Doceava entrada

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Miércoles, 08 de febrero.

5:00 PM.

En realidad no recuerdo si eran las 5:00 PM exactas, en realidad no estoy seguro de ninguna hora, sólo recuerdo que cuando dejé de escribir mi anterior apartado estuve mirando la nada por unos minutos, ¿O acaso fueron segundos? Mi mente en estos momentos no es la mejor del mundo. Vino una persona. Sí, recuerdo eso. Era un joven gris como yo. Habrá tenido unos 16 años, mirada vacía, ojos grises, manos pequeñas, cabello corto, pero despeinado que hacía que se viera con más edad de la que tenía; pero a pesar de todas esas diferencias que poseíamos entre nosotros, él era como yo.

—Dónde está el chico que atiende —más que una pregunta normal, parecía que me estaba exigiendo una respuesta. De alguna forma ese chico de 16 años, más bajo que yo, que podría derribarlo con un sólo empujón me estaba intimidando.

—Se tomó el día libre, ahora soy yo el que atiende —traté de sonar firme, aunque en realidad me estaba burlando de él— ¿En qué te puedo ayudar? —no pude evitar sonreír, debía jugar a ser un florista amable igual que Oliver, pero ver que soy la única opción del chico que hace un momento se veía tan intimidante no tenía precio. Aunque en realidad, él no muestra ninguna expresión en su rostro. Maldición, mi humor es jodidamente extraño.

—Necesito una rosa —fue cortante, como cualquier gris.

—No puedo venderte una rosa, no sin antes saber el motivo de su necesidad. Con mi mano alcancé el papel que me había dejado Oliver. Lo analicé cuando él se fue, pero después de unos minutos me aburrí, así que lo lancé por el mesón y me puse a escribir. Por suerte, este era un buen momento para volver a leerlo.

—¿Quién es la afortunada a la que le quieres enviar una rosa?

—Eso no es de su incumbencia —de alguna forma esta situación se me hacía bastante familiar—, ahora deme la rosa o le robaré una.

—Eso no es muy cortés, además es política de la tienda saber el porqué se compran los productos. Simple —tomé la hoja del mostrador y se la enseñé—dime para qué lo quieres y te digo que flor te sirve. Hasta un niño puede entenderlo. Oh, ahora veo. Tú eres solo un niño —sonreí victorioso como el maldito puto amo que soy.

El chico estaba furioso, se le notaba en la cara. Es más, hubiera jurado que veía como su frente adquiría un tono rojizo, empero eso es imposible. Un gris jamás adquiriría un color.

Se volteó "enojado" y salió de la tienda dándole un portazo a la puerta. Un poco más fuerte y la hubiera destruido por completo, tener una puerta de vidrio no es muy seguro. Especialmente si llega un adolescente con problemas de ira.

—Traje el kutchen —Oliver entró bastante después de que saliera el chico de la florería. Venía con una gran sonrisa y con una fuente envuelta en papel film sobre sus manos, donde me imaginaba estaba el deseado postre— todavía está un poco tibio pero se irá enfriando en el camino. ¿Qué me dices, nos vamos ya?

—¿Nos vamos? —¿Será un problema de sintaxis o este chico quiere ir conmigo?— ¿Acaso quieres acompañarme?

—Oye, yo cociné. Quiero ver la reacción de tu hermana cuando lo pruebe, sino no te lo paso —Abrazó la fuente y con el movimiento pude sentir un delicioso olor a manzana—. Tú decides —me sacó la lengua.

No podía discutir ante ese gesto, esa inmadurez y a ese olor a manzana provocaban algo en mí.

—Está bien, vamos.

Oliver se volteó contento, se notaba en su sonrisa que logré ver antes de que comenzara a dirigirse a la salida y en el tono de la canción que empezó a tararear. La cual, noté después, no era una canción sino que estaba conversando consigo mismo sobre que ya sabía que lo iba a dejar ir.

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⏰ Última actualización: May 02, 2019 ⏰

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El chico de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora