Sara Crispino tenía una debilidad. Una muy grande que la hacía ceder ante cualquier cosa. ¿Y de qué debilidad estamos hablando? Simple: chocolate. Era, por así decirlo, su talón de Aquiles. Y esa debilidad era la prueba más grande de que no era tan perfecta como todos pensaban que era.
En la casa de los Crispino siempre había cantidades industriales del dulce en distintas formas: tabletas, barritas, con leche, negro, con frutos secos, blanco, líquido, en polvo para poner en la leche del desayuno o de relleno en bollos u otros alimentos. Los italianos podían no tener agua, verduras, frutas o lo que fuera. Pero si faltaba chocolate (cosa que llegaba a ocurrir, aunque pareciera imposible) Sara enloquecía. Ella misma admitía que se volvía insoportable para cualquiera. Hasta Michele lo admitía. Pero gracias al cielo, su hermano siempre iba, en menos de un día, a comprar más chocolate a la tienda.
No sabía el por qué de su obsesión con el alimento marrón. ¿Trauma, algo en los genes? No lo sabía. Tampoco tenía interés en averiguarlo. Podía vivir con ello.
Como toda persona con pareja en San Valentín, Sara quería pasar el día de los enamorados con su novia, la rusa Mila Babicheva. Ella era la persona en la que la italiana más confiaba, incluso más que en su propio hermano, y quien mejor sabía cómo de fuerte era su obsesión por el chocolate.
Aquella noche de San Valentín, al volver ya de noche de su cita con Mila, se disponían a ver una película cuando Sara sintió ganas de comer. Chocolate, por supuesto. Pero tenía la certeza de que su novia no tenía. ¿La razón? Vivía con Yuri y el chico ruso era alérgico al dulce marrón. ¿Irónico? Realmente.
De puro nervio empezó a morderse las uñas. La película ya no era algo a lo que estuviera prestando atención. Sus ganas de chocolate eran demasiadas y la ansiedad había invadido su sistema en menos que canta un gallo. Lo necesitaba.
Mila se encontraba en la cocina, preparando un nuevo bol de palomitas. En su mente, Sara se repetía "Palomitas, palomitas. Vamos a comer palomitas" para intentar distraerse. Pero, como era de esperar, no surtió efecto.
—¡Mila, me voy a la tienda!— intentó mantener un tono de voz tranquilo, pero en cuanto habló se dio cuenta de que no sonaba así para nada.
Sus manos se metieron en los bolsillos de su falda, buscando algunas monedas, pero no encontró nada parecido. Agarró su bolso, que estaba sobre el sofá. Rebuscó y exploró cada rincón y bolsillo con sus dedos. Nada. Sintió ganas de tirarse del cabello.
—¡Mila! ¿Puedes prestarme algo de dinero?
Al no obtener una respuesta, Sara fue a la cocina a pasos agigantados. Mila estaba frente al microondas, tarareando algo.
—¿Están listas?
Mila dio un pequeño salto en su sitio. Asintió, sin dejar de darle la espalda a la italiana. Sara no le prestó atención; había visto la cartera de cuero roja de la rusa, esa que ella le había regalado por su cumpleaños, sobre la mesa de la cocina, junto al microondas. La alcanzó tan rápido como pudo.
Y entonces lo notó.
—Mila, ¿estás comiendo algo?
La pelirroja negó con la cabeza, visiblemente nerviosa. Una gota de sudor resbaló por su sien. Era imposible que eso fuera lo que Sara creía que era, ¿verdad? Yuri era alérgico... ¿Verdad?
—Claro que no.
La italiana no se lo tragó ni por un segundo. Agarró del hombro a su novia, obligándola a girarse y mirarla a los ojos. La vio tragar algo. ¡Imposible! Su novia, esa en la que confiaba más que en su propio hermano y quién sabía mejor que nadie de su adicción al chocolate, estuvo escondida en la cocina todo el rato, comiendo chocolate a escondidas de ella. ¡Eso iba más allá de la crueldad y lo inhumano! Y además en San Valentín.
—¡No me lo puedo creer! ¡Es chocolate!
Mila negó con la cabeza otra vez, esta vez más desesperadamente. Sara ya la había descubierto, no tenía sentido seguir negándolo, ¿no?
—¿Te queda? Dámelo.
—Sara, cariño, no me queda más. ¡Lo juro!
—¡Mentirosa!
—¡Esta vez es verdad, Sara! ¡Lo prometo!
Confiando en las palabras de Mila, y suponiendo que esta vez estuviera diciendo la verdad, Sara sintió sus últimas esperanzas morir. Dejó caer la cabeza, derrotada. Adiós a su chocolate.
—¿Seguro que no...?
—Lo juro. No queda. Pero ahora mismo voy a la tienda, no te preocupes.
Bien. La pelirroja iba a ir por ella, a "hacerle el trabajo sucio" como quien dice. Pero necesitaba algo más. Algo que resolviera su problema con más rapidez que simplemente ir a comprarlo.
—Mila.
—¿S- sí?
—... Feliz San Valentín.
Y, con decir eso, bastó para que Sara juntara sus labios con los de la rusa. Mila estaba perpleja, con los ojos abiertos como platos. ¿La lógica de aquello? Sara estaba convencida de que, si su novia había comido chocolate hacia poco, su boca debía saber como el dulce.
Pues sí, tenía razón. Solo que la boca de Mila sabía mucho mejor.
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Be my Valentine
Fanfiction1- No era posible que, de entre todas las personas, le hubiera pedido una cita, precisamente, a Emil Nekola.... ¿verdad? 2- Phichit estaba feliz porque Seung-gil finalmente se le hubiera propuesto, así que decidió compartir su felicidad por Instagra...