Cap 2: Una noche helada

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La noche había caído apenas unas horas atrás y los animalillos nocturnos habían salido a colocar una sinfonía en el ambiente. Aspire profundo y permití que entrara a mis fosas nasales el aroma de la tierra mojada y por varios segundos pude imaginar que estaba en otro lugar; uno sin sufrimientos, sin miedos y maldad, un hogar con un lugar cálido donde pasar la noche. Apoyé mi frente contra el intento de ventana y suspire para abrir lentamente los ojos para contemplar a los lejos el brillo de una estrella.

-¿Qué miras?- su voz era baja como si tuviera miedo de ser escuchada y a la vez tan impersonal como si no estuviera un rato meditando su pregunta.

-Miro el cielo- cerré los ojos y suspire, olvide mi pequeña vista y decidí acostar mi cuerpo contra la fría pared- tengo miedo

-¿De qué? Aquí nada te hará daño- busco en la oscuridad de la habitación mi mano y la apretó- no tienes que seguir luchando, descansa, todo estará bien

-¿Bien?- una risa sarcástica salió desde lo más profundo de mi garganta y afirme mi agarre- aquí nada está bien, estamos encerradas en esta infinita oscuridad, sin nada más que agua y migajas de pan, mientras que esperamos algo que no queremos

...¿Cuándo seremos las próximas?

-Nunca- su agarre se hizo más firme y su voz se tiño de miedo- mientras seamos buenas chicas nada nos pasara, lo sabes

-pequeñas lagrimas bañaron mis mejillas y mordí mi labio para ahogar un sollozo- quisiera creerlo, la muerte acecha con una sonrisa traviesa cada vez que el día cae y pronto nos tocara a nosotras- sentí una mano acariciar suave mi cabello y los pequeños sollozos que venían de mi lado

-Ellos jamás podrán quitarnos esto- quería creerlo, juro que quería- solo tenemos que esperar que alguien llegue por nosotras y seremos libres

Ella estaba llorando tan bajo como podía, sus manos no dejaron de sostener las mías mientras otra alisaba mi pelo. Hace mucho que habíamos llegado, juntas y a la vez tan separadas, nos habíamos conocido cuando la necesidad de sobrevivir fue lo suficiente para unir a dos personas tan rotas. Emma tenía la piel como la más fina canela y unos ojos tan expresivos como los de un siervo, marrones chocolate, dientes como perlas y adornando esa sonrisa tierna, que solía ver muy poco, un diente que decidió descarrilar una hilera recta pero que a primera vista no era notoria, pechos que cabían perfectamente entre las palmas de las manos y unas tentadoras curvas en sus caderas que le daban el porte de la manzana prohibida. Ella me dijo que fue vendida cuando en su casa falto el dinero suficiente para seguir alimentando el estomago de sus hermanos y la diferencia de su ausencia no sería echada de menos; su madre lo contemplo como un bien mayor y ella como era la única mujer y su belleza ya era reconocida en esa pequeña aldea fue la elegida- quien diría que su belleza exótica seria su maldición- vendida por una pequeña cantidad de monedas de plata y un poco de carne.

Recuerdo que temblaba e intentaba robar un poco de calor pegándose a las otras mujeres que iban en aquel carruaje, las otras gruñían e insultaban por su constante llanto, también recuerdo apiadar me de ella y darle el pequeño abrigo con el cual había llegado y esa sonrisa que apareció adornando su cara un poco flacucha por la falta de alimento.

-Em, es mejor que duermas, tu espalda aun no se recupera y ellos no siempre dejaran que te cubra- había escapado de mis recuerdos cuando un leve gemido salió de su boca porque posiblemente el frío de la pared había tocado su espalda- venga duerme en mis piernas

-No tengo sueño aún- frunció el ceño y arrugo su nariz de forma tierna- estábamos hablando

-Tú lo hacías, yo veía por la ventana- un golpe llego a mi hombro y una pequeña carcajada broto de mis labios por lo divertido que era hacerla enfadar

Somos  sombras de nuestro destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora