí que alguien tocaba mi hombro, era la Sra.South.

Me preguntó si quería acompañarla en su paseo y yo accedí. Pasamos por debajo de unos arcos de madera que formaban un pasillo lleno de flores enredaderas.

Ella me contó que eran una planta llamada buganvilla y que solía florecer en esa época del año. Hablamos de cosas superficiales o nos limitábamos a comentar el paisaje, pero me alegró poder conversar con alguien más que no fuese Edgar, a decir verdad me sentía abandonado en la mansión.

Volvimos a la casa después de recorrer casi todo el jardín y para ese entonces ya casi era la hora de comer.

Evidentemente, la cena fue, de nuevo, todo un lujo.

Comimos pato, y aunque fue la primera vez que lo probé, me pareció delicioso. Otros magníficos manjares estaban presentados en la mesa, pero no llegué a probarlos todos.

Después de la comida, Edgar me llevó a una sala en la que había un escritorio de madera y una pizarra. Tenía que asistir a clases.

Solo la primera clase de matemáticas exprimió hasta la última neurona de mi cerebro. Como podía la gente dedicarse a algo tan complicado, era algo que no llegaba a comprender.

Lengua e historia fueron algo más fácil, y sobreviví a mis primeras lecciones.

Ya era tarde cuando por fin me dejaron salir de la sala, y el sol se estaba poniendo. Edgar me ofreció una merienda, pero la rechacé, ya que aún no había digerido la comida.

Una vez más, salí al jardín a pasear, necesitaba mover las piernas y respirar algo de libertad.

Me senté en una pequeña colina donde había un campo de margaritas, mientras contemplaba la puesta de sol. Pensé si alguien como yo estaba hacho para vivir de esta rutina.

Una mansión, comidas extravagantes, fina ropa, tutores privados. Parecía un sueño inalcanzable que de pronto se hizo realidad, y sentí que no lo merecía.

Mientras miraba con melancolía el atardecer, observé las margaritas a mí alrededor y vi algo extraño. Algunos pétalos de estas estaban manchados de rojo.

Me levanté y me acerqué a ellas, había algo escondido entre las flores. Me acerqué mucho e aparté algunas ya que no podía ver con claridad.

Al ver lo que era, eché a correr. Llegué a la casa y le conté a Edgar que el día me había cansado y que iba a dormir. Me metí debajo de las sabanas y me tapé con ellas lo más que pude.

Lo que vi era...un brazo.

Algo empieza cuando todo terminaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora