No tenía idea de la hora. Pero el sol estaba, según parecía, algo alejado de su punto más alto. Estaba tapado por nubes, lo sé porque no sentía que brindara tanto calor y porque el aire distaba mucho de ser cálido. Probablemente no era el único caminando por la calle con abrigo y bufanda.
Los gorriones, que se habían instalado hace mucho tiempo a vivir bajo los techos de las casas, cantaban con alegría y volaban de un lugar a otro, alegrando la mañana. Oí a un perro ladrar a mi derecha y a unos hombres hablar de negocios a mi izquierda. Nunca me había gustado aquella materia ni en el colegio ni en la universidad. Era odiosa, y aunque si la entendía, apenas la estudiaba. Aun así, no era el peor alumno, lo que me apenaba. ¿Por qué alguien que se desvelaba estudiando tenía que irle peor que a mí, que dormía en clases? No era lógico ni justo.
Pero la vida es de todo, menos lógica y justa.
Sentí los pasitos cortos y elegantes de un perrito callejero tras de mí, el cual me adelantó y se perdió entre la gente. Había llegado a considerar la idea de tener un perro lazarillo, pero no me gustaba la idea de depender de él, o que él dependiera de mí, de contagiarlo con mi amargura, de mantenerlo encerrado en un departamento pequeño.
Me gustaban los perros, y me gustaban libres, felices, jugando en un prado verde y muy grande, acompañado de una familia que lo cuide y lo ame. Y yo no podía pretender ser la familia de ni siquiera un oso de peluche.
Seguí caminando, hasta que la mano con la que llevaba el bastón se entumeció de frío, entonces cambié de extremidad, y en el momento en que estaba metiendo mi entumecida mano en el bolsillo de tweed del abrigo, sentí como un cuerpo chocaba contra el mío, como un grito femenino escapaba de aquel ente, unos papeles volaron lejos (oí el zumbido de las hojas contra el aire) y como un líquido cálido atravesaba mi abrigo, mi camisa y me tocaba el pecho: café, no, mocaccino. Mi favorito.
- ¡Lo siento tanto! ¡No lo vi! - chilló la chica, mientras se debatía en ver si yo me encontraba bien o si sus papeles se habían ido demasiado lejos.
- Que desgracia- le dije- Yo realmente no puedo ver y no he chocado con nadie en toda la mañana.
Sentí un suspiro avergonzado, quizás ni siquiera había notado mi condición hasta ese momento.
Volví a oír el movimiento de los papeles y sentí, por mi derecha, que una señora de edad los había recogido para devolvérselos.
- Señora, muchas gracias- contestó la chica, más avergonzada que al principio. No me hubiera extrañado que se hubiera largado a llorar en cualquier momento. La mujer no le contestó, probablemente le sonrió, y siguió con su camino.
- Ay no, que pena- murmuraba la chica mientras limpiaba mi abrigo con un pañuelo (no sé si desechable o de tela)- Soy una tonta, soy una tonta.
- Tranquila- le dije- Me gusta el mocaccino, además ni siquiera puedo ver la mancha.
La muchacha río e insistió en limpiar el abrigo, pasando una y otra vez su pañuelo por sobre la tela, haciendo un sonido áspero y poco perceptible.
-Seguramente lo he quemado- dijo- Su abrigo ha absorbido casi todo el café, pero tiene que haber atravesado la tela.
-La verdad sí- contesté. Había sentido el líquido caliente en el pecho, pero no demasiado como para armar un alboroto o pensar en que tenía una quemadura grave. Efectivamente mi abrigo se había llevado la peor parte- Pero no pienses en que vas a limpiarme el torso con tu pañuelo.
Esta vez la risa de la chica fue más larga y confiada, melodiosa, dulce, como la risa de una princesa. Deseé fuertemente que por cada centímetro cúbico de café que su pañuelo lograba absorber, aparecieran dos más, y que estuviera un buen rato más, tratando de disculparse por su descuido. Sin embargo, pensé que si había chocado conmigo era porque no iba pendiente del camino, que iba demasiado apurada como para ser cuidadosa. Y que iba a llegar tarde a algún lugar importante. Se lo hice saber, con algo de pesar, sabiendo que probablemente nunca la iba a ver otra vez. Carajo. Que no iba a volver a oírla.
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¿De qué color son las estrellas? [COMPLETA]
Short StoryArturo es un joven ciego que ha perdido casi por completo las ganas de disfrutar de la vida. Ya ni siquiera recuerda cómo o cuándo perdió la vista, tampoco es capaz ya de recordar su pasado o de imaginar un mejor futuro. Sin embargo, una hermosa ca...