El aire frío de esa noche parecía agitado por la percusión de los tambores y el sonido ondulante de las trompetas tradicionales. Las faldas de las mujeres, en colores vibrantes, giraban alrededor del grupo de hombres que batían palmas en el salón. El novio y la novia, sentados en la mesa principal, recibían los buenos deseos de los invitados. Las bandejas de comida iban y venían. Las bebidas parecían fluir desde las copas, sin terminarse jamás.
La casa de los Sidhu estaba despidiendo a Denali, su hija mayor, con la celebración más espléndida que el pueblo de Suhri hubiese visto.
A poca distancia del centro de la sala estaba la preciosa Uma, segunda de la familia, intentando superar la timidez frente a su prometido. La diferencia de edad era un obstáculo, no tan grande como el hecho de no haber cruzado más de dos palabras desde que se conocían. Y en la periferia, sobre la salida hacia uno de los jardines iluminados con antorchas, estaban las Sidhu más pequeñas. Una de ellas apenas alcanzaba los once años pero ya tenía la potencial belleza de su madre. La otra era de aspecto más simple, una niña de ocho años de cabello oscuro y ojos chispeantes. Ambas llevaban sus vestidos arrugados y los zapatos llenos del barro de los canteros de flores recién regados.
—¿Qué quieres hacer cuando crezcas, Nirali? —había preguntado Madhu, la mayor.
—No quiero crecer —contestó la otra, quitándose una hoja del peinado—. Así es más divertido.
—Igual ocurrirá. Y será mejor que estés preparada.
—Para eso falta. Ahora volvamos a jugar, los sirvientes están ocupados.
Las filas de hombres y mujeres cargando bandejas no paraban de moverse por todo el lugar. Nadie les prestaba atención a ellas.
—Yo ya tengo un plan —continuó Madhu—, ¿quieres saberlo?
—¡Sí, dime!
—Voy a entrar al templo de las montañas cuando sea mayor.
El interés de la más pequeña se esfumó, apenas notó que no estaban hablando de travesuras para realizar en el presente.
—Ah, sigues con eso.
—Allí tienes acceso a todos los libros de los Antiguos y, si eres afortunada, puedes convertirte en oráculo —explicó la preadolescente—. Adiós aburrimiento, adiós lecciones de etiqueta y adiós a esos viejos tontos que le insisten a nuestros padres para comprometerse conmigo en unos años.
Nirali miró a su hermana, con el cabello alborotado y las mejillas rosadas de tanto correr. Sintió pena al imaginarla en esas túnicas insulsas que usaban las muchachas del santuario.
—¿Sabes que igual tendrás que comportarte si eres sacerdotisa? —comentó, burlona, mientras mordisqueaba una manzana que había robado de la cocina—. No las imagino sin un horario para levantarse por las mañanas. Y deben castigar a las desobedientes con más dureza que nuestros tutores.
ESTÁS LEYENDO
Suhri: El tiempo suspendido
FantasíaNirali regresa a su pueblo, luego de una aventura llena de peligros y magia en los caminos. Un conocido guerrero va detrás de ella, a reclamar el cumplimiento de una promesa. Una puerta se abre en Suhri y un demonio comienza a asolar la región. ¿Al...