Capítulo 1: Pueblo pequeño, grandes tradiciones y grandes problemas.

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Capitulo 1: Pueblo pequeño, grandes tradiciones y grandes problemas.

  Regresar de Londres se me hizo aún más duro de lo que había pensado, si  bien al comienzo fue dificil dejar atrás mi vida en un pequeño y desconocido pueblo de la costa inglesa, era simplemente imposible no enamorarse de una ciudad tan grande y tan llena de todo lo posible e imposible, lo que me ponía en un pequeño dilema moral: por un lado estaba mi gran sueño de toda la vida hecho realidad y por el otro mi vida pasada, incluyendo en ella a mi familia y a mis amigos. Yo los quería, por supuesto, y los echaba mucho de menos, pero si me me preguntaban (lo que nadie hizo, por supuesto), si quería volver a pasar las fiestas, la respuesta hubiera sido un rotundo… sí, soy una bestia, mi respuesta hubiera sido no. Definitivamente no. No por no querer pasar tiempo grato en compañía de los que quiero, sino por las mil y un tradición y mas de un problema que hay en un pueblo pequeño.

  Si bien los primeros días fueron agradables, ya que tres meses fuera siempre traía sus beneficios, tales como platos favoritos, regalones extras y cosas por el estilo, con el correr de los días se vuelve un poco a la rutina previa, y en mas de una ocasión me sentí mas como una secundaria con grandes aspiraciones que como una universitaria con grandes metas a medio cumplir. Aunque para evitar eso estaba Tiffany, mi mejor amiga, quien también había emigrado y que sentía la misma presión que yo. Juntas intentábamos surfear por sobre el aburrimiento pero no lo hacíamos del todo, y si bien no era lo mejor que habíamos vivido, la Fiesta de Navidad era todo un evento social y definitivamente era lo mas movido que íbamos a conseguir y no nos lo perderíamos por nada, ya sea porque no teníamos nada mas que hacer y porque era casi una obligación.

  Pese a que el invierno estaba resultando más crudo que de costumbre, con un frío que calaba hasta los huesos, el gimnasio municipal estaba casi caluroso, tanta gente atiborrada dentro que era imposible caminar tres pasos sin toparse con alguien. El problema de eso era que en mas de una ocasión me encontraba con alguien a quien no quería, pero ya pasados los minutos, y posteriormente las horas, eso se dejaba de lado. Para ser sinceros, la fiesta no era exactamente lo mas movido del mundo pero tampoco era el fracaso que habíamos supuesto junto con Tiffany, por lo que decidimos quedarnos hasta el punto culminante, el acto mas importante de la noche y el mas supersticioso de todos, ademas de ligeramente estúpido e irremediablemente inevitable: El beso bajo el Muerdágo. 

  Pero cuando faltaban minutos para medianoche, mi teléfono empezó a sonar y me basto ver la pantalla para empezar a sonreír como una tonta: era Cam. Empecé a caminar con el celular pegado a la oreja intentando escuchar algo de la otra línea cuando alguien, un X, me empujo y me hizo tirar el aparato al suelo. Maldije como un marinero y me agaché a recogerlo y aproveche para atarme los cordones de la zapatilla que por milagro aun no me habían botado de culo.

  Pero entonces, cuando ya tenia el celular en mano, completamente apagado y al borde de la fisura completa, un idiota aun mayor que aquel que me empujo, aunque ignoraba si eran distintos, y debido al nivel de torpeza podían ser uno solo, tropezó conmigo al tiempo que derramaba un liquido sobre mi cabeza. Y como si eso fuese poco, al levantarme chocamos fuertemente nuestras cabezas, cada uno lanzando un improperio digno de las alcantarillas.

 - ¡Deberías tener mas cuidado por donde caminas, imbécil! - chille cuando me sobaba el lugar de impacto. ¡Genial! Un lindo huevo me quedaría de recuerdo de las Fiestas. Gracias Papa Noel.  

- ¿Ahora es mi culpa? - gritó un furioso Ryan Langston mientras se limitaba a asesinarme con la mirada sin siquiera ayudar a levantarme. Menudo imbécil era este. - ¡Tu eras la que estaba en el suelo!

- Recogiendo mi celular, genio. - ironicé al ponerme de pie y acercarme a él, quedando solo unos pocos centímetros de su rostro. A mí no me intimidaba nadie.

Bajo el MuerdágoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora