Capítulo 2

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Sus pasos eran mecánicos, guiados por puro instinto. Era un ser sin voluntad después de todo, que carecía de raciocinio u otras virtudes.

Su olfato y casi nula vista eran lo único que lo ayudaban a seguir, claro, eso y unos dientes capaces de desgarrar cualquier cosa que le apeteciera.

Se tambaleó hacía un lado, casi cayendo sobre la carretera. Recuperó la estabilidad y siguió avanzando, viéndose atacado por el calor abrasador del día pero sin inmutarse por ello.

Criaturas como él eran incapaces de sentir otra cosa que no sea ese apetito voraz, mismo que los condenaba a vivir siempre en busca de nuevas presas de las que alimentarse.

Como la que se aproximaba a él.

Su vista no pudo ayudarle a distinguir más que una sombra, por lo que guiado por el olfato se decidió a atacar a su víctima.

Mostró los dientes, buscando intimidar, y emprendió una carrera propia de un atleta olímpico hacia su objetivo. El olor a carne fresca era algo que solo podían percibir los de su clase y era ello lo que evitaba que se ataquen entre sí.

Pero de nada le sirvió su intento por atrapar a su presa, un objeto filoso y puntiagudo se incrustó en su frente haciéndole caer.

El infectado cayó de espaldas al suelo y no volvió a levantarse.
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Una vez que su objetivo se derrumbó sobre la carretera, Dante se acercó a paso rápido y le extrajo de un tirón el cuchillo de caza que segundos antes le había arrojado.

Podía decirse que tenía un talento innato para matar a esas cosas. Sin titubeos ni dudas, siempre acababa con cualquier infectado que se atreviera a acercársele.

Siguió a pasos rápidos y decididos su camino. El calor comenzaba a ser insoportable llegado el mediodía pero gracias a su buen estado físico le era mucho menos costoso que a alguien normal.

Hacía horas que comenzó su travesía por el calurosos desierto y de momento parecía que tendría que avanzar unos kilómetros más hasta poder llegar a algún lado.

De todas maneras, eso no le era de mucha importancia. Sus pensamientos estaban dirigidos en la joven mocosa que lo acompañaba en su viaje.

Lo fundamental ahora era hallar una forma de dar con los ladrones y Wendy. Ya una vez le dejara a cada uno de ellos un tiro en medio de la frente, podría seguir su camino con la niña.

Wendy guardaba demasiados secretos, que temía esos sobrevivientes puedan descubrir.

—Y vaya a saber qué le harán a la niña...—meditó, sin detenerse. Inconscientemente sus pasos aceleraron.

Desconocía muchas cosas de la nenita, pero lo poco que sabía le decía que su deber era encontrarla a toda costa y asesinar a los ladrones antes de que sea demasiado tarde.

Maldijo el no haber podido encontrar algo útil en la gasolinera, así como también admitía que esos sujetos se la habían hecho bien. Sin armas, sin comida, y sin agua. Si no se apresuraba podía morir de deshidratación si es que los infectados no le daban una probadita primero.

—Como se atrevan...—torció la boca con desagrado.

Se aventuró sin rumbo fijo por la carretera durante varias horas, sintiéndose cada vez más agotado. Aunque su orgullo como ex miembro de las Fuerzas Armadas evitaba que se derrumbara.

Luego de lo que le parecieron horas, por fin pudo divisar algo cerca. Un motel a lo lejos, con un enorme cartel de unos quince metros de alto y lleno de luces fluorescentes le permitió dar un respiro.

Travesía hacia el fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora