Domingo, 27 de enero de 2008:
¡Qué noche! Ana tuvo una buena idea cuando propuso que fuéramos a Pamplona. No es que fuesealgo espectacular, pero sólo por haber ido a un sitio diferente, en donde no conocíamos a nadie, hizoque lo pasáramos en grande, aunque claro, hay algo más, o más bien alguien más.
No me importó coger el coche, porque yo nunca bebo. A las diez de la noche ya estábamos allí.Ana esa noche había salido antes del bar y aprovechamos. Habíamos consultado un mapa y noshabíamos informado por internet para saber por dónde movernos. No era muy complicado. Pamplonano es mucho más grande que Logroño.
Entramos en la ciudad directos hasta el centro y dejamos el coche. Como somos fanáticos de losrestaurantes chinos buscamos uno para cenar. Después nos fuimos a inspeccionar el casco antiguo y alocalizar los sitios que habíamos encontrado por internet. Como era un poco pronto no había muchagente y eso nos dio opción a inspeccionar mejor la zona. En realidad era todo muy parecido aLogroño, sólo que había más sitios donde elegir.
Primero entramos en un bar donde ponían música metalera, que tanto a Ana como a mí nos gustamucho. El sitio era un poco decadente, pero justo ése era su encanto. Después nos apeteció ir abailar, así que entramos en un pub de ambiente que estaba muy cerca. Allí para variar nos subimos auna especie de pódium y comenzamos a soltar adrenalina. Yo soy de ésos que pueden empezar abailar a las doce de la noche y cuando dan las seis de la mañana siguen bailando sin cansarse comosi acabara de salir.
—¿No ves a nadie que te guste? —dijo Ana.
—Por favor, que no he venido aquí a ligar.
—¡Cómo que no!
—No —dije—. He venido a pasarlo bien.
—Perfecto. Ligar entra dentro de pasarlo bien, ¿no? Venga, alguno habrá que te guste. Aprovecha,que aquí no nos conoce nadie.
Tenía razón. Además aquello estaba lleno de chicos guapos. Había mucho donde elegir.
—No sé —dije dudando, aunque en realidad lo estaba deseando.
—¿Qué pasa, que también tengo yo que buscarte a un chico? —dijo cogiéndome de la mano yobligándome a bajar al suelo con ella.
Me hizo señas para que nos pusiéramos a bailar al lado de un grupo de chicos para llamar suatención. No nos costó mucho, porque Ana no hacía más que empujarme con disimulo contra ellos yen pocos minutos les había pisado a casi todos.
—Se van a enfadar —le dije.
—Mejor. Cuanto más agresivos, mejor polvo te echarán, que falta te hace.
—Pero mira que eres bruta, Ana.
Mientras reíamos algo distrajo mi atención. No pude evitar mirar hacia la puerta, de la queestábamos muy cerca y por donde entraba un gorro de lana rojo. No es que entrase un gorro flotando,sino que lo llevaba puesto un chico, pero al principio no reparé en él. Puede que fuese el color rojolo que me hizo mirar con curiosidad. Después por inercia bajé los ojos para fijarme en el chico quelo llevaba. Entonces mi curiosidad se transformó en casi admiración. Era el chico más guapo quehabía visto en mucho tiempo y con unos ojos azules que parecían transparentes.
—¿Qué miras? —dijo Ana.
—Nada —contesté volviéndome hacia ella, pero no pude evitar mirar a ese chico otra vez.
—¿Has visto a alguien conocido?
—No.
—¿Entonces?
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El chico del gorro rojo - Javier Herce
RomanceJulio recibe para su veinticinco cumpleaños un diario con las hojas en blanco. En sus páginas anotará sus deseos de convertirse en un reputado fotógrafo y trasladarse a Madrid donde para todos existen oportunidades, incluso para amar. Sus sentimient...