No sé hace cuánto tiempo te escribí aquella carta, y aunque no fue hace mucho, han cambiado muchas cosas.
No era feliz en aquel momento, vivía entre dos pequeños mundos, sin saber muy bien en cual de ellos me iba a quedar para siempre, sin entender en cual de ellos era yo misma, qué era de verdad y qué era de mentira.
En los últimos meses yo no era nada feliz, no tenía motivos para quedarme, pero demasiado miedo a lo desconocido para irme. Pensé que si me desataba y todo cambiaba, mi vida sería peor, que perdería muchas cosas.
No sé si te he explicado alguna vez lo mucho que significó tu llegada. En cuanto entraste en mi vida me aferré a ti con todo lo que soy, y aunque pensaba que iba a ser pasajero, que yo siempre iba a volver al punto de partida, sabía dentro de mí que no había marcha atrás.
Eras cómo si alguien hubiera abierto las cortinas en un cuarto muy oscuro, tu luz de pronto inundaba cada rincón, y no podía permitirme dejarte ir.
Hablamos de la felicidad un día, y dijiste que aquello no existía, en aquel momento supe que lo único que buscaba yo, era hacerte feliz, pero de verdad, y para siempre.
Tu luz sigue aquí, y cada vez es más fuerte, cada vez hace más eco, y cada día la necesito más.
Eres todo lo que yo necesitaba.
Eres todo lo que yo necesito.