1.
She's back in Georgia.Mis ojos permanecían fijos en la carretera, atentos a cualquier letrero que señalase un desvío. Sabía que estaba cerca y, vagamente, lograba recordar un poco el recorrido, pero, debía confesar que, me hallaba un poco perdida.
Pasado unos minutos, por fin, logré hallar el bendito cartel y, apenas seguí las instrucciones de este, me sentí en un territorio familiar. Finalmente, estaba de vuelta en casa.
La razón de este viaje, era porque yo necesitaba un tiempo; un receso para olvidarme de todos los problemas y poder tomar un respiro. Un respiro que, definitivamente, Massachusetts no me estaba dando. Yo necesitaba un descanso de todo y era por eso que estaba volviendo a casa. Necesitaba huir.
Huir. Ya era algo recurrente en mí, así era; estaba acostumbrada a huir de los problemas, desde hace ya un buen tiempo.
Mis padres se divorciaron el mismo día que cumplí los catorce. Mamá se fue de casa, con la excusa de que necesitaba un tiempo para encontrarse a ella misma, dejándonos a Eric y a mí a cargo de papá. Durante ese tiempo, este último conoció Aretha Truscott, una amigable mujer de la ciudad, a través de un sitio web de citas. Bastaron un par de meses para que Aretha y Lana, su hija, se mudaran con nosotros y si bien, me alegraba saber que mi papá estaba rehaciendo su vida, fue algo que a lo que no logré acostumbrarme. Así que, sin pensarlo mucho, partí a Massachusetts, con mamá, sin volver a acá hasta ahora.
Mis ojos examinaban cada lugar por el que pasaba y, a simple vista, parecía que el tiempo se hubiese detenido en Georgia. Todo lucía tal y como lo hacía el día que me había marchado, hace casi seis años. Una sonrisa se formó en mi rostro al sentir el delicioso sol de Senoia, mi antiguo hogar, sobre mi piel.
Estacioné mi auto y, después de quitarme los anteojos de sol, me bajé de este, un poco ansiosa, un poco asustada. Miré el gran letrero, que mantenía sus luces apagadas durante el día, pero que aun así, relucía a lo grande el nombre de The coffee house.
No estaba lleno, probablemente porque no nos encontrábamos en un horario punta, así que no me fue difícil avanzar por el casi vació lugar, logrando entrar a la zona tras el mesón, donde se preparaban los cafés.
Aretha fue la primera —y única— persona en notarme y recibirme, en aquella cafetería, escenario recurrente de mis más felices recuerdos de infancia. El café siempre había sido un negocio familiar, atendido por mi papá, Eric, mi mamá—en su momento—, Aretha, Lana y yo. Quizás era aquel ambiente cálido y hogareño aquel que había convertido al local en unos de los más populares y visitados de la ciudad.
—¡Dios mío, estás tan grande! —Expresó, con una enorme sonrisa en sus labios—. ¡La última vez que estuviste acá tenías sólo diecisiete!
—Y ahora sólo tengo veintitrés —Comenté, no tan entusiasmada como ella—, aún estoy joven.
—Lo sé, pero te ves como toda una mujer—Chilló, contenta, y volvió a abrazarme.
La esposa de mi padre se separó de mí, al ver, a mis espaldas, a alguien. Supuse quién sería, pues la cara que puso la mujer que me había educado por un par de meses no fue la mejor.
—¡Mira quién está acá, hija! —Fingió alegría, tratando de reprimir el incómodo momento que estaba por ocurrir.
—Hola, Lana —Le saludé, dándole una pequeña sonrisa, de cortesía. De todos modos, por mucho que intenté, no obtuve una de vuelta.
—Hola—Respondió cortante y se alejó, perdiéndose cuando entró a la cocina del lugar.
La relación entre Lana y yo nunca había sido como lo que yo esperaba. Por un momento, cuando supe que Aretha y mi padre se casarían, la onírica idea de que tener una hermana sonaba como algo genial en mi cabeza —probablemente porque mi hermano y papá no lograban congeniar del todo bien conmigo, en algunas cosas. Sin embargo, mis expectativas terminaron siendo sólo una simple ilusión, porque Lana no resultó ser ni una pizca de lo que yo esperaba.
Truscott me dio una pequeña mirada, diciéndome que ignorara el comportamiento de su hija y suspiré. Hace mucho que había dejado de intentar llevarme bien con ella, pero, seguía cuestionándome por qué nunca logré agradarle.
—Tu papá y Eric han ido al mercado, pero deben estar por volver. ¡No sabes lo emocionado que están por tenerte acá! —Exclamó la morena, moviendo las manos de manera efusiva—. ¿Por cuánto tiempo te quedarás, cariño?
—No lo sé aún —Susurré, pensativa—, pero al menos estaré aquí todo el verano–Dije, encogiéndome de hombros.
La campanilla de la entrada sonó al mismo tiempo que lo hizo la del horno, avisándole a mi madrastra que, lo que sea que estaba cocinando para el local, estaba listo.
—¿Necesitas ayuda con esto? Puedo atenderlo, si quieres y tú vas a sacar los pasteles del horno—Le pregunté, sin siquiera mirar a quién había entrado, al notar el evidente estrés que la situación le había causado a Aretha.
—Oh, cariño, pero acabas de llegar. —La mujer musitó preocupada y me reí, negando.
—Está bien, puedo hacerlo —Ofrecí, mientras ataba mi cabello en una cola de caballo, y ella sonrió, encantada.
—¡Eres un ángel, ________! —Me halagó, antes de correr a aquella área a la cual sólo personal del local tenía acceso.
Volteé, en silencio, preparada para atender al cliente, sin esperar que fuera él a quien debía atender.
—La pequeña ________ —Habló, ronco y confidente, causándome ese extraño temblor en las piernas. Su expresión se transformó en una preocupada, al ver que no respondía nada y pareciese que toda su seguridad se había esfumado de un momento a otro—. Quizás no-no me recuerdas, digo, eras una niña cuando vine y...
—Sí te recuerdo, Norman. —Suspiré, alegre y sonrió de vuelta, aliviado.
Norman había llegado a Georgia un par de semanas antes de que yo partiera de casa, cuando recién se encontraba filmando la primera temporada de su reconocida serie. Me sorprendía saber que aún se encontraba acá, después de tanto tiempo.
Probablemente, como cualquier jovencita lo haría, mi primera reacción hacia Norman al conocerlo, fue sentir un estúpido flechazo. El actor se convirtió en mi amor platónico apenas entró al café, aquel primer día, y, la verdad era que, había olvidado su existencia hasta justo ahora.
Con los nervios a flor de piel, preparé su pedido, tratando de ocultar aquella torpeza que pertenecía a mí por naturaleza. Sabía que me estaba mirando, mientras vertía el contenido en un lindo vaso de cartón, así que tuve que mantener mi respiración calmada para no causar algún desmadre.
Dejé su café sobre la mesa y cuando lo tomó, nuestros dedos se rozaron ínfimamente. Una ola de calor envolvió mis mejillas, pero eso no fue todo. Porque, cuando lo vi alejarse a una de las mesas del lugar, volteó, para aniquilarme con solo una oración. Una frase, veintidós letras, cinco palabras.
—Es bueno tenerte de vuelta.
Y con eso, comprobé que Norman seguía siendo mi amor platónico.
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The Bet - Norman Reedus
Hayran KurguNorman apostó que podía enamorarla, pero, ¿qué pasaría si, después de todo, el enamorado terminaba siendo él?