Prólogo

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-¡Solo un poco más! -gritó la matrona animando a la futura madre.

Anabel llevaba más de seis horas en el parto de su primer hijo. Estaba siendo más doloroso de lo que esperaba. Había dilatado más lento de lo normal, provocando que las contracturas fueran más dolorosas y persistentes. Su marido, Luis, le apretaba la mano a su lado. No había querido separarse de ella en ningún momento, y durante las seis largas horas había permanecido a su lado.

Con un último esfuerzo y un último grito, Anabel trajo a la vida a su primer hijo. En seguida los médicos cortaron el cordón umbilical para escuchar los llantos del bebé y comprobar el funcionamiento de sus pulmones.

El llanto no se produjo.

Alarmadas, las enfermeras cargaron rápidamente con el niño, llevándoselo de la sala de partos.

Luis fruncía el ceño preocupado por la salud de su hijo, temiéndose lo peor. La agotada Anabel esperaba poder respirar con normalidad, pero el hecho de que su hijo no llorase la tenía muy preocupada, más incluso que su tardío nacimiento. Su hijo o hija (aún no sabían que era pues decidieron mantener la sorpresa hasta el último momento) había nacido con dos semanas de retraso. Este hecho preocupó tanto a los padres como a los médicos, aunque no salía de los parámetro habituales en cuanto a embarazos tardíos. Y ahora, que por fin había nacido, posiblemente había nacido muerto debido a ese pequeño retraso.

Anabel aguantó un sollozo que le provocaba un fuerte dolor en la garganta. Luis no soportaba verla así, llevaban años intentado tener un hijo, ya que era su mayor ilusión desde que se casaron, y ver a la mujer que tanto amaba destrozada le partía el alma en dos.

Cuando parecía que ambos iban a empezar a llorar debido a la desesperación y la angustia, una enfermera entró por la puerta con el niño envuelto en una manta en sus brazos. Un suspiro de alivio fue soltado por ambos, al ver que el pecho de su hijo subía y bajaba al ritmo de su respiración. 

-No tienen de que preocuparse -la enfermera les dirigió una sonrisa amable- es normal que algunos no lloren al principio, tan solo teníamos que comprobar que respirase correctamente.

Anabel extendió sus brazos para recibir a su tan esperado bebé, el cual resultó ser un niño. La pareja observó a su hijo enternecidos, alegres de recibir a un nuevo miembro en su familia. La madre le acariciaba la cabeza a su hijo, la cual tenía una pequeña pelusa negra. El padre jugueteaba con los dedos de la mano de su hijo, con una sonrisa en su rostro. Luis observaba maravillado al que ahora era su hijo en brazos de su querida mujer. No pudo evitar pensar que era el hombre más afortunado del mundo en esos instantes.

-Bienvenido a la familia, Marc -la voz de Anabel salía entrecortada debido a las lágrimas de emoción.

Fue entonces cuando el pequeño Marc abrió los ojos. Sus padres contemplaron con horror la fría y antinatural mirada que poseía su hijo. Donde debía haber unos ojos con un color más o menos definido había unos ojos penetrantes y azules que provocaban escalofríos a sus progenitores. Una mirada para nada normal en un bebé. Pero lo peor no era el frío y el terror que te podía provocar mirar esos ojos fijamente. Lo peor era la inexpresividad plasmada en estos, dándote la sensación de estar observando el más frío glaciar.

Ahí fue cuando todo empezó.

Sin sentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora