Scott
Apenas habíamos aterrizado en Los Angeles después de una gira por toda Europa, que un Jeep nos estaba esperando en el aeropuerto para ir hacia San Francisco. Tenía tanto sueño que solo pude gruñir a Jeff, nuestro chófer y jefe de seguridad, antes de subir al coche. Como era el turno de Hunter de tener el asiento trasero, los tres que quedábamos nos apiñamos en la parte central del vehículo, tan agotados que ni siquiera fuimos capaces de quejarnos. Solo queríamos dormir, o al menos, intentarlo.
Nuestra vida era un lío, prácticamente vivíamos en el aire, algo que odiaba. Tenía una fobia terrible a volar, lo que convertía mi vida en una autentica ironía.
- ¿Estás vivo? - La voz ronca de Chris me obligó a entreabrir los ojos para encontrarme a mi mejor amigo, con su pelo castaño recogido en una coleta baja, apoyado contra la ventana, a mi izquierda.
- Estoy vivo – respondí, con una media sonrisa abriéndose paso en mis labios.
Cada vez que bajábamos de un avión, ya fuese de un viaje corto o de uno largo, Chris me preguntaba lo mismo. Todo empezó la primera vez que cogimos un vuelo a Nueva York. Hacia poco que nos habían dicho que íbamos a grabar un disco, lo que nos tenía de los malditos nervios. Tanto que apenas comí o bebí algo la noche anterior a volar. La falta de proteínas en mi sistema y la tremenda fobia que tenía a subirme a un avión...todo se juntó en un cóctel molotov en mi estómago. Lo que hizo que – algo que siempre me van a recordar mis amigos – vomitara en mitad del aeropuerto. La perra de mi barriga ni siquiera pudo esperar a llegar al baño. Tenía que hacerlo en un lugar rodeado de gente. Estaba tan pálido que alguien pensó que me estaba muriendo por algún virus.
En resumen, ahora, después de cuatro años desde ese día, me aseguraba de comer bien antes de un vuelo, aun si mi estómago estaba cerrado. Y Chris se aseguraba que no volvía a hacer que un pobre anciano se desmayara del susto. En serio, ¿quién se desmaya al ver una pota? Seguía sin entenderlo.
- Podéis descansar el tiempo que nos queda, llegaremos a San Francisco por la mañana. - Solo fui capaz de ver el bigote negro de Jeff moverse, pero sus aguda voz llegó a la perfección a mis odios.
Volví a cerrar los ojos, dispuesto a hacer caso al hombre, pero había algo en mi estómago que no me dejaba descansar. Tenía un presentimiento, un cosquilleo que llevaba tiempo en punto muerto en mi interior. Y hacia varias semanas que estaba allí.
Hace un mes, mientras estábamos en Roma, Sophie nos pasó un correo donde alguien nos pedía que ayudáramos a su instituto. Al principio, después de leerlo, Hunter y yo solo pudimos reír. No solo porque Sophie, la sin corazón de mi madre y nuestra manager, nos diera un trabajo de beneficencia, sino porque ese trabajo, fuese en un instituto. Una recaudación de fondos para no se qué de un departamento. Sinceramente, casi no había prestado atención, puesto que en mi suite me esperaban dos italianas con ganas de dar amor.
Fue allí, mientras abandonaba la sala de conferencias del hotel y los gritos de mi madre, que mi estómago empezó a cosquillear. Sin embargo, no era uno agradable. Era una sensación que me hizo correr al baño y devolver la pizza de la cena. Estaba tan confundido que pensé que era una intoxicación por la mozzarella, pero después de ir hasta Londres, eso no desaparecía.
Estaba cansado. Y confundido. Y había tantas cosas en mi mente, que no pude pensar en ese cosquilleo, hasta ese momento, en la calma del coche, y como el motor y los ronquidos de Jamie como melodía.
Había un fantasma del pasado, algo que me ponía tan nervioso con tan solo verla. Pero era solo eso, un fantasma. Ni me tomaba tiempo para pensar en ella y ni me importaba ella. La traición era algo amargo en mi boca, fui incapaz de tragar la saliva en ella. Porque empezaba a sentirme en un abismo y en mitad de la carretera era un mal momento. Y así, con mi mente luchando contra los recuerdos de mi fuego personal, conseguí dormirme, no sin antes lanzar un silencioso <<lo siento>> al aire.
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Melodía infinita
Teen FictionLo conocí. Lo comprendí. Lo ayudé. Lo admiré. Lo amé. Y él, simplemente, no miró atrás. Para Alexia Miller la vida nunca ha sido un camino de rosas: descubrió a su padre besando a otra mujer, su madre murió en un accidente de coche y el amor de s...