Chicas, lo siento no haber subido antes pero tenía ciertos problemas desconocidos con mi ordenador, peroo.. ya está arreglado!! Así que de recompensa por la espera os subiré dos capis!! BESOS.
SÉ QUE ES él, pero ojalá no lo supiera. Ojalá mi primer pensamiento fuera sobre
cualquier otra persona en el mundo, menos Toby, al oír una piedrecita que rebota en
la ventana. Estoy sentada en el armario de Bailey, escribiendo un poema en la pared,intentando reprimir la sensación de pánico que me da vueltas por todo el cuerpo
como si se tratara de un cometa atrapado.
Me quito la camisa de Bailey, que me había puesto por encima de la mía, agarro el
picaporte de la puerta y vuelvo a izarme hacia El Santuario. Al cruzar hasta la
ventana, mis pies desnudos pisan tres alfombras azules apelmazadas, repartidas por
la habitación, trozos de cielo brillante que Bailey y yo machacamos a base de años de
encarnizados concursos de baile para ver quién hacía más el tonto sin soltar la
carcajada. Siempre perdía yo, porque Bailey tenía en su arsenal la Cara de Hurón,
que unida a sus magistrales Pasos de Mono era demencialmente mortífera; si echaba
mano de esa combinación (que requería más naturalidad de la que yo jamás era
capaz de mostrar) estaba perdida, quedaba, todas las veces, reducida a un indefenso
saco de histeria.
Me apoyo en el alféizar de la ventana, veo a Toby, lo sabía, bajo una luna casi
llena. No he tenido éxito a la hora de aplastar la revuelta que se ha desatado en mi
interior. Respiro hondo, luego bajo las escaleras y abro la puerta.
—Hola, ¿qué pasa? —digo—. Todo el mundo está durmiendo.
Mi voz suena ronca, desacostumbrada, como si me fueran a salir murciélagos por
la boca. Le miro de cerca bajo la luz del porche. Su rostro aparece desesperado de
dolor. Es como verme en un espejo.
—Pensé que podíamos pasar un rato juntos —dice.
A mi mente solo viene la palabra erección.
Me estremezco al escuchar la urgencia de su voz. Sobre su cabeza, la luz roja de
alarma parpadea a más no poder, pero no consigo decir que no, no quiero hacerlo:
—Pase usted.
Me toca el brazo al entrar, con un gesto amistoso, fraternal, cosa que me
tranquiliza, a lo mejor los tíos se empalman cada dos por tres, sin que tenga nada de
particular... No tengo ni idea de cómo funciona esto de las erecciones. Solo he besado
a tres chicos en toda mi vida, así que no tengo experiencia con los de verdad, aunque
soy bastante experta en los que salen en los libros, sobre todo en Heathcliff, que no
tiene erecciones... Un momento, ahora que lo pienso, seguro que las tiene todo el
tiempo con Cathy en los páramos. Heathcliff tiene que ser un puñetero empalmado
total.
Cierro la puerta detrás de él y le hago una seña, para que no haga ruido al subir
por las escaleras hasta El Santuario, que está insonorizado para proteger al resto de la
casa contra años de estridentes balidos de las notas del clarinete. A Abu le daría un
ataque si supiera que ha venido a verme casi a las dos de la madrugada de una noche de diario. O de cualquier noche, Lenny. Está claro que no se refería a esto, ni mucho
menos, cuando decía que teníamos que apoyarle mucho.
En cuanto se cierra la puerta del Santuario, pongo un poco de esa música indiesuicida
que escucho últimamente y mi siento en el suelo al lado de Toby, las espaldas
apoyadas contra la pared, las piernas estiradas. Nos quedamos sentados en silencio
como un par de losas de piedra. Pasan varios siglos.
Cuando ya no aguanto más, bromeo:
—Creo que estás llevando este rollo del tipo grandote y callado un poco al límite.
—Vaya, perdona —sacude la cabeza, avergonzado—. No me doy ni cuenta de lo
que hago.
—¿Lo que haces?
—Eso de no hablar...
—¿En serio? ¿Y qué crees que estás haciendo?
Él ladea la cabeza, sonríe y entorna los ojos con un gesto adorable.
—Pretendía imitar al roble del jardín.
Me echo a reír:
—Entonces vale, es una imitación de roble perfecta.
—Gracias... Creo que a Bails le cabreaba, mi lado callado.
—Qué va, le gustaba, me lo dijo, menos peleas... y más protagonismo para ella.
—Es verdad —se queda callado un minuto, después, con un tono de voz
desgarrado por la emoción dice—: Éramos tan distintos.
—Sí —digo en voz baja.
Contrarios por excelencia, Toby siempre sereno y quieto (menos cuando iba
montado a caballo o en una tabla) mientras Bailey lo hacía todo: caminar, hablar,
pensar, reír, salir, a la velocidad de la luz y con igual brillo.
—Tú me recuerdas a ella... —dice.
Me entran ganas de saltar «¿Cómo? ¡Si siempre te has comportado como si yo fuera
una patata asada!» pero en vez de eso digo:
—Qué va, yo no tengo tanto voltaje.
—Tienes un montón... Soy yo el que anda muy corto —dice, y de pronto es él
quien suena un montón a patata asada.
—Para ella no —digo.
![](https://img.wattpad.com/cover/8218705-288-k780879.jpg)