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Dinner is on Eric's friend.


           

Los reencuentros siempre eran lindos, pero, debía confesar que, esta vez, mi recibida fue más fría de lo que yo esperaba. Papá y Aretha trabajaron en el café durante la hora de almuerzo y lo harían hasta la noche, así que me había pasado toda la tarde en casa, encerrada en mi pieza. Ni me esforcé en preguntarle a Lana sus planes, pues sabía que era capaz de inventar uno sólo para no pasar tiempo conmigo. Así que, como siempre, mi salvación fue Eric.

Sentí los bocinazos de su auto justo cuando me estaba poniendo un arete. Sonreí al saber que ya había llegado y, después de tomar mi bolso, salí a su encuentro.

Mi hermano mayor me envolvió en un fuerte abrazo, apenas me subí a su auto, tan fuerte como el que me había dado esta mañana cuando nos vimos en el café, y luego revoloteó mi cabello, como solía hacerlo cuando éramos pequeños.

Eric tenía 34 años y era el mejor —y único— veterinario del pueblo. Y aunque la diferencia de edad que nos separaba era considerable, siempre nos habíamos llevado muy bien, sobre todo porque, él siempre estaba para mí cuando lo necesitase. Más que un hermano mayor, Eric era alguien a quien podía considerar como un gran amigo.

—¿Estás preparada para la mejor cena de tu vida? —Presumió, al mismo tiempo que comenzó a conducir—. Suena como un buen panorama, ¿eh?

—¿Te vas a morir o qué? —Bromeé, porque era la primera vez en la vida que mi querido hermanito me invitaba a comer—. O quieres pedirme dinero, eso suena más lógico. —Reí.

—Hey, ahora trabajo, no necesito que me prestes —Frunció el ceño, ofendido, pero luego rio—. No te veía hace tres años —Susurró, haciéndome recordar aquella visita que me había dado cuando viajó a Massachusetts—, necesitamos ponernos al día. No es lo mismo que por teléfono. Además, te lo he dicho, han pasado muchas cosas acá.

—Lo sé —Murmuré, con la vista perdida en las luces del centro de Senoia—. Entonces, ¿cuál es el plan?

—Esta noche, iremos a Nic and Norman's —Aseveró y dudé, al no conocer de qué local estaba hablando—. Oh, lo siento, olvidé decírtelo —Comenzó a explicar—: Norman y uno de sus productores han abierto un restaurant, aquí, en Senoia. Es muy bueno, creo que te gustará.

—Oh. —Respondí, apenas, sintiendo aquel estúpido revoltijo en mi estómago sólo con escuchar su nombre.

—Norman y yo somos muy buenos amigos, ahora —Continuó y yo seguí mirándole, sin saber qué diablos decir al respecto. Controla tus hormonas, por favor, me supliqué—. Su gato es mi cliente estrella y, desde ese entonces, salimos a pasear en nuestras motocicletas y...

—¿Tienes una moto? —Chillé, interrumpiéndolo, bastante impresionada, pues sabía que el sueño adolescente de Eric era lograr conducir una motocicleta y papá se lo había prohibido en ese entonces.

—Como te lo dije, hay muchas cosas que debemos hablar. —Recordó, sonriente.

Estacionó su vehículo casi a la entrada del local. Desde ahí, pude apreciar la larga fila que se generaba a la entrada de este. Norman había ganado popularidad durante estos años, gracias a su serie, me explicó Eric durante nuestro trayecto. No era difícil de imaginar que su restaurante sería un éxito, entonces.

No tuvimos que esperar ni un segundo para entrar, porque mi eficiente hermano había hecho reservaciones. A diferencia del resto de mi familia, Eric sí se había encargado de hacerme sentir de vuelta en casa.

Me senté, mientras mi hermano acomodaba su chaqueta y sonreí cuando ya estuvo sentado frente a mí. Teníamos tanto de qué conversar y, hubiera iniciado con las muchas dudas que tenía, pero, el sonido de su celular se me adelantó.

Contestó y sólo por la preocupación que lograba escuchar en sus palabras, cada vez que respondía, supe que algo no andaba bien. Y, para finalizar, fue la culpa con la que me miró después de colgar la que comprobó mis dudas. Por supuesto que algo no andaba bien.

—Mierda, hermanita, me vas a odiar por esto —Habló rápido, mientras volvía a colocarse la chaqueta que había dejado tras la silla—. Un perro de una clienta no ha respondido bien a la medicación que le he dado, así que deberé atenderlo de urgencia. Mierda, de verdad lo siento, cariño.

—No, no —Suspiré, tratando de ocultar mi frustración, ya que, aunque me molestase, no quería hacerlo sentir mal—, está bien, debes ir, es tu trabajo.

—¿Ne-necesitas que te lleve a casa? —Preguntó y, sólo por su rostro de estrés, supe que era mejor negar con la cabeza.

—Puedo tomar un taxi. —Sonreí y asintió, aliviado.

Dio un beso en mi frente antes de partir, hecho un rayo, a su auto, dejándome sola en aquella mesa, rodeada de gente comiendo y disfrutando, felices de la vida.

Atiné a ponerme de pie, ya que, cenar sola no estaba dentro de mis planes y caminé hasta la salida. Fue exactamente ahí cuando la persona a quien menos quería encontrarme apareció.

—Ya te vas, ¿acaso no te ha gustado la comida?

Norman. Frente a mí, en la barra de tragos y mirándome burlonamente.

—Eric ha tenido una emergencia de último minuto. No voy a comer sola, tampoco—Susurré y él se rio, despacio. Fruncí el ceño, molesta, logrando sólo aumentar la fuerza de sus carcajadas—. ¿Qué?

—Nada, es sólo que... intentas estar enojada, pero, aun así, sigues viéndote muy tierna, pequeña.

Suspiré, tratando que sus palabras no me irritaban en lo absoluto, y me despedí con una leve sonrisa.

—Buenas noches, Norman.

Volteé y avancé lento hasta la salida, pero no lograría dar más que un par de pasos cuando él volvería a hablar.

—¿No quieres quedarte un rato? —Le escuché decir, pero, analizando las posibilidades de que esa oferta fuera para mí, fingí no haber oído nada.

Traté de seguir, pero, entendí que sí me preguntaba a mí, cuando sentí su mano sujetar la mía, deteniéndome. Sus ojos azules estaban fijos en mí y, como nunca los había tenido tan cerca, mi respiración logró acelerarse sólo con eso.

—Eh... —Balbuceé, mientras mi cerebro trataba de buscar una excusa coherente.

Y si bien había muchas excusas que podría haber inventado para escapar de ahí, yo no fui capaz de articular ninguna de ellas.

—Es tu primer día de vuelta, así que, yo invito —Ofreció, bastante confidente—. Y, recuerda, soy el dueño, así que puedes pedir lo que quieras del menú. —Me recordó, guiñándome un ojo.

Mi cabeza se cuestionó si lo que estaba haciendo estaba mal y, concluyó que, sí, lo estaba. Estaba muy mal. De todos modos, de nada me servían sus regaños a esta altura, porque cuando me di cuenta del error que había cometido, yo ya me hallaba sentada junto a él en la barra.

 De todos modos, de nada me servían sus regaños a esta altura, porque cuando me di cuenta del error que había cometido, yo ya me hallaba sentada junto a él en la barra

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The Bet - Norman ReedusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora