Epílogo.

514 126 46
                                    

Observé fijamente el bote de galletas que se encontraba encima de la mesa, a mi alcance. Miré a ambos lados, asegurándome de que mi madre no estaba, ya que me mataría por coger una de sus galletas. Estiré mi mano y, antes de siquiera tocar la tapa del bote de galletas, una chancla fue disparada hacia mi cabeza. Adolorido, me sobé la nuca, me di la vuelta y me encontré con mi peor pesadilla:
Mi madre con su otra chancla en mano.

—¿Se puede saber qué estabas haciendo, Juan?

Tragué grueso y mi mente se puso a maquinar una excusa.

—¿Iba a ver si tus galletas estaban bien...? —ella alzó una ceja y yo suspiré—. ¿Poco convincente, verdad?

Asintió y se puso la chancla, aliviándome.

—Te he dicho un millón de veces que esas galletas son mías. MÍAS.

—Oh, vamos mamá, no seas infantil —las palabras salieron de mi boca sin antes haber sido procesadas por mi cerebro, miré temeroso a mi madre, la cual sonreía tenebrosamente.

—¿Infantil? ¿Yo? —borró su sonrisa y, a la velocidad de la luz, se quitó la chancla y me la lanzó—. No seas pendejo.

—Vieja amargada hija de la chingada... —susurré encogido en el suelo sobándome la zona donde había impactado la chancla.

Oí un carraspeo de parte de mi madre y giré levemente la cabeza.

—¿Has dicho algo? —puso ambas manos en su cadera.

Yo titubeé un no y ella entrecerró los ojos.

—De acuerdo. Recuerda no tocar mis galletas —salió de la cocina murmurando algo como "estúpido mocoso ladrón de galletas."

Suspiré y me levanté del suelo. Miré las galletas una vez más y me encogí de hombros.

—Ni modo. Comeré nutella con cuchara.

Cogí el bote de nutella de uno de los armarios y una cuchara, después me dirigí al salón y me senté en el sillón. Abrí la nutella y, antes de poder siquiera meter la cuchara en el bote, este me fue arrebatado.

—¿Pero que...?

Fruncí el ceño y miré a mis espaldas, encontrándome con mi madre sosteniendo el bote.

—¿Me devuelves la nutella? —dije.

—¿Cuál es la palabra mágica?

—¿Por favor?

—Buen intento, pero no.

Puse los ojos en blanco, ya me imaginaba cuál era la palabra mágica.

—¿Te traigo una cuchara y compartimos el bote? —ella asintió complacida.

Busqué una cuchara en la cocina y se la di a mi madre, luego nos sentamos juntos a comer nutella.

—La última vez que comí nutella con cuchara acabé en un país lleno de pendejos... —sonrió levemente mi madre.

—¿Un país lleno de pendejos?

—Sí. Yo le solía llamar el País de las Pendejadas.

Le miré extrañado, ¿de que vergas estaba hablando?

—Aunque al final resultó que todo fue un sueño que tuve mientras estaba en coma... —apretó los labios pensativa—. Va. Da igual. Para mí fue real, me niego a pensar que sólo haya sido un sueño.

—Cuéntame como fue tu sueño —me acomodé en el sillón.

Ella asintió y, al igual que yo, se puso cómoda.

—Te lo resumiré. Desperté en un mullido césped azul, al primer pendejo que me encontré fue al sombrerero loco, también conocido por Juan. Él me engañó para que lo siguiera hacia donde estaban los demás pendejos, el conejo negro y la estúpida liebre malnacida hija de su conejísima mamá. Bueno, ellos me dijeron que tenía que destronar a la pendejísima reina de estrellas para volver a casa, a cambio me darían galletas; en mi defensa diré que esas galletas estaban muy buenas. El sombrerero loco y el conejo prácticamente me abandonaron en la entrada de el jardín de el castillo, así que tuve que buscarme la vida y atravesar el jardín yo sola. En mi travesía por el jardín me encontré con un enanito vestido de estrella, el cual al principio parecía un enanito pacífico, pero después fue todo lo contrario. Conocí a la reina y poco a poco gané su confianza. Amenacé a los enanitos, por lo cual estos me tuvieron que ayudar a encerrar a la reina; le dijeron que habían construido un spa en los calabozos y la muy estúpida se lo creyó. Después de eso me despedí del enanito atrevido, luego me despedí de el sombrero loco, y al final me desperté en la camilla de un hospital. Y fin —terminó de relatar—. Se me olvidaron las galletas, aún me arrepiento de eso.

Miré el bote de nutella y después miré a mi madre.

—¿Y dices que todo eso te pasó después de comer nutella con cuchara? —ella asintió y dejé de comer nutella—. Creo que no quiero más nutella. Por cierto, ¿por casualidad me pusiste el nombre en honor al sombrerero ese?

—Se podría decir que sí. Cuando naciste te vi cara de pendejo y decidí ponerte su mismo nombre —rodé los ojos y ella rió.

Nos quedamos unos minutos en silencio hasta que ella suspiró.

—¿Te digo algo? El collar que le di a la reina de estrellas en mi "sueño" no lo volví a encontrar. Dicen que cuando ingresé en el hospital sí lo tenía —sonrió—. Yo sí creo en el País de las Pendejadas.

Laura en el País de las Pendejadas. [RETIRADA PARA CORRECCIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora