Soledad

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Estaba solo, sentado, observando el infinito en un vaso de cerveza, nada y todo al mismo tiempo. Pero ¿Qué más da? Si al fin al cabo su única meta en la vida era acabar el día para “echarse unas copitas” y verla a ella. Pero el infinito del vaso se volvió finito, la espuma se revolvió formando un remolino en el que se vieron arrastrados sus sentimientos y se ahogó parte de su alegría. Despertó, en el sofá, el vaso de cerveza vacío, junto a otras dos docenas. Y la soledad siempre presente también estaba ahí, observándolo desde el sofá, vestida con una túnica color universo, un cigarrillo y una botella de vodka. “Otra ronda?” le preguntó la soledad, y el borracho sin nombre le dijo “Pues hágale Sole, qué más da?” Lo volvió a despertar la resaca y el mareo. Un borracho solitario: Patético. Se vistió rápidamente con lo primero que encontró, salió por la angosta puerta de su apartamento de estudiante, bajó las escaleras del edificio, en menos de diez segundos recibió el aire frío de la mañana en sus mejillas. Revisó sus bolsillos: 10 000 pesos, y se dirigió hacia la tienda al otro lado de la calle. Al cruzar la puerta, ni buenos días, ni cómo le ha ido, sólo “Una caja de Marlboro rojo y un ponqué Gala, de cualquiera.” Recibió su desayuno, dio el billete y esperó el cambio. Salió, ni gracias, ni adiós. Pero al entrar otra vez en el edificio, las escaleras, la puerta angosta, el sofá, sintió que ahí seguía la soledad, y gritó, “Sole! por qué no te vas? me tienes mamado con tanta insistencia, me recluyes en este hueco de mierda y después reclamas atención!” La soledad herida se alejó, pues subiendo las escaleras, la puerta angosta, el sofá, estaba Ella, quién alejaba sus males para volverlos Compañía.

Recopilación de relatos cortos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora