Capítulo II

4 0 0
                                    

La luz tenue de los faros apenas podía  vislumbrar mi habitación. El ensordecedor sonido de la lluvia, pegaba con más fuerza hacía la gran ventana color pardo, que estaba justo a lado izquierdo de mi cama.
En un principio, solo fueron pequeñas gotas que caían como lágrimas sobre el cristal, pero poco a poco, se convirtieron en corrientes cayendo en picada.

Halo instintivamente mi edredón hasta la altura de mi cuello, al escuchar los constantes truenos mas allá de mi ventana. La lluvia no cesaba y esto no me permitía dormir en lo absoluto. En días de lluvia, difícilmente podía conciliar el sueño con facilidad. Así fuese que estuviese de lo más cansada tras un día de estudio o fiestas. Escuchar el constante ¡pop! de las gotas reventar contra el cristal, era casi como una alarma hacia mis oídos. Me hacia regresar hacia tres años, cuando mi antiguo novio lanzaba dardos de goma para no llamar la atención de mis padres. O en lo peor de los caso, que el cristal se volviese añicos. Al llegar ese pequeño, pero distante recuerdo, siento un leve ardor en mi pecho al tener ahora en mente esas escenas. La típica pareja en donde, el chico llamaba a su ventana para así escapar al menos dos horas. Ella al estar enamorada, accedía en un rotundo sí, sin pensarlo si quiera.
Ladeo mi cabeza en un movimiento brusco y trato de concentrarme en solo descansar.

Comienzo a recorrer por el viejo truco de los número, pero me resulta casi imposible. Ya no podía borrar aquellos fragmentos de mi pasado. Casi frustrada, quito la cubierta de mi piel ágilmente e inclino mi cuerpo un poco para ver la hora en mi reloj que estaba justo en mesita de noche.

3:52 Am.

Doy un leve resoplido en señal de derrota.

—Estúpido Marlon...

Quería decirlo de una manera enojada, pero mi voz sonó apenas audible.

Doy un apresurado brinco de mi cama y aquellas suaves telas que cubrían mi cuerpo, caen por efecto de la misma gravedad.

—"Tendremos un mejor futuro"—repito con sarcasmo sus últimas palabras de aquel día en el aeropuerto. La última vez que lo vi. Y pensar que ha pasado casi un año y medio.

Me dirijo hacia al pasillo y todo está realmente oscuro, entro a la cocina y allí logro ver un poco, debido a los elegantes cristales que habían en el techo. Aquel salón tenia un techo que caía en forma de una “v” al revés, por lo que todo su vértice estaba hecho de un cristal muy grueso que daba una vista encantadora. Y a un costado, una pared de solo cristales enmarcados por delgados marcos de madera oscura. Que a la vez, vislumbraba el salón debido a la tenue luz de los faros. Un estilo muy moderno y a la vez mediterráneo. Mamá tiene unos gustos exquisitos y modernos. O al menos su profesión de Arquitecta-Diseñadora de interiores, le exige tanta estética.

Así que, es mucho más fácil para mi no tener que pensar con ella cómo decorar nuestra casa de 5 habitaciones. Una casa un poco grande para una familia de solo tres integrantes.

Me acerco cuidadosamente al estante donde están todas las vajillas, pero no logro ver un solo vaso o tasa allí.
Me deslizo con cuidado para que la madera bajo mis pies no cruja como de costumbre. Pero parece casi imposible, con el mínimo paso que de.

Abro el módulo color ocre que estaba justo encima de mi cabeza y logro verlos. Pero parece casi inútil alcanzarlos pese a mi metro sesenta y dos.

—Odio mi estatura, gracias mamá.
No era del todo cierto, pero lo que si era cierto era que, no había obtenido una altura mayor debido al metro cincuenta y siete de mamá. Mientras que, papá mide al menos unos metro ochenta. La lluvia había cesado y ahora solo eran unas cuantas gotas cayendo en pequeños sonidos.

¡Tras! ¡Tras!

Escucho un gran golpe.

Dejo de saltar y giro instintivamente hacia los cristales. Un hombre.

—¡Oh por Dios! —susurré con mis manos tapando mi boca por el asombro-susto.

Aquel hombre se colocó con avidez sobre sus cuclillas. En intuí por su agilidad que debía ser un chico. Giró su rostro apenas visible directo hacia mi y sentí una oleada de frío en todo mi cuerpo. Si quiera pude al menos correr o gritar. Aquel sujeto miró su hombro y luego a mi, de pronto solo corrió como si su vida dependiera de ello.

—¡Connie! ¿Estás allí?

Los pasos rápidos de mis padres eran desesperados, hasta que lograron verme. Mamá estaba con su usual bata de seda y papá, solo con un chandal oscuro y sin su típica camiseta blanca.

—Creo que estoy loca, acabo de ver un tipo justo allí. —señalé con histeria justo dónde había ocurrido la escena.

—Estaba allí, a un costado de los cristales mamá. Cayó, o no sé qué.

—Oímos el ruido querida. Mantén la calma. —Dijo mi madre tratando de calmarme mientras me abrazaba y acariciaba mi brazo.

—Cariño, llama a la policía. Yo daré un vistazo afuera.

—¡No! —Mi voz estuvo casi a octavas, más de lo que quería — Quizás no está, se fue. Lo vi cuando huyó. Y si está puede hacerte daño, papá.

—Ve a tu habitación, linda. Puedo manejar esto.

Asentí y pude ver su Beretta 9mm justo en su mano izquierda. Iba a decir que aquel objeto no era necesario, pero sabía que si al menos lo decía, sería en vano.

—Vamos cariño—insistió dulcemente mi madre ante su agarre.

Pero yo estaba dentro de una hipnosis con mi mirada más allá de los cristales. Cómo había visto aquel individuo golpeado frente al cristal y la rapidez al colocarse sobre sus pies. Y su profunda y tan oscura mirada.

—Tal vez quería robar—musitó mamá, librándome de mi pequeño trance. —¡Oh vaya! Dos cristales están hechos añicos, tendré que llamar a Joel por repuestos. Vamos linda.

No había visto los fragmentos de cristales hasta que mamá lo mencionó.

Ambas subimos hasta mi habitación, ya solo era un pequeño rocío que estaba sobre las ventanas.
Giro el pomo de mi habitación y mi aproximo a entrar junto con mamá. Todo estaba tan silencioso que, apenas podía creer que alguien quisiera meterse a nuestra casa. Me senté justo en una esquina de mi cama y sentí un cálido abrazo.
Miro de lejos a mi reloj electrónico.

4:38 Am.

—No he dormido casi nada.

—Lo sé. Pero tu padre hará lo posible para que estemos bien. Confiamos en él, recuerda.

Inclino mi cabeza hacia mis rodillas a sabiendas que ya no podría dormir.

—Será mejor que duermas, Connie. Mañana irás a tu clase.

—Hoy dirás,  son las 4:50. —Le corregí.

—Tienes razón. Quizás tal vez no vayas. Todo depende de qué diga tu padre. Anda, recuéstate.

Como una niña de cinco años acaté su orden y mi cuerpo se desplego sobre el colchón. Cogí algunas mantas y la puse sobre mi, sin ninguna esperanza de poder conciliar mi sueño.

Sumergida Tempestad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora