Dissolvenza

1.3K 178 57
  • Dedicado a A todos los que apoyaron la historia
                                    

Volver a casa fue horrible. No solo por las miradas de repugnancia de las personas, sino porque me sentía a punto de colapsar. Mi pierna derecha, mitad chamuscada mitad inerte, ya no servía. La enorme mancha negra que inundaba mi ojo izquierdo se hizo cada vez más grande, hasta nublar por completo mi visión. Antes de llegar, subí la manga de mi buzo con cuidado para ver la herida. El tajo enorme de mi antebrazo estaba de un color amarillo asqueroso, y la sangre se había secado en forma de costras que me daban picazón. 

Caminé por las calles de mi vecindario, soteniéndome de las paredes para no caer. Mis párpados pedían a gritos cerrarse, pero me decía a mi misma que solo faltaba un poco más.

Un poco más, y todo terminaría.

Pasé por encima de mis padres, y accidentalmente pisé la mano de mi progenitor. Subí las escaleras de dos en dos, ya que algunos escalones estaban demasiado quemados. Abrí la puerta de mi habitación y caí al suelo. Quería llegar a la cama, pero no tenía fuerzas para ello. Como pude me arrastré hasta una esquina de mi cuarto, mientras veía a las sombras moverse por el rabillo del ojo sano. Se que no son reales, pero su compaña me hace sentir menos sola. Me protegen.

Imágenes de distintas formas de morir cruzaron mi mente. Al principio quería usar la pistola de mi padre, poner el cañón en mi boca y apretar el gatillo. Pero la idea de que el arma que le quitó la vida a su amante y a su pequeño bastardo me la quitara a mi, no me gustaba. Llenar la bañera de agua y hundirme en ella era otra, pero quería algo rápido, y ahogarse no parecía una buena opción.

Fue ahí cuando recordé las pastillas para el estrés en mi cajón. Se las había robado a mi madre hace unos días porque no podía conciliar el sueño. Si con una duermo doce horas, con diez dormiré para siempre.

Alargué mi brazo hasta mi mesa de luz y busqué con mis dedos el pequeño frasco transparente. Estaba casi vacío, pero quedaban algunas píldoras que me ayudarían mucho. Lentamente desenrosqué la tapa del recipiente y dejé caer un puñado en mi mano. No podía bajar a la cocina a buscar agua, podía caerme por las escaleras y morirme junto a mi padre, por lo que junté la poca saliva que quedaba en mi boca y metí las pastillas en ella. No era el mejor sabor del mundo, pero podía soportarlo. 

Tragar y sentir como descendían las píldoras por mi garganta fue maravilloso. El efecto de la sobredosis no tardó en llegar. Todos los músculos de mi cuerpo se entumecieron y mi vista se tornó borrosa. Las sombras se acercaron y me dieron un último abrazo. Cada movimiento que hacía parecía en cámara lenta. Moví mi mano delante de mi ojo y vi que se fragmentaba en cientos de partes. 

No se cuánto tiempo pasó, minutos, tal vez horas. El frasco cayó de mi mano y se rompió en mil pedazos. Una telaraña de cristal se formó en el suelo. Fue lentó, pero sentí como mi vida se desvanecía lentamente y dejaba atrás un cuerpo destrozado. Un último aliento se escapó de mis labios, donde una sonrisa quedó dibujada para la eternidad.

Puedo decir que me fui de este mundo sin asuntos por resolver. 

Inferno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora