Capítulo 1

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Una canción de moda suena en la radio. Sus padres la cantan desafinando y fingiendo ser cantantes sobre un escenario. Marc va sentado en la parte trasera del auto observando la vegetación pasar a toda velocidad.

Justo en ese momento, entran en un túnel. En teoría, nada más salir del túnel, debería ver su nueva ciudad. Selene, ciudad de la Luna, como la describían los atlas geográficos que Marc había consultado antes de partir en su viaje.

Si hay algo en lo que Marc es "bueno" es en memorizar datos. No le supone ningún esfuerzo pasarse horas memorizando cualquier cosa, pero tampoco es que tenga algo mejor que hacer. Sin muchas relaciones sociales y sin ningún tipo de interés por algún pasatiempo solo le quedaba emplear su inmenso tiempo libre en múltiples tareas. Como ahora en el coche, que va contando cuantas luces de emergencia observa a lo largo del túnel.

Cuando llega a la número 17 salen del túnel. Una cálida luz solar alumbra su coche en ese momento, dejando ver un pueblo en el valle que hay a su izquierda. Marc se fija en que es un pueblo bastante grande, lo suficiente para casi considerarse una pequeña ciudad, nada parecido a la gran ciudad de la que viene.

Sus padres observan emocionados el pueblo, su padre echando fotos mientras su madre da un rápido vistazo para no despistarse de la carretera.

— ¡Qué preciosidad! –­­Exclama admirado su padre– Parece la imagen de una postal o de cualquier anuncio de viajes.

Él solo espera que el pueblo sea tan mágico como aparenta y realmente vivir en él sea un milagroso remedio a su estado.

Él solo espera que el pueblo sea tan mágico como aparenta y realmente vivir en él sea un milagroso remedio a su estado

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— Y esa era la última caja –su madre se pasa un brazo por la frente secándose el sudor.

Llevan cerca de dos horas descargando cajas y muebles del camión de mudanza. Y aún falta vaciar todas esas cajas.

— ¿Por qué no te das una vuelta y vas conociendo el pueblo? –Su padre se apoya en su hombro con gesto cansado, quejándose de su dolor de espalda– Tu madre y yo podemos encargarnos del resto.

Marc asiente silenciosamente con la cabeza, no sin antes agarrar su mochila. Su casa nueva está al lado de una calle ligeramente empinada, que lleva directamente hacia un parque. El chico se dirige hasta allí, dispuesto a sentarse en algún banco y leer uno de los libros que guarda en su bolsa.

El parque al que entra presenta árboles frondosos y altos. Marc recuerda que se llaman abetos. Estos construyen una especie de puente sobre el camino de tierra. La luz del Sol apenas se filtra entre sus hojas, generando una sensación aparente de frescor y humedad.

Él sigue caminando hasta el final del camino, donde encuentra una zona con una fuente y un montón de bancos o sitios donde poder sentarse a comer. Marc opta por un banco más retirado de la fuente para sentarse a leer. Una ligera brisa le sacude el flequillo y mueve las hojas de los árboles, como si estuviera en un auténtico bosque y no en medio de un pueblo.

Lee durante una hora más o menos, en la que termina el libro en sus manos. Cuando está a punto de coger uno nuevo el sonido de risas lo distrae. Viene del camino frente a él, y puede observar un grupo de cuatro personas que se dirigen hacia donde está él.

— Creo que nunca te entenderé hablar John –es la voz de una chica lo primero que oye. El tono de voz es bastante alto, como si la chica viviese gritando.

— Te pasa por inculta Emma –ese debe ser el tal John.

— ¿Hay algún día que no discutáis? –Una voz femenina diferente a la primera se hace notar. Está es más suave, casi infantil.

— Déjalos, al menos nos entretienen –y una cuarta voz, también femenina. Marc no distingue bien esta voz debido a que la chica es incapaz de aguantarse la risa.

Marc se ha olvidado de su libro, concentrado en las cuatro personas que han llegado a la zona donde está él. Tal vez deba volver ya a su casa, pero una voz lo detiene cuando ya está cerrando la mochila.

— ¡Oye! –Marc se gira hacia esa voz y se encuentra con los cuatro jóvenes a su lado– Tú eres nuevo por aquí, ¿no?

Él asiente con la cabeza. La chica se inclina hacia él y lo observa con atención.

— Emma, lo vas a asustar ­–el que se hace llamar John golpea ligeramente a la chica en la cabeza y esta se aparta refunfuñando– perdona a la cabra loca de mi amiga –esta vez es él el que se lleva un golpe por parte de Emma, pero John solo sonríe con sorna– está tan aburrida que solo se le ocurre molestar.

Emma sigue farfullando maldiciones contra John, de las que Marc solo capta las palabras "patada" y "pelotas".

— Lo vais a asustar los dos como sigáis así –una de las otras chicas avanza hacia él. Es la chica a la que pertenece la última voz que ha oído, la que no podía parar de reír. Ella le dedica una enorme sonrisa y le tiende su mano derecha– soy Emily Beaumont.

Marc alza una mano y la estrecha con la de Emily. Ella sacude ambas manos con entusiasmo y le dedica otra amable sonrisa antes de soltarle la mano.

— Yo soy Selena –la chica que queda se presenta y le sonríe tímidamente.

— Yo soy John ­–el rubio se señala a sí mismo y sonríe con orgullo.

— Y yo Emma –ella está cruzada de brazos, pero le dedica una ligera sonrisa y un guiño.

Era la primera vez que chicos de su edad mostraban el más mínimo interés en él, aunque fuese solo para saludarle. Los cuatro se miran entre sí, como animándose entre ellos a que alguno añadiese algo más, hasta que Emily resopla y se dirige hacia él.

— ¿Te apetece sentarte con nosotros? Hemos traído comida para pasar el rato –le ofrece, de nuevo sonriendo. Marc piensa que debe ser de esas personas que sonríe con mucha facilidad. Al principio piensa en rechazar la oferta, porque basándose en su experiencia personal iban a acabar echándolo o aborreciéndolo. Pero él había venido al pueblo con el propósito de mejorar, y su médico le había insistido mucho en que intentase hacer nuevos amigos, por lo que acepta.

Los cuatro se alegran bastante cuando asiente con la cabeza y lo hacen levantarse para que los acompañe. Si quiere hacerse amigo suyo debe hacer las cosas bien, por lo que en cuanto se sientan en una de las mesas trata de olvidarse de sus experiencias anteriores socializando y dice:

— Yo soy Marc, por cierto –los cuatro lo miran interesados, él se esfuerza en devolverles una expresión amable– y gracias por invitarme.


N. A
He vuelto por fin. Tras un enorme atasco y bloqueo literario al fin he decidio retomar este proyecto, del cual espero que gusten los cambios que he hecho y todo lo nuevo que voy a añadir.

¡Muchos besos y abrazos virtuales para todos aquellos que aún me leen!

Y ya me despido. ¡Hasta el próximo capítulo!


Sin sentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora