Alexia📝
El tiempo nublado no era un buen augurio. Estábamos a principios de verano, pero seguía pareciendo que fuese a caer un diluvio universal en cualquier momento, a pesar de mis plegarias al cielo. Debería de haber pensado que era un estupidez antes de parecer una loca, allí, en medio de la calle, con los brazos estirados y mirando arriba solo para rezar a un Dios en el cual ni siquiera creía. Respetaba a los creyentes pero yo prefería guiarme por la fe de las palabras. La literatura era mi única religión.
Dejé a un lado mi momento de plegaria sin sentido y acabé de caminar los últimos metros que me separaban de la casa de Andrew, sintiendo los nervios invadir mi estómago de repente. Llevaba dos semanas, desde que lo había descubierto, ensayando en frente del espejo cómo iba a decírselo. No estaba loca, sabía perfectamente que me jugaba mucho confesándole la verdad, que me arriesgaba a perder al único chico que había amado. Sin embargo, la verdad era lo más importante para mí, siempre era sincera.
Y que no quería estar sola en ese marrón, básicamente.
Al llegar al porche de la vieja casa de Andrew respiré profundamente para mentalizar a mi loco cerebro de que era hora de la sinceridad. La construcción de la vivienda era clásica, de ladrillos color azul cielo y baldosas blancas. El porche, no obstante, era lo único que te hacía detenerte a admirarla cuando pasabas por delante. La madera era de un blanco brillante, lo que contrastaba con la escena de cuento de hadas que había pintado Sophie, la madre de Andrew, en la pared. La mujer se dedicaba al mundo de la pintura y, por eso, toda la parte derecha del porche era un mural de dos hadas bailando sobre un estanque. Siempre me detenía un par de minutos a contemplarlo para inspirarme con tan solo observar la combinación perfecta de colores. En mi casa tenía miles de historias basadas en ese cuadro, escondidas en el fondo de mi armario, demasiado avergonzada.
Ahora es momento de ser fuerte. Me di cuenta de que estaba buscando escusas para no entrar, por lo que respiré una vez más y abrí la puerta, a sabiendas que no estaba cerrada con llave.
- ¿Andrew? - Mi pregunta fue tragada por el silencio de la casa, aparentemente vacía.
Dí un par de pasos hacia el vestíbulo y fue cuando escuché el suave murmullo de voces. Solo rodé los ojos, ya que seguramente Andrew se había dormido viendo la televisión.
Empecé a subir las escaleras, sin poder evitar mirar el mosaico de rostros que decoraban la pared. Toda la vida de Andrew y su madre estaba representada en esas fotografías, había algunas con mi familia, con mi hermano, con los chicos de la banda...Pero la que captó mi atención fue la última imagen, la más reciente. Andrew estaba sobre el escenario, los focos iluminaban su rostro bronceado perlado en sudor, tenía la mirada puesta en un punto en la lejanía, totalmente ajeno a los gritos histéricos de sus fans. Él solo dejaba que la música callase sus demonios y, en ese instante, yo hice la foto.
Una pizca de orgullo se abrió paso entre los nervios, consciente de que ese chico era mío. Después de tantos años jugando al gato y al ratón, el felino de ojos esmeraldas por fin me había atrapado.
Sin darme cuenta, estaba caminando hacia el sonido de voces, pero no hacia la habitación de Andrew. La inercia me llevó hacia el dormitorio de Sophie, donde todo mi mundo se detuvo con un solo susurro:
- Te quiero.
Pero no era la voz aterciopelada y ronca por la música de Andrew. No era un amigo de la señora Rush. No era un desconocido para mí, lo que hizo que la apuñalada a mi corazón fuese más certera.
- ¿Papá? - susurré, aunque para mí fue un grito que rebotó por todo mi cuerpo, sacudiéndolos a la par que las lágrimas.
Los sollozos, el llanto, la confusión. Todo se juntó en un nanosegundo en mi interior para causar una erupción que solo pude acallar con un jadeo.
Corrí, corrí tan rápido que apunto estuve de tropezarme en los escalones. Corrí sin saber adónde iría, sin pensar. Lo único que quería era borrarlo. Borrar la imagen de mi referente, mi salvavidas, arrastrándome hacia la marea sin miramientos. ¿Cómo? ¿Cómo podía hacernos esto? ¿A mi madre?
- ¿Lexs, estás bien? - Su voz. Su voz fue lo único que detuvo mis pasos. Inconscientemente, sabía que él podría salvarme de todo. Él era el único que podía hacerlo, por supuesto.
- Alexia, pequeña, esto tiene una explicación. - Eso no estaba bien. Esa voz me dio ganas de llorar, de destrozar todo a mi paso. Quería que se callara. Ni siquiera fue capaz de abotonarse la camisa, ni de peinarse sus rizos pelirrojos.
- Mierda, William, os dije que debías parar de una maldita vez - maldijo Andrew, el rencor en todo su cuerpo queriendo salir.
- ¿Tú...tú lo sabías? - No entendía nada. No comprendía como Andrew podía estar tan tranquilo, si se podía decir así, ante la traición de nuestros padres. Lo que había hecho estaba mal y a él no parecía afectarle ese hecho.
Es más, cuando levanté la mirada hacia la suya, cuando miré esos ojos esmeralda intenso, vi el arrepentimiento por todos lados. No solo lo sabía, sino que se lo había callado.
Me costaba respirar, tuve que sentarme en el suelo para no caer. Las fuerzas habían abandonado mi cuerpo por completo, mi mente era una papilla de pensamientos. Lo sabía, Andrew lo sabía. Sabía que mi padre se acostaba con su madre y no dijo nada, les dejo seguir con su traición, lo que dolía de la peor forma posible. No entendía como unas personas, unas palabras no dichas, podían causar tanto dolor. Mi pecho estaba en llamas, apenas era capaz de mantener los ojos abiertos, las lágrimas cubriendo mis heridas.
Fui capaz de escuchar el sonido de móvil. Fui capaz de escuchar la rota voz de mi hermano acabando con mi cordura. No grité. No tenía fuerzas para hacerlo. Solo me senté allí, viendo como todo se venía abajo sin poder evitarlo.
- Alexia, mamá ha tenido un accidente. Ha muerto.
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Melodía infinita
Teen FictionLo conocí. Lo comprendí. Lo ayudé. Lo admiré. Lo amé. Y él, simplemente, no miró atrás. Para Alexia Miller la vida nunca ha sido un camino de rosas: descubrió a su padre besando a otra mujer, su madre murió en un accidente de coche y el amor de s...