Capítulo 3

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Habían muchas maneras de llegar a la Universidad; tren, metro, taxi, o bus. Yo prefería siempre caminar hasta allá...es que vivía a dos cuadras de la sede principal, pero llegaba tarde. Ya era una costumbre que había asumido desde...¿hoy?

No estaba muy seguro, pero desde que tuve aquel sueño tétrico con el pequeño de color, empecé a sentir que mis recuerdos y memorias llegaban a cierto punto, donde no podía divisar más allá de los mismos. Eran muy ambigüos.
Cada día que transcurría, mi mente borraba un diminuto fragmento de mis inumerables evocaciones. Lo curioso es qué, mis conocimientos sobre la física, las matemáticas y demás asignaturas de mi profesión como Astronomo, permanecían intactos.
Mientras no olvidara mi nombre, Adel, no tendría que andar sobre la cuerda floja cada vez que me presentara ante alguien, o responder al llamado en lista de cada clase.

Un martes, recayó entre los cálidos rayos del sol, así es como lo recuerdo, porque el mismo astro rey golpeaba mi faz, ya tenía su descaro al desquitarse cada mañana o atardecer. Portaba un pantalón azul oscuro, entubado. Camisa con mangas largas color blanca, y un saco desabotonado color gris. Mi cabello liso y negro, desorganizado, ni muy corto ni muy largo, neutral.
El lado bueno de que el sol me rostisara la cara, era el bronceado sensual y llamativo para las chicas; aunque después el ardor insoportable te hacía incomoda la noche.

Ingresando a la universidad, los pasillos se hallan solitarios, fue bastante curioso, y luego de que entré al que usualmente me correspondía los martes, se tornó sumamente extraño, porque tampoco había rastro de ningún estudiante, ni docente. Estuve recorriendo cada rincón de la sede, y todo estaba deshabitado. Resaltaba bastante lo pulcro que se observaban las paredes color blancas, junto a la cerámica del suelo de tonalidad piel cremosa. Las aulas de clase, tenían las sillas muy bien distribuidas en filas. Me remití una vez más al salón donde me correspondía clase, y desde la ventanilla transparente, miré que ya habían llegado todos los alumnos y el profesor de física.

-¡Mierda!- Susurré con preocupación antes de abrir la puerta para ingresar. Coloqué mi maleta en mi habitual puesto, saqué mi cuaderno y comencé a adelantarme sobre el tema y lo que estaba escrito en el tablero. Uno de mis compañeros; para ser específico, una chica, me dirigió la palabra.

-Hola.- Un pequeño y cortés saludo bajo en volumen. Al principio se me hizo bastante increíble que una mujer me estuviese hablando. Así que con algo de nervios y apenado, volteé el rostro para tratar de sonreir lo más natural posible. Inmediatamente levanté a medias mi mano derecha para oscilar un saludo que correspondiera el suyo. Pero al fijarme en su mirada, y en la dirección con la cual veían sus pupilas, capté al instante que ella le estaba hablando a alguien más, y no a mí.

¡Joder! De verdad me sentí especial por unos cuantos segundos, sólo quedé haciendo el ridículo frente a la joven; que muy hermosa era.
Perdí todo carisma forzado e intensiones por relacionarme con una mujer, y mi cara retomó la misma simpleza y seriedad de antes.
Seguí concentrado en transcribir rápidamente los datos relevantes hallados en el tablero. El profesor no paraba de hablar y hablar, y más encima, seguía escribiendo. Entre todos, era el único afanado por copiar cada detalle, los demás parecían estar muy perdidos en su mundo y clavados en los conocimientos tan sagaces del maestro.
Hubo una parte en donde, quise cambiar de esfero, porque con el de tinta roja escribía los títulos mayores para empezar un tema, pero mi motricidad pendeja, hizo que botara al suelo el lapicero. Rápidamente me agaché para recogerlo y seguir escribiendo, pero cuando volví a levantarme y ver el tablón, ya no había nada escrito en él. Me enfadé y me puse de pie para revirar por haber borrado tan de repente. Sin embargo, luego caí en cuenta, que ni el docente estaba, su voz se había esfumado entre el eco de las paredes. Eché un vistazo a mi alrededor, y confundido noté que ninguno de mis compañeros se encontraba. El salón quedaba justo contra el costado de uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad de...¿de qué ciudad? Mi mente deliraba, ya no sabía sí de la inesperada escabullida de los demás, olvidé el nombre de la ciudad.

---La mujer de la parada---Donde viven las historias. Descúbrelo ahora