Estás fría, como el hielo en una noche estrellada de invierno. Estás fría, como esa sensación de vértigo antes de tirarte de un lugar bien alto.
Sos fría con vos misma últimamente. Ni siquiera intentas estar bien, porque empezas el día normal pero tu buen ánimo se va desvaneciendo con el correr de las horas. No tenés nada que hacer y eso te mata. Y querés con tanta fuerza gritarle ayuda a alguien que al final te quedás helada en tu mundo y no haces nada.
Extrañas tanto, tanto tener paz como antes, como hace un par de años, en donde la paz era un sentimiento abundante en vos. Pero ¿Dónde quedó toda esa paz que sentías ayer? Te estás preguntando. No sabés. Se fue. Porque sos inestable. Porque somos inestables. Somos una Montaña Rusa de emociones infinitas en donde subimos y bajamos en cuestión de segundos, pero hay que intentar, dentro de esa inestabilidad, estar lo mejor posible. Ese es el problema: Estas semanas no tenés ganas de pensar en positivo, y está bien. Porque una se puede cansar de vez en cuando; también necesitamos vacaciones emocionales.
Estás fría, como la lluvia que te moja sin previo aviso. Estás fría, como un lago congelado. Estás fría, con tu corazón helado, con tu alma desvanecida, ida. Estás fría como vos sola sabés estar.
Tu piel ya se puso Azul y tus labios morados, los ojos enrojecidos y tu dulce pelo rebelde se llenó de escarcha. Tu piel se cortajeó y se quedó dura. Pero a vos nunca te importó la imagen. Tu corazón no dejó de latir aún, pero cada vez va más lento y le importa menos moverse. Y tu alma, inmóvil se quedó, desesperada ya se empezó a rendir. Mientras, tu mente, ni así detiene los pensamientos: una parte de ella se quiere mover, ser otra vez, pero otra, la más mediocre quizás, te pide con todas sus fuerzas que no te molestes en moverte porque ya no hay nada que hacer.
Si te quedaste fría no importa, podés volver a calentarte, pero te tenés que cuidar de no congelarte, pues de eso, no hay vuelta atrás.
