La chica lo miraba atónita, sin saber que decir. Sus palabras no tenían sentido, ¿acaso estaba en una cámara oculta?
—Te lo debería haber dicho tu madre al cumplir la mayoría de edad, esa era la regla. Ahora... ¿cómo te lo explico para que me creas?
Definitivamente estaba en una cámara oculta. Aquella situación no tenía sentido.
—Oye mira, si esto es una broma, muy gracioso, pero si no te vas ahora mismo de mi casa llamaré a la policía.
Ethan resopló y se dio la vuelta, tocándose la frente a modo de pensar. Debía hacer entrar en razón a la chica costase lo que costase.
—Mira.
Entró a la cocina y salió rápidamente con un cuchillo. Cynthia, al ver esto chilló y corrió hacia la puerta, pero le fue imposible salir, ya que Ethan había soltado el cuchillo y la había cogido por la cintura, levantándola por los aires.
Mientras ella gritaba por auxilio, la sentó en el sofá. Le dio el cuchillo y le pidió que lo cogiese. Con precaución, lo tomó por la empuñadura y lo miró extrañada.
—Intenta doblarlo.
—¿Eres idiota? —Fue lo único que se le ocurrió decir mientras seguía jadeando por todo lo que había gritado.
Negó y lo volvió a señalar. Era muy fuerte y rápido, demasiado, a la chica tan solo le quedaba hacerle caso y aprovechar un momento de despiste.
Se acababa de dar cuenta de que aquel tan solo era un cuchillo de mantequilla, con el cual cortar era imposible. Intentó doblarlo, pero como era de esperar no pasó nada.
—No soy nadie, ahora déjame en paz, por favor.
Dentro de sí tenía ganas de llorar. Tan solo quería que aquel loco se fuese lo antes posible de su casa y poder cambiar la cerradura. No estaba bien, ni siquiera parecía peligroso. No tenía intenciones de robarle ni de asesinarle, o tal vez aquella solo fuese una fachada para pillarla desprevenida. Aunque su corazón le dijese lo contrario, con la cabeza pensaba que no podía fiarse de él en ninguna circunstancia.
El chico, el cual se encontraba de cuclillas frente a ella, se puso de rodillas y se acercó a su cara. Cynthia cerró los ojos con fuerza, temía que fuese a hacerle algo. En la frente, le dibujó una cruz con el dedo pulgar de la mano izquierda. Se alejó y la chica volvió a abrir los ojos con timidez.
—Prueba ahora, rápido.
Notaba algo raro dentro de ella, como si fuego recorriese sus venas. Aquella sensación provocaba ansiedad e ira dentro de ella. Era un cúmulo de sentimientos que no podía describir. Apretó el cuchillo con fuerza y lo dobló, haciendo que se rompiese. Ethan se acercó rápidamente a ella y volvió a hacer la cruz en su frente. Pronto aquellas sensaciones pararon de golpe, dejándole un leve malestar en el cuerpo y unas terribles ganas de vomitar.
Con miedo dejó caer el cuchillo y se tapó la boca intentando contener a su estómago revuelto. El chico la cogió de los hombros y la ayudó a tumbarse de lado, esperando que eso la ayudase.
El cuchillo había quedado roto por el medio y casi deshecho de la fuerza que había infringido por donde lo había sujetado. Aquello no era normal. Fuese quien fuese aquel misterioso chico ocultaba algo sobre Cynthia que no lograba entender. Lo que estaba diciendo era real, y podía llegar a ser muy peligroso. ¿Quién era realmente ella?
—¿Por qué...? —Tartamudeaba.
—He de explicarte muchas cosas Cynthia. —Se sentó en el suelo y se quedó mirándola—. Yo nací para contener algo. Los humanos siempre han sido pecadores, y una vez le dieron nombres a aquellos pecados. Ocho hermanas murieron sin razón siendo nombradas con cada uno de estos, y el limbo las adoptó, convirtiéndolas en reinas de ocho reinos. Pero se convirtieron en mujeres demasiado poderosas y sus reinos fueron sellados por puertas con cadenas, y cada puerta fue protegida por un ángel. Yo soy Haiayel, el último ángel, el más joven.
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Cuando los pecadores lloran.
FantasyEn un mundo por debajo de los sueños, allá donde los ángeles temen llegar, existen ocho reinos gobernados por ocho hermanas que un día decidieron olvidar. Cynthia estaba destinada a cargar con un símbolo que había pasado de generación a generación...