Universidad de Nueva York
Sábado, 18 de marzo de 2006
Las fiestas organizadas a principio de cada semestre siempre han sido de mis favoritas. Incluso no he dejado de asistir a ninguna desde que obtuve el empleo de profesora. Después de todo, bailar y beber un poco de cerveza con amigos es una buena combinación para relajarse un viernes por la noche.
Fue pura suerte y coincidencia el notarla entre ese laberinto de estudiantes bailando por todo el lugar al contornear sus cuerpos al ritmo de la estridente música. Todo cambió al verla, me olvidé de divertirme y la seguí silenciosamente con la mirada por más de una hora. Estábamos a más de quince metros de separación, pero no dejaba de cuidarla ante cualquier imprevisto.
¡¿Por qué siento esta necesidad de protegerla?!
Desde el primer día de clases, cuando me preguntó la dirección de la facultad, no me la pude sacar de la cabeza. Y la sorpresa fue mayor al encontrarla en mi clase de finanzas. Me quería echar a reír de esa improbable coincidencia.
Luego de esa clase me había leído su ficha de estudiante tantas veces que la sé de memoria. Mila Ivanova, un nombre tierno para una chica dulce.
- ¿A quién miras tanto? – Grita Xavier, un amigo que termina este año su máster, por encima del alboroto de la fiesta.
Desde hace unos segundos la había perdido de vista. La preocupación me tenía con el corazón agitado. Debía encontrarla.
- Acompáñame a buscar a alguien. – Farfullo, mientras trato de escapar de la aglomeración de jóvenes borrachos.
En realidad, no sabía en dónde encontrarla, pero algo tenía que hacer. El ambiente de los exteriores de la fiesta no era tan intenso. Unos pequeños grupos seguían bebiendo o fumando, algunas parejas en arrumacos entre los árboles, y de espaldas veo a una solitaria chica trastabillando con sus pies y casi por desplomarse sobre el césped.
Sin duda era ella. Corrí a atraparla entre mis brazos y logré tomarla de la cintura para jalarla con fuerza hacia mí. Doy un giro para que se pueda apoyar en mi cuerpo, y sin esperármelo, su cabeza se acomoda perfectamente debajo de mi cuello. Instintivamente le doy un cálido abrazo como nunca antes lo había hecho por nadie.
- ¿Quién es ella? – Exclama Xavier atrás mío.
- Una amiga que necesita que la lleve a su casa. – Contesto bastante alegre por haberla encontrado, con más alcohol de lo debido, pero a salvo y sintiendo el latir de su corazón contra mi pecho.
Entre los dos, logramos sacarla de la universidad y subirla a un taxi. Qué bueno que me sabía de memoria la dirección de su departamento, hubiese sido demasiado complicado de explicar si la llevaba a mi casa. En todo momento, pese a su estado semiconsciente, Mila no dejaba de murmura mi nombre y acurrucarse entre mis brazos.
Una vez que llegamos al lujoso edificio departamental -con bastante esfuerzo- logré que caminara hasta los ascensores. La escena me resultaba de lo más graciosa. Hace unas horas si me hubiesen dicho cómo terminaría esta noche, me habría reído sin dar crédito a una idea tan sacada de una película romántica.
Extraje de su cartera la llave del pent-house, esperaba encontrar a otra persona que viva con ella. En el mejor de los casos alguien que no sea sus padres, no tenía ganas de dar explicaciones. Pero al estar todas las luces apagadas era una señal de que esta chica tonta o, mejor dicho, inocente vive sola y así se le ocurrió ir a una fiesta.
La llevo hasta su cama y se desploma como un cuerpo inanimado, sin antes acurrucarse entre las sábanas. Decido desvestirla, le quito la blusa y la faldita, esa misma que me encendió hace unos días cuando la vi andar por los pasillos de la facultad. Después la despojo de sus aretes y el collar que lleva puestos. Abro el cajón de la mesita de noche para dejarlos ahí, pero me encuentro con los sobres rosas que le he estado enviando.
Tan inocente y coqueta al mismo tiempo, única en el mundo. Mi rusa de cristal.
Al tenerla así de indefensa, no me nacen las ganas de hacer otra cosa que admirar su belleza. No me atrevo a tocar la blancura de su piel, ni siquiera de besarle en esos deliciosos labios entreabiertos que convierten a mis días malos en perfectos cada vez que los veo curvarse en una sonrisa.
La arropo con el cubrecama, arreglo su cabeza en la almohada y me permito darle un corto beso en su sedosa mejilla. Podría meterme a la cama y dormir con ella, pero ¿qué sentido tiene hacerlo?, solo causaría que me enamore más de ella.
Sin embargo, desde hace casi seis años no sentía mariposas revoloteando en mi interior como cada vez que la veo sonreír, nunca había escrito una carta y mucho menos firmarla como Trece.
Tomo un edredón y una almohada para simular una cama en una silla. Desde ahí puedo ver a plenitud a una pandita tan hermosa navegando por la inmensidad de sus sueños. Así como antes yo los tenía.
Aunque todavía llevo uno tatuado en mi muñeca, el más especial de todos: Formar una familia con la mujer de mi vida.
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Fuera de juego
RomanceArantxa nunca imaginó que su corazón volvería a latir por otra chica. Conocer a Mila le cambió la vida. Con un pasado que trata de olvidar cada mañana, el futuro no parece nada prometedor.