Miércoles, 6 de febrero de 2008:

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Miércoles, 6 de febrero de 2008: 

  La vuelta al trabajo tampoco fue tan mala como pensaba. Fui con mucha pereza, pero al llegar allí me dieron una buena noticia. Mi compañero necesitaba que le cambiara el fin de semana libre,porque el próximo que me tocaba a mí le hacía falta a él para irse de viaje y me lo tenía que cambiar por el suyo que era... ¡Este fin de semana! 

Ya lo tengo todo preparado y el billete comprado para irme a Madrid otra vez el viernes por la tarde. 

Ana dice que estoy loco, pero me comprende. Le he contado todo el fin de semana pasado y hasta creo que le he dado un poco de envidia.

—¿Qué hay de Andrés? —me dijo. 

Estábamos en la cafetería donde trabaja. Yo había ido a verla después de trabajar. 

—¿Quién? —pregunté. 

—¿Quién va a ser? El chico del gorro rojo. 

Le había olvidado por completo. No había pensado en él desde que le mandé el mensaje a Ricardo el domingo por la mañana y al volver a oír su nombre, no tenía ni idea de quién era ese tal Andrés. 

—Es verdad —dije—. Nada. 

—¿Nada? Qué fácil olvidas. No tenías pensamientos para otra cosa más que para él. 

—¿Qué quieres que haga si no he vuelto a saber nada de él? No puedo estar esperando toda la vida.

 —¿No ha vuelto a dar señales de vida? 

—No. 

—Qué raro. 

—Eso mismo pienso yo —dije—, pero no puedo hacer nada más. Mi único contacto con él es el móvil, y no responde a mis mensajes ni a mis llamadas. 

—¿Le habrá pasado algo? 

—Puede que nunca llegue a saberlo. De todas formas le agradezco mucho lo de aquella noche.Gracias a él me ilusioné y si no hubiera cortado el contacto, no me habría decidido a ir a Madrid. No es que lo hiciera por despecho, sino porque estaba tan agobiado, que necesitaba hacer algo.

 —Ten cuidado —dijo ella. 

—¿Por qué? 

—Una relación con un chapero, y más a distancia, no es lo que necesitas ahora mismo. A lo mejor lo que deberías hacer es buscar un gorro rojo. 

—Qué boba eres —dije riendo. 

—¿No cometerás ninguna locura? 

—¿No va siendo hora de cometerlas? Tengo veinticinco años y siempre he hecho lo que se entiende que es lo correcto. Deja que me equivoque, así maduraré un poco. 

—Visto así... Vale. 

Sé que ella tiene razón, pero me apetece dejarme llevar, cometer alguna locura, que sólo falta queme salga el círculo dorado sobre la cabeza para convertirme en un santo. Tengo que ver mundo y equivocarme un poco, que ya va siendo hora.  

El chico del gorro rojo - Javier HerceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora