Día especial (tragedia)

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...No sé por cuánto tiempo caminamos, estaba distraído por la maravilla de la naturaleza que estaba a mi alrededor. ¿Cómo fue que soportaba estar en mi gris ciudad cuando a mi alrededor tenía bastos bosques llenos de colores?

Supongo que la soportaba porque creía que eso era lo mejor, que yo había nacido para ello; pero ahora que conozco que hay más posibilidades no sé qué hacer con mi vida. La vida de oficina no parece algo que quisiera hacer por lo que me queda de vida.

»Quiero hacer algo que valga la pena, quiero hacer algo por Oliver.«

—Okey, sólo actúa natural —dijo de la nada—. Ellos son un poco alocados y posiblemente te asustes al principio pero son buena gente así que tranquilo. A lo más cortarán un mechón tuyo para recordar tu llegada.

—¿Un mechón? —no creía lo que escuchaba así que tuve que preguntar para corroborar—, ¿Acaso vamos con brujos?

—Em... —Titubeó mientras un armonioso sonido se escuchaba en el ambiente. Era alegre y después me explicaron que eran los sonidos de flautas, acordeones, guitarras acústicas, violines, y más instrumentos que no logro recordar. Pero en el momento en que lo escuché creí que era el sonido que escuchabas al llegar al cielo—. Eso depende de tu definición de brujo.

Seguimos caminando y esa hermosa melodía cada vez se escuchaba más fuerte. Sin darme cuenta comencé a caminar al ritmo y dar saltos de vez en cuando. Estaba completamente hipnotizado.

Oliver se quedó parado frente a una cortina de hojas, aparentemente un sauce llorón estaba al frente nuestro, pero había tanta vegetación que era imposible diferenciar entre una especie y otra.

Respiró y abrió la cortina, ambos entramos y quedamos rodeados de hojas y una hermosa luz verde que iluminaba la estancia.

Respiró y abrió la cortina, ambos entramos y quedamos rodeados de hojas y una hermosa luz verde que iluminaba la estancia

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—Dejaremos las bicis aquí, desde ahora en adelante eres libre de expresarte. En este lugar sólo existe una regla, se como tú quieras ser, ¿entendido?

—Eso creo.

No hablamos más, quizás porque no había nada más que decir. Sólo nos miramos y acentimos al mismo tiempo, él abrió la cortina de hojas y pude ver el paraíso; la bella melodía que había escuchado hace unos metros estaba frente a mí.

En la pradera rodeada de montañas había cientos de personas.
Veía a hombres y mujeres danzando mientras tocaban instrumentos formando una gran circunferencia. Al centro de esta, había niños bailando entre ellos o solos, bailaban, saltaban o imitaban el sonar de los instrumentos. Todos estaban realmente felices.

Me percaté de que nadie estaba vestido igual. Algunas mujeres usaban pantalones, algunos hombres usaban faldas. Había un grupo que usaba vestidos largos y frondosos pero sin alambres ya que al girar sus vestidos giraban con ellos. Los bebés o infantes menores a cinco años estaban desnudos y corrían por la pradera riendo, y cuando se caían no lloraban, sino que se revolcaban por el suelo.

El chico de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora