Día 3: Infancia

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Creía que los niños rusos eran todos unos fanfarrones presumidos y sí, eran unos fanfarrones presumidos, unos con gran resistencia física.

Otabek Altin de 13 años aún no lograba estar acorde al nivel de los patinadores de la categoría Junior de Rusia.

Su confianza estaba a tope cuando le avisaron sobre la concentración que llevaba a cabo un ex-patinador, ahora entrenador, ruso; sin embargo, ésta menguó en cuanto se dio cuenta que su nivel y el de los demás niños de su edad eran distintos, él estaba muy por debajo.

Su primer día con los niños de diez años en ballet, se sentía patético. ¡Ya era prácticamente un adolescente! Y ahí estaba, rodeado de otros menores a él en edad.

Después de dos horas de práctica, se dio cuenta de que había sobrevalorado el ballet en sí, un gran error, a su parecer.
No poseía la flexibilidad requerida para realizar danza clásica; se comenzaba a frustrar. Observaba la mirada de sus compañeros, todos reflejaban altanería, unos a otros, competían entre sí para ver quien era mejor que quien.
Le asombró la falsedad con la que las personas podían actuar, incluso a tan corta edad.

Exhausto, apoyó sus manos sobre sus rodillas y jadeó.
Nunca en su escasa vida había entrenado tan duro hasta casi desfallecer. Observó el panorama a su alrededor, algunos ya daban mínimos signos de cansancio.

Estaba a punto de tirarse al suelo con tal de descansar un minuto o dos, pero su atención fue captada por un niño en especial.
Se sorprendió al saberse encantado e hipnotizado por ese pequeño rubio de ojos verdes, que se movía con delicadeza sin perder fuerza en sus pasos. En ese pequeño y, aparentemente, frágil cuerpo se juntaban la elegancia y la fiereza, sus ojos, 'como los de un soldado', pensó.
Se encontró incapaz de apartar la mirada de él. La maestra le felicitaba por tan majestuosa ejecución de pasos y le daba consejos para la mejora y perfección de los mismos, aunque él, eso, parecía ya saberlo, por lo que poco o nada de caso le hizo a la mujer.

Otabek descubrió que ese curioso niño era diferente a los demás, su mirada era severa y parecía tener un permanente ceño fruncido en su entrecejo, todo eso en combinación con su apariencia andrógina era algo que el futuro héroe de Kazajistán encontraba fascinante.

Cuando el sol se comenzaba a ocultar, se dieron por concluidas las actividades de ese día, el pequeño kazajo intentó hablar con el rubio, sin embargo, éste parecía tan escurridizo como un gato y ya se encontraba en la entrada del recinto corriendo a los brazos de un hombre, parecía ser su abuelo; y ahí fue la tercer cosa que descubrió del ruso, frente a alguien a quien aprecia su ceño fruncido desaparece como si nunca hubiese estado y es reemplazado por una radiante sonrisa que le hacía ver, a su juicio, aún más lindo.

Al día siguiente, supo que su nombre era Yuri Plisetsky y que debido a la envidia no tenía amigos. Otabek pensó que los demás chiquillos debían de ser unos completos idiotas por no ver que Yuri podía ser una persona interesante si, siquiera, se molestaran en prestar algo de atención en lugar de siempre juzgar o estar al pendiente de los errores ajenos.
Le habría encantado hablar con ese niño de mirada de soldado y saber lo que escondía esa máscara de sarcasmo y molestia eterna. Sí, le habría encantado, pero no hizo el más mínimo intento de acercarse, en su lugar, prefería mirarlo de lejos y tomar prestada, al menos, una décima parte de su determinación para poder superar la concentración con éxito, teniéndolo a él como símbolo de la más pura admiración del pre-adolescente hacia el infante.

♦ ♦ ♦


Yuri sabía lo que hacía, amaba las cosas que le obligaban a dar lo mejor de sí, conocía el ballet a la perfección desde muy pequeño, por lo que más tarde que temprano empezó con el patinaje artístico; Yakov, su entrenador, organizaba una concentración con varios otros entrenadores y pupilos de diversos países, sin embargo, la mayoría de los asistentes eran Juniors y Yuri aún no era enteramente un Junior, por lo que participó en dicha concentración de manera menos activa que los Junior rusos. Ballet era una de las actividades para ellos, le ayudaba a alcanzar la flexibilidad requerida para lograr mejores secuencias de pasos.
Le hartaba la actitud inmadura de sus compañeros, por esa razón optaba por ignorarlos olímpicamente, cosa que les molestaba a los chiquillos y hacía que se metieran con él, pero muy poco o nada le importaba, él estaba ahí para entrenar, no para entretenerlos.

Observó a su alrededor y se detuvo en el chico moreno que parecía a punto de morir de cansancio. Le llamó la atención que lo intentara tan duro consiguiendo escasos resultados, debía admitirlo, respetaba a las personas que se esforzaban. Y ahora él respetaba a aquel niño de cabellos azabaches y mirada color avellana.

Bueno, aquí el one-shot del día 3, espero les guste, que valga la pena la casi aterrizada de trasero que me di en el camión en la mañana.
¿Les he dicho que amo el Otayuri?
Especialmente de peques, bueno, siento que le falto, pero quise cumplir con el horario de la semana y tengo mucha tarea.

Créditos de la imagen a su respectivo artista 😘

Sayonara! 😘😘😘

Otayuri Week 2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora