Último día: Almas gemelas

926 92 2
                                    

Despertó con una sensación de vacío en su pecho, unas inmensas ganas de llorar y un nombre que ya olvidó.
Se preguntó qué le sucedía, más la única respuesta sensata fue por parte de su abuelo.

— Fue un sueño de presentación, acabas de conocer a la persona con la que pasarás el resto de tu vida. — explicó el anciano.

No quiso contradecir al mayor por respeto, así que sólo asintió y regresó a su habitación intentando buscar una explicación lógica a su sueño, aunque la única conclusión a la que pudo llegar fue que quizá algo le hizo imaginar cosas, no tenía porqué darle importancia.

El sueño fue repetitivo durante un par de meses.

Estaba estresado, deprimido, triste, no sabía porqué le sucedía eso, ¿Qué tenía que ver esa persona con su estado anímico?

Los entrenamientos tampoco iban del todo bien.

— ¡Yuri! ¡Repite de nuevo ese Salchow! — gritó Yakov desde la orilla de la pista.

— ¡Lo sé, viejo! ¡No tienes que estar gritando siempre! — le contestó inconsciente de que él estaba gritando igualmente.

Mila rió.

— Yuri, ¿Qué te sucede? — inquirió preocupada.

El aludido se detuvo en seco y volteó a ver a Babicheva.

— Nada que tenga que ver contigo, Mila. — respondió con molestia y la pelirroja lo dejó ser, al menos, por el momento.

A la salida de la práctica, lo único que Yuri Plisetsky quería era un baño caliente, sentado en el sofá con su gato y comiendo pirozhkis del abuelo Nikolai, sin embargo, Mila parecía empeñada en ir contra sus deseos y, prácticamente, lo arrastró con ella a algún lugar al centro de Moscú.

Cuando llegaron a un edificio cuya vista estaba compuesta de puro ladrillo rojo desgastado y tenía el nombre de 'полуночный' (que literalmente significaba 'Medianoche') grabado en enormes letras de neón.
El ruso se soltó del agarre de la chica.

— Demonios, vieja ¿Para qué rayos me trajiste a un bar donde claramente no tengo edad para entrar? — se quejó el rubio.

— En primera, necesitas deshacerte de ese humor de perros que cargas; en segunda, no es un bar, es un antro, o algo así, y siempre y cuando no consumas alcohol no te pedirán identificación. — volvió a tomar la mano del ojiverde para entrar al local.

Ingresaron a un largo y oscuro pasillo que pronto se convirtió en una enorme bóveda llena de sonidos ensordecedores y luces de colores.

— ¿Qué hacemos aquí, Mila? — alzó la voz lo suficiente como para que su amiga le escuchara por sobre la música.

— ¿Qué más va a ser? ¡Divertirnos! — exclamó entusiasmada.

Yuri, por paz mental, no cuestionó a la mayor y la siguió, aún con su equipo de patinaje en la maleta, hasta la barra donde un chico de cabellos azules levantaba la mano en saludo.

— ¡Hola, Heinrick! — Saludó la patinadora al chico que atendía.

— ¡Mila! — devolvió las salutaciones.

— Hay más bullicio el día de hoy, ¿no? — preguntó la ojiazul notando una inusual asistencia esa noche.

— Sí, hoy se presenta un DJ que viene del extranjero. — explayó el peliazul.

Yuri, ajeno a la plática, contempló el salón. Las mesas estaban puestas rodeando el contorno del lugar mientras que el centro era usado como pista de baile. Recién se daba cuenta de lo concurrido que estaba, apenas y había espacio para caminar.

Otayuri Week 2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora