Segunda parte

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-¿A dónde tengo el gusto de llevarlo joven Kaulitz? -preguntó mi conductor personal, Jörg, una vez subí al auto.

-Al estúpido evento al que debí haber asistido hace más de media hora -respondí irritado. Él arrancó sin reprochar. Estaba acostumbrado a mis repentinos cambios de humor, aunque sabía que me entendía perfectamente, Jörg era como un padre para mí.

-¿Sigue sin contestarle? -ruspiré rendido. Se las pillaba todas.

-Sí... No sabes lo mal que me tiene todo esto.

-Entiendo joven Thomas, pero si gusta puede tomar en cuenta mi opinión. Yo digo que debería seguir insistiendo, sí. Su relación no puede terminar de esa manera. Estoy completamente seguro de que si el joven Bill lo ama, va a escucharlo. De todas maneras debe darle tiempo, él debe estar sintiéndose muy mal por lo que pasó y necesita relajarse para aclarar las cosas con cabeza fría. Lo mismo debería hacer usted -puse una mueca. Tenía toda la razón. Desde que Bill y yo discutimos por culpa de aquél chisme, no había dejado de buscarlo y de rogarle que por favor me escuchara, seguro debía estar sintiéndose harto y carente de un respiro, pero es que mi anhelo era arreglar las cosas lo más pronto posible si es que se podía, pero al parecer estaba logrando todo lo opuesto.

-Detesto cuando siempre tienes la razón Jörg, pero gracias por el consejo, lo tendré en cuenta -él sonrió complacido, a través del retrovisor.

En el resto del trayecto, nos mantuvimos en silencio e internamente agradecí eso.

Mientras iba contemplando de forma distraída el pasar de los distintos edificios, por la ventana, me fijé curiosamente en un sitio en donde la gente suele ir a jugar bolos y sonreí al recapitular el día en el que volvimos a salir los cinco.

Desde ya hacía un mes y medio que Bill y yo hablábamos y manteníamos constantemente juntos, claro que nadie sospechaba que de vez en cuando nos encontrábamos a solas y nos dábamos uno que otro beso en algunas ocasiones.

-¡Chuza! -festejé mi tercer triunfo, al ir ganando por tres chuzas a Georg, quien había apostado a que si alguno de los dos perdía, tendría que invitar, pagando un par de refrescos y mecato del que uno se le antojara pedir.

-Joder...

-Vas perdiendo mi querido Geo -le molesté. Él soltó un gruñido-. ¿Te rindes o quieres cuatro de tres?

-Está bien, está bien, tú ganas. No más no vayan a pedir algo fuera de mi alcance. Ya veo mis bolsillos llorando -todos reímos, Georg a veces era muy dramático. Él se fue a sentar con las otras dos chicas, quienes por cierto tenían por nombre Ria y Natalie. Bill y yo nos quedamos de pie, él observándome mientras que yo seguía jugando.

-¿Quieres que juguemos? -sugerí, al verle parado sin realizar ningún movimiento.

-Jo... lo que pasa es que yo no sé jugar bolos -se quejó mi dulce niño, formando un adorable puchero. Que ganas me dieron de abrazarlo por la cintura, atraerlo hacia mí y morder su labio inferior. Pero no, tenía que controlarme, sus amigas y mi mejor amigo, estaban presentes.

-Ven a aquí, que yo te enseño -le pasé la pesada bola, él la sostuvo y yo me paré detrás suyo, tomándolo por la cintura y guiando su brazo, haciendo el amago para que aprendiera como se debía lanzar para hacer chuza-. Mira, balanceas la bola de éste modo, te inclinas un poco y... sueltas -hizo todo lo que le indiqué: Arrojó la esfera que rodó hasta el final del terreno de juego, donde impactó, derribando la gran mayoría de los bolos, quedando sólo dos intactos.

El Chisme [1tp]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora