EL DOLOR NO DUELE... ¡MATA!

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                                              EL DOLOR NO DUELE… ¡MATA!

Nada calmaba a Fernando del dolor y desesperación que sentía. Ese arrebato agresivo y de casi un animal que tuvo ayer, pudo romper, finalmente, ese hilo invisible del lado más humano y bonachón de sus sentidos. Ahora estaba que se dolía de su acción pero, ya era tarde, estaba hecho, no había vuelta atrás… ―Se había convertido en lo que más odiaba ― ¿Un maltratador?  No, no llegó a pegarla pero, sí, la empujó. Quería perderla de vista, no escucharla, hacer que se callara de una maldita vez de decir tantas frases ofensivas a su, ya de por sí, maltrecha hombría… pero, no se callaba. Su pequeña hija estaba presente y eso… eso fue lo peor. Verla llorar y recriminarle su actitud, pudo con él al fin y se decidió a marchar. No muy lejos, hacia su portátil amigo, el único que, de veras lo escuchaba y le daba ese ansiado respiro de, algunas veces, sentirse importante. Aunque sus ojos no lloraban, su alma, sangraba por dentro, estaba quebrada, rota y deshecha. Nunca imaginó que eso, doliera tanto… tanto. Toda su vida fue sufrida pero,

¿Hasta ese punto? ¿Merecía él, tanto castigo? ¿Tan malo habría sido en la “otra” vida para merecer tanto dolor y desesperación? ¿Por qué se le despreciaba tanto? ¿Qué daño había hecho y a quien? Sus pensamientos eran gritos desgarrados qué le apuñalaban el alma, al mismo tiempo que, le desangraban, sin sangre, el corazón.

¿Y ahora qué? Pensaba, dándole vueltas y vueltas… ¿qué se hace después de esto? Su cabeza era un ir y venir de ideas cada vez más disparatadas. No se podía marchar, aunque, ella, lo había echado de su casa. Obvio que no podía marchar. ¿Dónde iba a ir? ¿Qué hacía con su madre enferma de Alzheimer y en el hospital, haciéndole unas pruebas?  Por lo menos hasta que volviera del hospital no podía marchar… no es que no tuviera donde ir qué, sí, tenía pero, no podía hacerlo sin su madre. De los niños, solo le preocupaba que, no los viera tanto como hubiera querido, sin embargo, sabía que con su madre y su abuela materna, no les faltaría de nada.

Su dolor era tan grande que, cuando los niños se fueron al colegio después de darles el desayuno, Fernando se puso el chándal y se fue a correr. Bueno, más que correr, a andar, no estaba para muchos trotes, estaba pasado de peso, le dolían todos los huesos y por consiguiente, se sentía una mierda. Eligió esta vez un camino rural cercano a su vivienda, no tenía prisa, sus hijos, se suelen ir a comer a casa de su abuela los viernes con su madre. Así que, estando su  madre en el hospital, solo tendría que hacer de comer para él y encima, con los ánimos por los suelos, ni hambre tendría.

El camino rural  era un camino de tierra, compartido por andantes, coches y bicicletas aunque, no era muy transitado y se paseaba muy tranquilo y sin miedo a qué te fuera  a atropellar algún conductor nervioso, no, no era ese el caso. Había hecho ese trayecto cientos de veces, buscando siempre una pérdida de “gramos” qué por demás, nunca se daba pues, al llegar de nuevo a casa, el hambre por el ejercicio practicado era mayor que sus ganas de no ganarlos.

Esta vez fue diferente. Se sentía herido y lastimado y sus ánimos estaban más por el suelo que, por los altos. Así, ni siquiera se dio cuenta de qué, algo “volaba” por encima de su cabeza y le seguía. ¿Volaba o levitaba…? Estaba justo encima de su cabeza, a unos diez metros de altura y no era precisamente un pájaro.

Fernando, a todo esto seguía lastimándose con sus pensamientos diciéndose de todo y echándose la culpa de todo. Ni siquiera se daba  cuenta de que, iba tan deprisa y ensimismado qué, su pulso y su respiración fallaban por la agitación y el cansancio, sus rodillas se le doblaban y caía desmayado a tierra. Antes de cerrar definitivamente los ojos, le pareció ver algo que brillaba extrañamente en el cielo, justo encima de su cuerpo. Su último pensamiento fue ―” ¡Dios, por fin hallaré la paz”!

Cuando Fernando, abrió los ojos, poco podía imaginar lo que  iba a ver. ¿Cómo te sentirías si al levantar la mirada, te encontraras contigo mismo? ¿Y encima, mirándote sonriente y divertido? Pues justo eso fue lo que le ocurrió a Fernando. Vio a alguien que ― ¡Era idéntico a él! ― Luego de observarlo totalmente asustado y confuso. Se decidió a tocarse, a palparse y a medirse el cuerpo, esperando y no le faltara ningún “trozo” sus ojos bizqueaban de asombro y miedo…

―Deja ya de temblar, Fernando ―Dijo su sosias con su “misma voz” ― Tú siempre lo sospechaste y tenías razón ―No eres humano ―. Ni siquiera existes ―Continuó su doble, inflexible a su asombro. ―Tan solo eres una prolongación de mí mismo y de mis pensamientos. ¿Ya no te acuerdas cuantas veces contaste la misma historia a quienes querían escucharla y lo que tú creías que era parte de tú imaginación, como un juego?

Los ojos de Fernando cada vez mostraban más asombro y más dudas.

No podía ser, ¿estaba soñando? ¿O estaba muerto y deliraba? Pero… ¿puede delirar un… muerto? Su mente era un autentico caos, no entendía nada, aunque, lo de la historia sí, sabía a cual se refería, él, la había contado en cachondeo, muchísimas veces, tantas que ni se acordaba ya. Una idiotez que se le ocurrió de jovencito para impresionar a las amigas de sus hermanas mayores y a su vez, hacerlas reír un rato. Así fue que se “pilló” una fama de simpático. Algo era algo cuanto  menos, ya que su físico no le acompañaba al menos, lo vieran agradable. Ya que, el pobre, cuando joven no era precisamente un “adonis” más bien al contrario, su cuerpo era marcadamente obeso y sus carnes fofas como la gelatina. (Menos mal que, por lo menos tenía un rostro agradable y era simpático). Y bueno sí, pensaba Fernando. Le dio por contar qué, él era extraterrestre y que, en realidad, el verdadero Fernando, fue “cambiado” por él. Y qué Fernando, sólo era una especie de experimento para saber cómo piensan y reaccionan los seres humanos ante las muchas adversidades que se le pusieran durante su infame existencia.

Vamos, que era poco menos que, un experimento de laboratorio.

Lo bueno fue que, para “convencerlas” las demostraba que lo era mediante el sistema de leerles la mano y contarles cosas de ellas, pasadas y futuras, ―Las pasadas ya las sabía por sus hermanas ―Y las futuras… ¿cómo las sabía?

El caso es que, las dejaba asombradas y comentándoles a sus hermanas, lo gracioso y simpático que  era su hermano. Cosa qué por supuesto a él le satisfacía por completo y le provocaba orgullo.

―Vaya, ya veo que por los gestos de tú cara, estás recordando ―Le habló su otro “yo”.

fernando, levantó la mirada y le plantó cara. Creo que creía que estaba aún soñando y si era así, no tenía por qué tenerle miedo.

¡Vaya de mierda de sueño eres! ¿Ya podías haberme aparecido con un cuerpo musculoso y trabajado, sin arrugas y sin esa cara de gilipollas, tan parecida a la mía? ¡Joder, Hasta par soñar soy malo!

― ¿Aún no lo entiendes, verdad, fernando? No eres tú quien está gordo y deformado ni siquiera existes aquí en mí mundo, solo eres ―Cómo tú muy bien contabas ―; “Un experimento” y si estás así de gordo, no es culpa tuya, si no mía, pues, aquí, en este planeta, no necesitamos nuestros cuerpos para vivir, solo viven nuestras mentes y si tú me ves así, es por la sencilla razón de qué, te estás mirando a ti mismo y a la vez, solo eres una proyección de “mí inconsciente” No me preguntes por qué, tal vez el hecho de vivir, tanto tiempo tus mismas vicisitudes y tú mala alimentación, trastocó también mí mente y esta a su vez, “se dejó” formando ese cuerpo castigado por los kilos de más y la falta de ejercicio.

―Pero tenlo claro Fernando, tú, no existes… NO EXISTES… NO EXISTES…

Fernando  abrió los ojos de golpe, miró a su alrededor y vio que estaba en el mismo lugar dónde perdió el conocimiento. Echó un vistazo a su móvil, las diez y media. Apenas hacía una hora que había salido de su casa. Se llevó la mano hacia dentro de su chaqueta del chándal, sacando un pequeño puñal que siempre que salía a caminar por el campo, llevaba, por precaución. ―Hacía muchísimo que lo tenía ― Nunca lo había tenido que usar pero, ese era el mejor momento para usarlo. Pensaba Fernando, mientras  giraba la parte afilada del puñal hacia su pecho, justo dónde se supone que está el corazón, después apretó fuertemente hacia adentro exhalando solo un pequeño grito de dolor. Mientras en su mente le venía un último pensamiento. ¡Joder, para no existir, como duele esto!

Allá lo encontraron cuatro horas más tarde semiinconsciente sobre un enorme charco de sangre y murmurando repetidamente; “No existo… no existo… no existo”

NUNCA... UN HÉROEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora