Día especial (Desenlace)

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...Nos fuimos en bicicleta, no sé cómo fue que me convenció de esto pero me hizo seguirlo en una bici con cambios por kilómetros.
Él sólo tarareaba disfrutando el viaje y yo lo seguía en silencio tratando de comprender por qué hacía todo esto, después lo miraba con el sol brillante detrás de él, tratando de saber de qué era más brillante, su sonrisa o el mismísimo sol. Ahí me daba cuenta porqué hacía todo esto, lo hacía por él. De alguna forma ya me había acostumbrado a su presencia y estar lejos de él era una tortura para mí.

Eso es lo malo de la compañía, cuando ya la tienes y la pierdes comienzas a extrañarla. En cambio, si vives en la soledad nunca extrañarás la compañía por el simple hecho de no poder extrañar algo que no conoces; pero que manera más triste de ser feliz.

Oliver se detuvo, se quitó su casco y despeinó sus cabellos al agitarlos al viento. ¿Dónde estábamos? Había estado tan distraído con mis pensamientos que no noté el momento en el que salimos de la ciudad. Como ciudad arcoiris era una ciudad en un valle no tenía ni idea hacia cual dirección íbamos, sólo veía cerros hacia mi norte y la ciudad en mi sur.

—Ufff, que bueno salir de ese gris lugar —dijo mientras dejaba su bici en el suelo y corría para tirarse en el verde pasto que aún tenía rocío— Ah, adoro esto —inhaló profundo—. Es como volver a mis raíces. En los dos sentidos —lo miré sin comprender su extraño comportamiento—, porque estoy en el suelo. ¿Entiendes? Raíces —seguía sin comprender—. Bueno, no importa. Traje sándwiches que probablemente en estos momentos están aplastados —rodó para quedar de cara al suelo—. Ahora deberían estar bien —levantó su puño y el dedo gordo, dando a entender que los sandwiches estaban bien.

Me dirigí hacia él y me senté a su lado, sin antes serciorarme de que la bici hubiera quedado a un lado del camino, abrí la mochila para ver qué era lo que en realidad había traído, pero no logré ver nada ya que la posición en la que se encontraba el pelirrojo no me dejaba ver en su interior.

—Oh, perdona —se sacó la mochila para después sentarse e indagar en su interior—. Tengo pan con palta, mayo y carne, o huevos duros. ¿Qué prefieres?

—¿Traes huevos duros ahí?

—Un viaje no es un viaje sin huevos duros —dijo mientras sacaba un huevo duro de la mochila y un olor putrefacto lo acompañaba—. ¿Quieres? —me extendió el huevo pero yo negué rápidamente con la cabeza. Ya había desayunado y no quería que ese olor putrefacto pasara a ser parte de mi cuerpo—. Como quieras —dijo sonriendo mientras tomaba el huevo y comenzaba a pelarlo.

—Ya desayuné —dije como escusa—. Pero, ¿a dónde vamos?

—Es un lugar secreto, si te lo dijera tendría que matarte —soltó como si nada.

—Pero vamos en bici, de cualquier forma sabré cómo llegar a ese lugar.

—Pero cuando lleguemos a ese lugar tendré que matarte. Por mientras sólo debemos disfrutar el viaje —terminó de pelar el huevo y se lo engulló.

—Eres extraño —solté como si nada.

—Pero un extraño feliz.

Volvió a recostarse en el suelo para poder mirar el claro cielo. Yo hice lo mismo sin razón alguna.
No sabía por qué no me había dado cuenta antes, pero estar en esa posición y a la vez con él a mi lado, me daba una calma increíble. No pude evitar cerrar los ojos y así comenzar a escuchar cosas que no había escuchado antes. Escuché la brisa del viento, el roce de este con las flores, hierbas y pastos, el sonido de las aves cantar, el propio latir de mi corazón o mis pulmones expandirse y contraerse al respirar; aunque no lo crean, estaba escuchando el silencio.

—Alex, despierta. Alex... —escuchaba a alguien llamarme a la distancia- ¡Alexander!

Un grito así me alarmó así que abrí los ojos y me senté de golpe para estar alerta, pero al momento de hacerlo mi frente chocó con la de Oliver que al parecer trataba de despertarme.

—¿Qué tratas de hacer? —dije cuando ya tenía asimilado el lugar en el que estaba— No estaba durmiendo, sólo estaba disfrutando del silencio.

—Sí, claro. Si no fuera porque te grito no te despiertas —tenía su mano en su frente, al parecer le dolió el golpe—. Debemos irnos, ya casi va a ser hora del almuerzo y ya han pasado tres vehículos. Tuve que esconder las bicis para que no nos vieran.

—¿Qué tiene de malo nuestras bicis? —¿Acaso era ilegal tener bicis de colores?— No creo que tengamos problemas con ellas.

—Te equivocas —dijo acercándose a un arbusto para sacar la bici que tenía escondida, que si no fuera porque lo vi sacándola nunca hubiera descubierto ese escondite—. Andar en bicicleta ayuda a tu salud física y mental, eso es un problema para los líderes. Si tienen ciudadanos con buena salud mental será más difícil controlarlos. Sin mencionar que también te ayuda a tener colores, tal vez buenos o malos pero aún así te entrega colores —miró la bici con una expresión de tristeza en su rostro—. Por eso ya nadie puede disfrutar de la vieja bici.

—Oye, tranquilo —coloqué mi mano en su hombro para tratar de reconfortarlo—. Si quieres yo andaré en bici contigo, no tengo ningún problema en eso. Ya va siendo tiempo de que me quite estos kilitos que me produjo la oficina.

—Gracias —Estoy seguro que sonrió. Tiene esa mala costumbre de sonreír siempre que dice esa palabra—. Pero debemos seguir. Si nos encuentran será el fin.

No comprendía la razón de su paranoia, o al menos no en esos momentos, así que decidí quedarme callado y simplemente hacer lo que me pedía.

Pedaleamos por el camino de tierra y cada vez que escuchábamos el sonido de un auto acercándose nos salíamos del camino y nos tirábamos al suelo para impedir que nos vean. Al principio fue una molestia, no comprendía por qué hacíamos esto, pero hubo un momento en el que comencé a disfrutarlo, lamentablemente fue cuando ya dejaron de pasar más autos por qué Oliver decidió desviarse del camino. Tuvimos que pedalear por el pasto, ese largo pasto nos frenaba y cada vez costaba más andar. De repente Oliver se detuvo frente a dos sauces llorones, hace años que no veía uno y nunca había visto uno tan grande. Estaban posicionados uno junto al otro obstruyendo la vista del cerro que estaba detrás de ellos, literalmente detrás de ellos.

—Por aquí —movió las ramas de los sauces- trata de no romper las ramas o se verá la entrada —tomó un puñado y las levantó para que yo lograra entrar. Pasé y me quedé en medio de los dos troncos de los árboles, las hojas crean una especie de cortina redonda que no dejaba pasar la luz del sol y la luz que lograba pasar a través de esas hojas verdes provocaba un efecto simplemente hermoso, quedé embobado viendo ese efecto que me rodeaba—. Por aquí, puedes maravillarte con la entrada todo lo que quieras cuando regresemos pero primero hay que ir a comer —movió la cortina de hojas pero esta vez por el lado contrario al anterior y pasó con la bicicleta. Al momento de caer de nuevo la cortina lo perdí de vista-. Vamos, o te perderás.

Lo seguí, no quería perderme. Aunque en un lugar así no me importaría.
Abrí la cortina y pasé. Al frente mío había un montón de árboles de diferentes tipos, algunos ni siquiera los conocía, todos ellos esparcidos de forma aleatoria pero dejando al medio un camino verde, lleno de pasto que se ha quedado corto por el peso de las personas al caminar sobre él. Era como un túnel, un túnel de naturaleza.

—Okey, tal vez no te ibas a perder pero quería serciorarme que entraras y no salieras huyendo —Oliver estaba a unos metros sujetando su bicicleta—. Sino, tendría que matarte y esta vez hablo en serio.

Siguió avanzando con su bicicleta a su lado y yo como un tonto enamorado y con ganas de saber más, lo seguí...

El chico de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora