Estaba sentada al borde del mundo, justo dónde se dividen los barrios "de la vida y la muerte". Ahí estaba yo en el límite de la realidad mirando unos ojos negros llenos de almas tristes y desamparadas. Estaba indefensa, refugiada inútilmente por un simple muro hecho de sueños que se derrumbaba segundo a segundo, respiración tras respiración.
La muerte que me observaba desde el otro lado. Vestía de seda para la ocasión, me observaba tranquila y sin prisas esperando el momento justo para apoderarse de mi.
no tenía miedo no sentía nada absolutamente nada.
Sabia que mi momento de gloria había llegado, pero no estaba triste porque la tristeza no sirve para nada, es una lastima que lo sepa hasta ahora donde ya nada puede cambiar.
Una brisa fría me envolvió por completo, me estremecí ante la sensación fría que besaba mi nuca mientras de el otro lado la muerte sonreía satisfecha. Todo estaba por comenzar, estaba en una zona de riesgo, me había convertido en un ciervo el cual era acechado en medio del bosque.
¿Vamos de cacería? . —Preguntó irónica la muerte como si pudiese leer mis pensamientos.
solo si tu eres la presa . — dije levantándome para cometer el peor acto de cobardía digno de todos los seres humanos. Huir. Comencé a correr sin rumbo fijo mientras él muro que nos dividía caía rendido tras de mi, dejando así nada para dividir la vida de la muerte.
Corría sin parar por un largo camino lleno de hojas secas, corría corría y corría con el corazón acelerado por la adrenalina, me sentía tan ligera al correr que sentía volar,el tiempo transcurría tan relativamente que llegue a pensar que todo ocurría en cámara lenta, como un película de mala calidad cuyo final es trágicamente predecible.
Miraba tras de mi y veía la muerte tan lejana que me hacia sentir inalcanzable, pero al mirar de nuevo le veía cercana, pegada a mi espalda como si fuésemos una sola.
Mi mundo es un camino sin fin, dónde no puede ser atrapado por la muerte, pero tampoco se puede llegar a disfrutar de la vida.